
Explorando acontecimientos del pasado nos hemos ido topando de vez en cuando con algunos corrubedanos cuyas vivencias los hacían merecedores a nuestro juicio de que nos pusiésemos a recrear su historia. Tal fue el caso, por ejemplo, de sor Cándida Prego Brión, nacida en 1881, cuyo recuerdo aún pervive en el barrio sevillano de Triana, o el del gángster Andrés Ageitos García, para siempre asociado a la sombra de Al Capone. Hoy os traemos otro personaje más, del que hemos sabido por un artículo publicado el 22 de enero de 1979 en la coruñesa Hoja del Lunes, aunque los hechos referidos se retrotraen a los años posteriores a la Guerra Civil.
[Un receso. Hasta la década de los años ochenta del siglo pasado los periódicos al uso tenían prohibido en España salir a la calle el primer día de semana y el hueco era ocupado por una especie de boletines denominados Hoja del Lunes editados por las asociaciones de la prensa locales, que tenían en estas gacetillas sin competencia una agradecida fuente de ingresos que llovían sobre sus libros de cuentas como maná caído del cielo. La de A Coruña estuvo activa entre 1927 y 1982].
El autor del texto fue el periodista de Viveiro José Travieso Quelle, quien en la Hoja del Lunes herculina escribía una columna semanal al parecer muy popular denominada «Rúa del Villar», en referencia a la vía compostelana. Y es precisamente la ciudad de Santiago el lugar donde se desarrolla la mayor parte de las andanzas del héroe de este post: un tal Cosme Mourelo.

¿Quién era Cosme Mourelo? Eso se preguntaba el autor. Y eso nos gustaría saber a nosotros. Corrubedano de origen, un brasas y un juergas universitario en Santiago, un abogado con bufete en Madrid casado con una cantante de revista… Las trazas de su biografía suenan la mar de interesantes, pero lo cierto es que, más allá de lo que se dice en este artículo, no hemos logrado descubrir nada sobre él. Como si nunca hubiera existido.
Os dejamos con la columna de José Travieso Quelle, de cuya obra periodística no es que podamos vocear a bombo y platillo que haya pasado a la posteridad… Pero sí lo han hecho las estrofas de cierta canción que, disque, llevan su autoría (su abuelo sería uno de los cuatro viejos protagonistas), compuestas al calor de las tertulias que el de Viveiro celebraba con sus amigotes universitarios en la taberna compostelana O Sete Velo a comienzos de la década de los cuarenta. A saber si rondaría por ellas nuestro intrigante paisano, siempre con un chiste malo a punto en el velo del paladar…
¿Que cuál era esa canción? Si no lo habéis adivinado ya, lo sabréis después del artículo…
Las andanzas de Mourelo
A la hora de hacer un balance cualitativo de todos los personajes pintorescos que han pasado por Compostela, no podemos olvidarnos, en honor a la justicia, de Cosme Mourelo. Pero, ¿quién era Cosme Mourelo? Veréis:
Nuestro hombre había llegado cierto día a la ciudad desde tierras de Corrubedo, logrando al poco tiempo gran popularidad tanto entre la Universidad como en los lugares de diversión. Había elegido como lugar de residencia, una modesta pensión de la calle de Pitelos, en donde, a los pocos días, tuvo su primer enfrentamiento con la dueña, debido a su implacable afán de acosar a la criada con fines nada claros.
Sin embargo, para mí, Cosme Mourelo fue un tipo terriblemente pesado, uno de esos ejemplares de tan profusa circulación ciudadana conocidos vulgarmente como plomos. Entre sus condiciones más elogiables estaba, sin embargo, el de imitar a los más famosos personajes, en unas parodias graciosísimas que levantaban torrentes de carcajadas. De ahí que una tarde, durante un festival benéfico que se celebraba en el colegio jesuítico de San Agustín, emulara las homilías de un venerable canónigo, por lo que estuvo a punto de caer en sonrojante excomunión, de no haber intercedido a su favor algunas familias honorables de la ciudad.
A pesar de su simpatía, yo he tratado siempre de huir de la presencia de Mourelo, porque me atosigaba con el recital de poesías disparatadas, tan de moda en aquella época. De ahí que, cierto día, me pidiera casi de forma suplicante:
—¿Quieres escuchar algunas cuartetas graciosísimas? Ya verás…
—No, Moureliño, no: que me duele un poco la cabeza…
—Escucha un momento:
«A la mar fui por naranjas,
cosa que la mar no tiene;
metí la mano en el agua
y saqué un carabinero».
Y, a continuación, prorrumpió en grandes carcajadas que no tuvieron fin hasta que un camarero, a petición de los clientes de la cafetería donde nos encontrábamos, lo cogió por un brazo y lo puso en la puerta de la calle.
Yo sentí verdadera pena cuando Cosme Mourelo abandonó Compostela, porque a pesar de ser un pelma irredento, su peculiar modo de ser daba al ambiente ciudadano un especial gracejo, en aquella Compostela de la postguerra donde la juventud sólo tenía como medios de diversión las películas de Jorge Negrete y los bailes de la Rocha, en donde intervenía infaliblemente con un contrato que parecía vitalicio, la orquesta del recordado Pocholo.
Nunca he perdido contacto con Cosme Mourelo. Supe que, tras unos años de permanencia en Corrubedo, se lanzó a la aventura de abrir un bufete en Madrid, en donde casó con una chica bellísima que había sido vicetiple en el teatro de la Latina, cuyo elenco artístico encabezaba Queta Claver. Él mismo me lo confirmó hace años, en una carta que he recibido como felicitación navideña: «He contraído matrimonio y estoy cargado de hijos. Mi esposa no tiene la habilidad hogareña de doña Filomena Gándara, mi recordada dueña de la pensión de Pitelos, pero canta como un verderol, cuyas notas de timbre impecable, fueron la única felicidad que me dio en el matrimonio, pues mi casa es algo así como un cuadrilátero de boxeo».
Yo me alegré, por lo que he deducido a través de su misiva, de que Cosme Mourelo no haya perdido su sentido del humor.
J. TRAVIESO QUELLE

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