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El Yamburg, encallado en As Cobas

Klaus. Una fuerza de la naturaleza que, hace diez años, irrumpió en el mapa de isobaras amenazando con convertirse en otro huracán Hortensia, la madre de todos los ciclones de los ochenta.

Las agencias meteorológicas, los servicios de emergencias, los medios de comunicación… No había organización con autoridad que no alertase de que nos preparásemos para lo peor, de que todas las precauciones iban a ser pocas ante lo que se nos venía encima.

Y cumplió. Joder si cumplió. La explosiva ciclogénesis batió todos los récords de viento documentados hasta la fecha en Galicia, con rachas que rozaron los doscientos kilómetros/hora. Murieron cinco personas en nuestra comunidad a causa de la caída de un árbol, el hundimiento de un barco, un cortocircuito y una doble inhalación de monóxido de carbono. Ahí afuera las cosas no fueron mucho mejor. Francia declaró el estado de catástrofe y convocó al ejército. Portugal tuvo que rescatar a casi seiscientos conductores tirados en carreteras intransitables. Y lo más trágico: cinco niños fallecieron en Saint Boi de Llobregat, extrarradio de Barcelona, al desplomarse el techo de un polideportivo. Más de treinta personas perdieron la vida en el continente europeo por culpa de aquel hercúleo vendaval de teutona sonoridad. Klaus.

Sin embargo, en Corrubedo su paso no fue nada apocalíptico. Sus soplidos apenas alcanzaron los tres dígitos, deteniéndose la punta de velocidad en 103 kilómetros. Lo hizo exactamente a las 21.50 horas del viernes 23 de enero según los registros de nuestra estación meteorológica. A aquellas alturas, nuestra atención llevaba ya unos días concentrada en otro obsequio que, a principios de esa misma semana, nos había regalado el incipiente mal tiempo. Uno sólido. Tangible. De metálica sonoridad.

La gabarra [o pontón, más bien, a la luz de un valioso comentario que nos han hecho en el post] Yamburg.

Se iba a quedar con nosotros una buena temporada.

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La más joven integrante del Bar Pequeño (hoy una adolescente espigada) en alas del Klaus

A las cuatro de la tarde del lunes 19 de enero de 2009, la Dirección General de Protección Civil y Emergencias del Ministerio del Interior encendió la mecha. Galicia, Asturias, Cantabria y Euskadi fueron puestos en alerta por fuertes vientos costeros, aliñados en el caso de las provincias de A Coruña, Lugo y Pontevedra con imponentes olas de ocho metros que no prometían nada bueno para todo aquello que navegase por el mar.

Cinco horas después, el Yamburg encalló en As Cobas, entre el faro de Corrubedo y la playa de Balieiros, tras rompérsele los enganches que lo unían al remolcador danés Norsund, de 282 toneladas. La gabarra [RAE: «barco pequeño y chato destinado a la carga y descarga en los puertos»] o pontón [RAE: «barco chato, para pasar los ríos o construir puentes, y en los puertos para limpiar su fondo con el auxilio de algunas máquinas»] se había deslizado una milla a la deriva hasta chocar con aquella pedregosa franja de nuestro cabo. Su destino era Tallín, la capital de Estonia, adonde se dirigía procedente del puerto griego de El Pireo tras haber hecho escala en Sevilla.

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El Norsund

El viernes 23 de enero —mientras la Universidad Libre de Berlín bautizaba como Klaus un ciclón que a las 22.20 horas iba a alcanzar una velocidad de 198,4 kilómetros en Estaca de Bares, récord imbatido en Galicia— los periódicos se hicieron eco de la preocupación de los mariscadores por ser As Cobas una zona extractiva de percebe. «Tememos que se poida ir ao traste unha parte da campaña deste ano», explicaba un atribulado patrón mayor.

Entretanto, la Capitanía Marítima de Vilagarcía había retenido el Norsund en el puerto de Ribeira a la espera de una fianza de 180.000 euros con que cubrir los gastos estimados para sacar la pontona de allí. Su estructura había sido inspeccionada por técnicos de Salvamento Marítimo, llegando a la conclusión de que era inviable retirarla por mar. Que el desguace era la solución más sensata.

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Curiosos en el primer fin de semana tras la llegada del navío

Al día siguiente, sábado, desafiando los penúltimos zurriagazos del huracán, los curiosos empezaron a acercarse a aquel rincón del cabo para contemplar in situ la embarcación con sus treintaytantos metros de eslora por doce de manga y una llamativa grúa amarilla en cubierta. Era un peregrinaje que se iba a repetir durante mucho tiempo, con cientos de personas que desde la carretera del faro tomaban alguna de los abruptos senderos que descendían a aquel roquedal.

Pasaron las semanas. Pasaron los meses. El 11 de agosto, La Voz de Galicia tituló con cierta sorna: «Un nuevo reclamo turístico en las costas de Corrubedo». Las gestiones iban despacio pues había que canalizarlas a través de la embajada en España de la Federación Rusa, que esa era la nacionalidad de una nave cuyo nombre aludía a una diminuta localidad del país de Putin bañada por las gélidas aguas del golfo del Obi. Tal era la lentitud que en octubre la cuestión llegó al Congreso de los Diputados a través de una pregunta parlamentaria:

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Pregunta 184/064192

Ignoramos la respuesta. Pero un mes después de aquella zambullida en la arena política y diez desde que los ferruginosos huesos del Yamburg se diesen una tremenda costalada contra el granito de Corrubedo, comenzó el principio del fin. Las autoridades confirieron a dos lugueses, Oliver Arnau y José Luis Barca, la responsabilidad de desguazar la embarcación hasta no quedar rastro.

Así lo refirió Faro de Vigo el 14 de noviembre en una información en la que, además, se nos reveló un dato curioso: que aquella pontona en vías de exterminación había currado en el Guadalquivir, dragando el fondo del río para alterar la fisonomía de la ciudad sevillana, a mayor gloria de la fastuosa Expo 92. Ahí queda eso.

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Los autores del despiece, junto a la grúa