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María, el niño, ella, Alejandro, Agustín

Desde el preciso instante en que, el miércoles 9 de enero a las 04.24, hora local, recibimos aquel comentario todos nuestros planes se fueron al traste. En aquel momento aún no lo sabíamos, claro, no somos tan noctámbulos —o no siempre— ni tan madrugadores —nunca—, pero cuando nos despertamos y vimos en el móvil la notificación y leímos aquellas líneas en inglés, comprendimos que el post que desde hacía más de dos años teníamos planeado nunca se haría realidad, que los dedos no se iban a desplazar por el teclado para construir aquella historia que reservábamos para una ocasión especial.

El comentario fue publicado en el artículo titulado «Salvar el Debonair, un pueblo en misión humanitaria». Lo enviaba alguien llamado Kay. Poco más de doscientas palabras que nos dejaron aturdidos para toda la jornada, tratando de cumplir con nuestras pequeñas rutinas mientras una parte de nosotros se esforzaba en ponerse en los zapatos de nuestra inesperada mensajera (put on someone’s shoes, expresión anglosajona para denotar empatía) en un intento vano, fútil, de sentir lo que ella sintió al leer nuestro relato: el de la verídica aventura de una pareja de padres primerizos que, una tormentosa noche otoñal de 1960, encalló con su yate en la playa de A Ladeira mientras se dirigía a las Bahamas y la colosal operación de rescate de la embarcación (Debonair era su nombre) impulsada por los habitantes de Corrubedo, proeza que se convirtió en un acontecimiento mediático en todo el país y mereció la concesión a título colectivo de la medalla de la Sociedad Española de Salvamento de Náufragos, condecoración que sigue con nosotros, preciosa, lozana, prendida en el manto de la Virgen del Carmen a solo unos metros del monolito que con objeto de conmemorar el medio siglo de aquella gesta se erigió en 2010 en el exterior de la iglesia parroquial.

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La medalla

Cuando con algo de vértigo escribimos aquel episodio —muchos de quienes lo protagonizaron viven aún— ya habíamos hecho algunas pesquisas… con éxito relativo. De ahí que, al terminar el texto, después de una sucesión de puntos con los que queríamos dibujar la estela del yate alejándose definitivamente de nuestras vidas a modo de agridulce final feliz, colocamos un gran signo de interrogación. En él se escondía un lienzo, una escena ecuestre pintada precisamente por la rubia mujer que sonríe en la foto: los labios curvados levemente pero sin mostrar la dentadura con que, en el fragor del naufragio, atenazó a su bebé envuelto en una bolsa y se lanzó a las negras y procelosas olas para nadar la distancia que separaba el yate siniestrado de la orilla de la playa… su fortaleza maxilar como único hilo de vida que unía a este mundo a su hijo, el cual, ahora que había pasado todo, posaba radiante en el arenal de A Robeira en los brazos de María, la esposa de Alejandro Reino, sus anfitriones en los meses que permanecieron en el pueblo.

«La heroína del Debonair», así íbamos a titular el post, puesto que de su excombatiente marido californiano no habíamos hallado nada. Por contra, sabíamos que aquella británica oriunda de los Cotsworlds donde floreció como diestra amazona se convirtió tras su paso por nuestro cabo en una notable pintora, tanto como para que la autora Rita Mae Brown, popular en Norteamérica por sus novelas de misterio, presuma de tener uno de sus cuadros en su cuarto de escritura, un jinete ataviado con sombrero de copa saltando un arroyo a lomos de un purasangre que le sirve a la literata de inspiración y acicate: «Si él puede hacerlo, yo puedo hacerlo». También habíamos descubierto que alumbraría a dos hijos más, un niño y una niña, y que vivió no sin dificultades en una granja en las Green Mountains, en Vermont, al nordeste de los Estados Unidos, donde criaba ella sola caballos y ovejas. Por último, nos enteramos con tristeza de que nos dejó demasiado pronto por culpa de una enfermedad (esa maldita enfermedad) y lo que decía su lápida. «She tried». Lo intentó.

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In All Weathers, el óleo que se escondía en el signo de interrogación

Así que, sí. Con estos mimbres queríamos armar una historia que considerábamos lo bastante interesante como para merecer ser compartida y pensábamos publicarla un 26 de octubre coincidiendo con el aniversario del naufragio, fecha que también posee por otros motivos un significado especial para quien esto escribe. Y ya estábamos persuadidos de hacerlo en este 2019 —qué mejor ocasión que el año de los once siglos de Corrubedo— cuando la propuesta contenida en el comentario de Kay lo echó todo por la borda. Sí, aquellas 218 benditas palabras sentenciaron a la inexistencia nuestro proyecto de post y nos maniataron para siempre ante el afán de elucubrar sobre el destino de la pareja.

Porque, ¿cómo íbamos a arrogarnos semejante atribución a la luz de aquel mensaje?

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El niño en el centro de la imagen, en los flancos ella y él

Inevitablemente, el comentario de Kay —sigue allí, alojado al final de nuestra historia— dio paso a un intercambio de emails y el intercambio de mails dio paso a una carta bastante extensa. Más de 2.300 palabras distribuidas en cuatro carillas y media. Las hemos traducido lo mejor que hemos sabido pero empezaremos por reproducir la misiva original tal y como la recibimos el pasado lunes. Por cierto, no está dirigida a nosotros —ni al blog ni al bar— sino al pueblo de Corrubedo. Es vuestra. Es de todos.

Sin más preámbulos, he aquí lo que le deparó la vida a William Oscar Davis, a Heather St. Clair Davis y al pequeño Thomas relatado por Kathryn Mary St. Clair Davis, Kay, hija y hermana de los náufragos del Debonair.

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El barco y sus rescatadores

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«13 de enero de 2019

Una carta al pueblo de Corrubedo…

El yate británico Debonair naufragó en vuestras dunas el 26 de octubre de 1960. Los tripulantes, William y Heather Davis, eran mis padres. El bebé a bordo, Thomas, es mi hermano mayor. Crecí escuchando sobre el océano, el naufragio, Debonair, la gente increíble y el asombroso coraje y generosidad que los salvó. Lamentablemente, mis padres ya no están vivos, encararon muchos desafíos después de su partida, pero esta historia existía antes de ellos y creo que vive más allá de ellos. Intentaré explicarlo…

Vivo en Cape Cod, una península que se adentra en el océano Atlántico a unas 65 millas, separada del continente por un canal construido en la década de 1940 para ayudar a reducir el número de naufragios causados ​​por mares embravecidos alrededor de la punta del Cabo, cerca de Provincetown, en los Estados Unidos.

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Cape Cod, Massachusetts

Las 50 millas de agua desde Provincetown a Chatham aquí en Cape Cod son conocidas como el «Cementerio del Océano». Es el hogar de más de 1.000 naufragios que están sepultados a lo largo de nuestra línea costera. ¡Parece que ofrece condiciones muy similares a vuestra «Costa de la Muerte» en tasas de naufragios! Mi esposo y yo elegimos vivir aquí porque los dos nos sentíamos atraídos por el mar, y la clase de gente que vive cerca del mar. Mi madre visitó Cape Cod una vez al final de su vida y dijo que le tocó el corazón lo mucho que le recordaba Corrubedo. Pasó muchas horas en silencio mirando el mar y ahora me pregunto si estaría rememorando los tiempos que pasaron en vuestro pueblo, con vosotros. Fue un tiempo de reflexión mientras se acercaba al final de su vida, por lo que no me inmiscuyo en sus pensamientos de entonces. El mar nos hace humildes y creo que nos recuerda lo vulnerables que somos, y también cuán resistentes somos y lo conectados que estamos.

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Chatham Light Beach, Cape Cod, Massachusetts

Estando en el faro de Chatham en nuestra orilla, frente al Océano Atlántico, el mar parece una criatura diferente cada día: algunos días brillando bajo la luz del sol y engañosamente pacífica a pesar de una corriente traicionera que frecuenta la rompiente, otros días rugiendo y destruyendo cuanto encuentra a su alcance. Nuestra costa está cambiando constantemente con cada tormenta y estación, como he leído que también le sucede a las dunas de Corrubedo. No siempre es fácil vivir aquí, pero cuando las grandes tormentas llegan desde el noreste o acontece una crisis, sé muy bien que podemos unirnos… para arreglárnoslas por lo menos, o para hacer algo extraordinario a veces también. Esas crisis nos pueden acercar como ocurrió cuando el barco Pendelton naufragó y un grupo de cadetes de la guardia costera local desafiaron la rompiente que muchos dijeron que no podían atravesar, pero lo hicieron, y salvaron a todos menos a uno de los hombres que estaban allí. Recientemente hicieron una película sobre ese rescate llamada The Finest Hours, e incluyeron a muchos de los hombres y mujeres originales que habían estado aquí en ese momento. Nos une para enfrentar una gran adversidad, como vosotros también lo habéis sabido hacer en vuestra zona. Tenemos aquí una Asociación de Educación del Mar que trabaja con la Guardia Costera para reconocer los esfuerzos significativos en los rescates oceánicos. Me siento humilde al ver que mis padres fueron ayudados por tantos de vuestros padres, tíos, tías, abuelos y amigos, y sé que ellos también se sintieron humildes y agradecidos, pero llegaré a eso más adelante. Es maravilloso que hayáis sido honrados con la medalla de vuestra Sociedad Española de Salvamento de Náufragos. Es algo muy merecido y me alegro por este apreciado recuerdo de vuestra increíble humanidad y esfuerzos.

Como sabéis, cuando el Debonair regresó finalmente al mar, pasaron varios meses en Vigo con reparaciones antes del viaje trasatlántico que finalmente completaron. ¡He podido encontrar al fabricante de botes que hizo las reparaciones que aún vive en Vigo y tiene 93 años! ¡Increíble! Su hijo me dijo que había crecido con historias sobre el naufragio y mis padres. No teníamos idea de que alguien pudiera recordarlo.

Y ahora que he encontrado estos artículos online y he comenzado a conectar con vosotros, veo que también habéis conservado las historias del naufragio y el rescate. Increíblemente, no tenía ni idea de que el naufragio del Debonair pudiera haber continuado teniendo tal impacto ¡o ciertamente habría buscado establecer la conexión antes! Mis hermanos y yo crecimos creyendo lo importantes e increíblemente valientes que eran todos los rescatadores y auxiliadores en Corrubedo y Vigo, pero admito que no imaginábamos que mis padres también habían sido importantes para vosotros. Ni siquiera sabía si alguien los recordaría. Todos vosotros parecíais más grandes que la vida en nuestros recuerdos; y ni siquiera consideramos la posibilidad de que los hubieseis extrañado cuando no regresaron, o incluso de que los recordarais. Pero me estoy adelantando…

Ellos completaron el viaje a través del Atlántico a las Indias Occidentales. Pero en el camino quedó claro que la salud de mi padre no era buena. Hubo períodos en los que mi madre tuvo que navegar y cuidar a mi hermano, Thomas, sola durante días mientras él estaba enfermo. La travesía duró más de 30 días debido a las tormentas y los desafíos que enfrentaron. Al poco de arribar, tomaron la decisión de vender el Debonair para poder regresar a los Estados Unidos y tener una base sólida sobre la que concentrarse en la salud de mi padre y en el nacimiento de su próximo hijo, mi hermano, Charles.

Una vez realizada la venta y cumplimentados los trámites para permitir la entrada de mi madre al país, se mudaron a Vermont, donde compraron una pequeña granja muy sencilla en lo alto de una montaña, sin electricidad ni agua corriente. Fue un período de tiempo difícil, ya que el clima invernal les impedía recibir ayuda o suministros de la ciudad a veces durante semanas. Mi padre consiguió trabajar como Oficial de Libertad Condicional y mi madre estuvo ocupada con los dos niños, Thomas y Charles. Ella también era la responsable de arar la nieve para mantener despejado el acceso a la carretera durante las tormentas, cortar leña para el calor y otras tareas de la vida diaria en un área muy remota. Para pasar el tiempo mientras estaba sola en esa cima de la montaña, mi madre comenzó a pintar de nuevo.

Al cabo de varios años, se hizo necesario que se mudaran a un lugar más accesible, debido a la salud de mi padre y también por los niños, así que se mudaron a una granja un poco más cerca de una ciudad. En esa granja nací y crecí. En el trabajo de mi padre como Oficial de Libertad Condicional, se le encomendó la tarea de ayudar a los convictos a cambiar sus costumbres y llegar a convertirse en ciudadanos exitosos y respetuosos con la ley. Hubo muchas cenas en las que teníamos extraños, los clientes de mi padre, comiendo con nosotros para tratar de ofrecerles la oportunidad de pasar un tiempo normal y saludable con nuestra familia. Creo que fue su manera de tratar de mejorar la vida de aquellas personas incomprendidas y darles una oportunidad de éxito. Tal vez del mismo modo que él había sido incomprendido y también recibió oportunidades.

Mientras tanto, su salud no era buena. Tuvo un gran ataque al corazón y casi murió cuando yo era una niña muy pequeña. Desde entonces estuvo bastante enfermo y discapacitado la mayor parte del tiempo. Ya no podía trabajar al cien por cien y estaba bastante limitado en su capacidad para desplazarse. Esto suponía una gran carga financiera para nuestra familia pese a que mi madre trabajaba como maestra de arte en ese momento en una escuela secundaria local. También estaba pintando en su tiempo libre a altas horas de la noche para tratar de mejorar su trabajo. ¡No creo que ella durmiera mucho manteniéndolo todo a flote!

El otro desafío que enfrentaron fueron los demonios en la cabeza de mi padre de sus años de guerra. Había luchado en la Segunda Guerra Mundial y en Corea como miembro de las Fuerzas Especiales de los Estados Unidos, lo que se conoció como los Boinas Verdes. Tuvo un trauma psicológico severo desde su tiempo de combate, con flashbacks y todo tipo de pensamientos desordenados que hicieron las cosas bastante difíciles.

Sinceramente, creo que el trauma psicológico empeoró su corazón y murió poco después de cumplir 60 años, cuando yo era solo una adolescente. No recuerdo un momento en el que se viera completamente bien y creo que esto hizo que mis padres se mantuvieran muy centrados en el aquí y el ahora de la vida. Por entonces, mi madre llevaba ya un tiempo atendiéndonos sola. Trabajó como profesora de arte, enseñó a montar a caballo y vendió caballos que entrenó, y también pintaba por las noches cuando el otro trabajo estaba hecho. Crecí con muy poco dinero pero muchas experiencias e historias, y ella era una madre maravillosa y creativa. Me contaba historias sobre las mujeres de vuestra localidad, cómo se las arreglaban, cómo cuidaban a sus hijos, tan asombrada que estaba de su amor y habilidades.

A medida que pasaron los años, ella fue el sostén de nuestra familia. Nunca fue capaz de rendirse o quejarse y siempre podía encontrar la luz del sol en un día oscuro. Incluso mientras trabajaba tan duro, continuó pintando por la noche, a menudo hasta altas horas, sin renunciar nunca a su sueño de tratar de convertirse en una pintora a tiempo completo.

Con el paso de los años, un comerciante de arte de su área natal en Inglaterra comenzó a fijarse en las pinturas que se vendían en exposiciones muy pequeñas cerca de casa. Gracias a él, ella recibió la oportunidad de preparar una exposición más grande de su obra, centrada principalmente en caballos, paisajes y el mar. ¿Podría conseguirlo?… Después de todos esos años de trabajo increíblemente duro y sesiones de pintura hasta altas horas de la noche ¿podría convertirse en una pintora a tiempo completo?

Yo estaba terminando la universidad y mis estudios, y recuerdo que ella me habló de una exitosa exposición de sus pinturas, se sentía esperanzada. La semana siguiente me llamó para decirme que se estaba realizando algunas pruebas, que probablemente no era nada, pero debería revisarlo.

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Pintura de Heather St. Clair Davis creada poco antes de que muriese en 1999

Vivió 5 años más. Luchó contra la etapa IV del cáncer de ovarios con todo lo que tenía. Luchó contra eso como luchó para sobrevivir en el océano, como si hubiera luchado para darle sentido a la vida con los demonios de mi padre persiguiéndolo, luchó como si tuviera que cuidarnos como madre soltera. ¡Mantuvo su dignidad, su humor y su hermoso espíritu hasta el final! Sin embargo, al final, toda la lucha en el mundo a veces no gana.

Pero sabéis… todos ganamos de todos modos … crecimos con esta increíble mujer que brilla como una luz en nuestros ojos. Ella siempre fue amable. Siempre fue valiente y tenía un maravilloso sentido del humor. Siempre fue generosa e hizo que las personas a su alrededor sintieran que importaban. Desearía que ella hubiera podido volver con vosotros. Ella quería. Habló de eso en los últimos meses cuando sabíamos que el final estaba cerca. Había planeado encontrar un camino de regreso una vez su trabajo le permitiese la libertad de ir. Pero, por desgracia, el tiempo se agotó para ella. Aunque tal vez la historia continúa…

Veréis, al comienzo de este curso, mi hija se inscribió en un viaje de intercambio escolar a España. «¿Qué ciudad visitarían»” Pregunté. «Vamos a ir a Vigo…», dijo. Los pelos de mi cuello se erizaron… «¿Vigo? ¿Estás segura?»

De repente, todas las historia de mis madre, todas las fotos, sus dibujos y las cartas que leí a lo largo de los años estallaron desde ese momento en mi cabeza. No habían estado presentes en mi vida cotidiana, ya que criar una familia y conciliar con el trabajo le mantiene a una ocupada y puede llenar cada día. Le dije a mi hija: «Creo que está destinado a ser…»

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Estos somos yo y mi marido, Scott, y nuestros dos hijos Benjamin y Hanna. Cape Cod, 2017

Y luego saqué las viejas cartas, fotos, notas y dibujos y comencé a buscaros. No estaba segura de dónde comenzar, aparte de saber los nombres de las personas con las que se alojaron mis padres, la familia Reino, y tenía el nombre del astillero que había hecho las reparaciones. Sinceramente, ni siquiera pensé que alguien los recordaría. Mis padres nunca lo supieron. Os hubiéramos buscado antes y ayudado a que mi madre volviese a conectar con vosotros cuando aún estaba viva. Mi hija estará en Vigo en febrero y se quedará con una familia anfitriona durante unos 10 días. Planean llevarla a Corrubedo para ver las dunas donde encallaron mis padres. Tengo la esperanza de que pueda visitar vuestra Iglesia donde se encuentran la medalla y el monolito que honran vuestro coraje y cerrar el círculo para su abuela, Heather… y para daros las gracias.

¿Y Thomas? El bebé… él es mi hermano mayor. Es un hombre maravilloso que alberga un gran temor a las tormentas del océano. Me burlo de él cuando cogemos un ferry a cualquier lugar con mares gruesas… pero ambos sabemos por qué le asustan. En algún lugar profundo de su ADN también recuerda ese día tormentoso. Le he pedido a Thomas que os escriba ya que no quiero hablar en su nombre. Le puede llevar un tiempo estar listo para hacerlo pues todo esto es una gran sorpresa para él —la oportunidad de regresar podría realmente suceder—. Pero tiene curiosidad y esperanza de que la conexión se renueve.

Así que creo que la historia continúa conmigo y con mis hermanos, y con nuestros hijos… y espero que con todos vosotros.

Con mis mejores deseos,

Kay

Kathryn Mary St Clair Davis
Correo electrónico: kslater62@comcast.net
Cape Cod, Massachusetts, EE.UU.»