
Sobres plastificados. Miles de ellos. Revoloteando a merced de los vientos atlánticos. Expandiéndose y contrayéndose. Surcando el cielo como aves extrañas, como criaturas sin alas que planean sobre las saladas aguas de una Europa a la que aún le escuecen las heridas de la Segunda Guerra Mundial.
Sobres plastificados. Miles de ellos. Lanzados por aviones de la indómita RAF [su lema: «Per ardua ad astra»… «A través de la adversidad a las estrellas»]. Diseminados desde más allá de las gélidas costas de Irlanda. Y dentro, preguntas en ocho idiomas ideadas por austeros científicos que tienen asuntos de paz en la cabeza.
Incógnitas cabalgando el aire que clavan el hocico hacia las olas. Enigmas medioambientales en busca de respuesta. Soluciones a la contaminación petrolífera en la Operación Postcard. Y a modo de acicate, una contante, sonante y rodante recompensa.
Y aquí nos preguntamos:
Qué caprichos del azar, qué veleidades del viento y albur de las corrientes, hicieron que, de entre esos 8.573 centelleantes envoltorios arrojados a las nubes del Atlántico oriental, el más veloz de todos, el que primero regresó a su destino en un sobrio edificio cuadrangular de cuatro alturas en plena campiña inglesa, hubiese ido a varar, no a Islandia o a Irlanda o a Escocia o a las Islas Feroe, sino mucho más al sur: a una playa de Corrubedo, traído por las aguas de marzo.

El periódico londinense Daily Herald soltó la noticia en el otoño de 1953 con un enrevesado titular: «RSVP-and you can get 2/6».
RSVP es el acrónimo de la locución francesa Répondez S’il Vous Plaît [Responda por favor]. Y eso de 2/6 quiere decir «two shillings and sixpence» o, lo que es lo mismo, una moneda de media corona. Resuelto el rompecabezas, podemos traducirlo así:
«Responda por favor y usted puede conseguir media corona»
El texto lo aclara todo:
«Diez mil sobres de plástico van a ser lanzados en el Atlántico por la Real Air Force (RAF) como parte de la campaña para evitar la contaminación de las playas por petróleo.
Cada sobre contendrá una postal franqueada, dirigida al Instituto Nacional de Oceanografía en Wormley, cerca de Godalming, Surrey.
Las tarjetas, que se espera desciendan a tierra en Gran Bretaña y el noroeste de Europa, tendrán impreso un simple cuestionario en ocho idiomas.
A quienes las localicen se les pedirá que lo completen —se pregunta la fecha y el lugar donde se encontró el sobre— y lo envíen por correo.
CADA UNA, NUMERADA
Por cada una recibida el Instituto pagará media corona o su equivalente en moneda extranjera.
Cada tarjeta estará numerada y se registrará la fecha y la posición en la que se soltó. De esta forma, el Instituto podrá calcular las velocidades y la dirección aproximadas de las corrientes.
Con estos conocimientos, los barcos pueden ser advertidos de áreas donde no deben arrojar petróleo y así evitar la contaminación de las playas.»

La mente detrás del experimento tiene un dueño: James Norman Carruthers (1895-1973). Graduado en geología con honores de primera clase por la Universidad Leeds, dedicó la época de entreguerras a estudiar el movimiento de las aguas en el mar del Norte y el canal de La Mancha y su incidencia en algunas especies pesqueras. Durante la lucha contra los nazis se integró como personal civil en el Instituto Hidrográfico del Reino Unido. Acabada la contienda, asesoró a los ex enemigos en la fundación del Instituto Hidrográfico Alemán (y la Universidad de Hamburgo lo homenajeó por ello) antes de ser nombrado en 1953 subdirector del Instituto Nacional de Oceanografía.
Esta última entidad había sido creada en 1949, pero no fue hasta el año en que Carruthers se incorporó que los trabajadores ocuparon la sede oficial: un edificio de cuatro plantas levantado en el bucólico pueblo de Wormley, cincuenta kilómetros al suroeste de Londres. Allí empezaron a gestarse prometedores proyectos como el bautizado Operation Postcard [«Operación Tarjeta Postal»], ideado con el objetivo de atenuar los efectos de la contaminación marina por hidrocarburos.
El plan era ingenioso. Con el apoyo de la RAF se pretendían arrojar al océano miles de sobres plastificados con los que simular la deriva de un derrame de petróleo. Aviones Sunderland y Avro Shackleton emplazados en las bases de Pembroke (País de Gales) y Ballikelly (Irlanda del Norte) aprovecharían sus vuelos de entrenamiento para liberarlos, repartidos en paquetes de diez lanzados a intervalos de diez millas y entre 1.000 y 2.500 pies de altura (300-750 metros). Se harían cuatro salidas aéreas, una por estación: invierno, primavera, verano y otoño. Cada sobre estaría numerado y registrados sus puntos de eyección.
Pero para que fraguase el ensayo hacía falta también la cooperación de cada involuntario receptor de las misivas. Por eso, en el interior había unas postales de cartón ordinario (y franqueo pagado) en las que le emplazaba al casual destinatario a que las devolviese a las señas del Instituto Nacional de Oceanografía después de escribir su nombre y dirección y el lugar y la fecha del encuentro. Los textos estaban escritos en ocho idiomas: inglés, francés, castellano, portugués, holandés, alemán, danés y noruego. Para estimular el retorno se prometía una recompensa de media corona o su equivalente monetario extranjero.
El lanzamiento inaugural fue programado para el miércoles 20 de enero de 1954. Dos días después, un periódico de Birmingham publicaba una fotonoticia inmortalizando el momento en que el propio James Carruthers hacía los honores de introducir un fajo de sobres en una de las aeronaves implicadas en la operación.

«DOCTOR JAMES CARRUTHERS, subdirector del Consejo Nacional de Oceanografía del Instituto Nacional de Oceanografía, metiendo un paquete con diez sobres de plástico especial en un hidroavión Sunderland de la RAF, que va a volar 30 millas o más al oeste de Irlanda y entre el golfo de Vizcaya.
Unos 2.100 de estos sobres se dejaron caer sobre un área específica para obtener información sobre las corrientes oceánicas que traen residuos oleosos a las playas británicas. Cada sobre contiene preguntas en ocho idiomas y se espera que los primeros sobres lleguen a tierra en marzo. Se solicita a quienes los localicen que envíen las postales en los sobres al Instituto de Oceanografía.»
Los vaticinios se cumplieron y el primero fue localizado en marzo. Lo anunció el rotativo norirlandés The Londonderry Sentinel el jueves 25 de ese mes: justo el día en que la Academia de las Artes y Ciencias Cinematográficas encumbrará la excelente película De aquí a la eternidad al consagrarla en el teatro RKO Pantages Theatre —sito en la mítica intersección de Hollywood & Vine— como gran triunfadora de los Premios Oscar con ocho estatuillas.
La nota empieza recordando que a mediados de enero dos aviones volaron desde la estación de Ballykelly hasta casi la costa de Islandia para descargar mil sobres de plástico [en realidad, 2.178] a modo de experimento en colaboración con el Instituto Nacional de Oceanografía con el fin de investigar las corrientes marinas. Acto seguido, en el segundo párrafo, ¡llega el hallazgo!

«Esta semana, la primera de las «tarjetas a la deriva» del Instituto, como acertadamente son llamadas, fue recogida en la playa de cabo Corrubedo, en el nordeste de España [sic], y el señor José Vidal recibirá del Instituto pesetas por valor de media corona.»

Ya veis. La Europa occidental posee decenas de miles de kilómetros de costa. Pero la primera tarjeta que se recobró después de haber sido arrojada sobre algún punto azul en el océano se localizó en una playa de Corrubedo tras una travesía aeromarítima de dos meses. Y hay que a reconocerle a José Vidal, a quien presumimos paisano nuestro, el haber tomado la iniciativa de poner el hallazgo en conocimiento de las autoridades británicas: gesto por el que en vez de recibir una pieza de media corona —poco uso en estas tierras le hubiera podido dar— confiamos en que fuese recompensado con su buen puñado de pesetas.
En las estaciones siguientes se hicieron nuevos lanzamientos y la fortuna comenzó a extenderse entre los vecinos de varios parajes: «En Irlanda, Francia e Islandia, la gente de las costas tuvo suerte y consiguió muchas medias coronas, pero nadie en Gran Bretaña encontró una sola», escribirá el periódico Larne Times el 29 de julio de 1954. Una semana después, el 7 de agosto, The Courier & Advertiser informa de que, de las cuatro mil tarjetas arrojadas en enero y mayo, más de un centenar han sido devueltas al Instituto Nacional de Oceanografía. «Se cree que un gran número llegará pronto a tierra en el canal de la Mancha y el canal de Bristol, y en la costa oeste de Escocia», pronostica el rotativo, como presagiando un chaparrón de monedas.

Pero ¿sabéis qué? No necesitamos seguir rebuscando por las hemerotecas. Tenemos la visión de conjunto.
En septiembre de 1962 un colaborador de James Carruthers en la Operación Postcard, el comandante A. L. Lawford, publicó un informe en el que a lo largo de 23 páginas desmenuza datos, traza comparativas y labra las conclusiones del ensayo. Eso sí, al trabajo le endilgó un título bastante prosaico:

Y aquí nos encontramos con algo inesperado.
Los primeros sobres se arrojaron el 20 y el 23 de enero de 1954: un total de 2.178. Ahora bien, el plástico empleado (polietileno de calibre 300 sellado con calor en los bordes) no resultó lo suficiente robusto como para resistir el embate de las olas y «solo 4 tarjetas retornaron en una condición reconocible». Se recogieron en Corrubedo, cerca de Santander, en el estuario francés de Gironda y en un tal cabo «Villero» [¿Villano?].
El diagnóstico: «Lanzamiento fracasado». Los cuatro cuestionarios no fueron contabilizados a la hora de exponer los resultados de la investigación.

Los tres lanzamientos posteriores fueron considerados válidos tras sustituir el envoltorio por una solución de policloruro de vinilo (el famoso PVC): ocurrieron el 5 y 7 de mayo (2.239 sobres), el 31 de agosto y 1 de septiembre (2.146 sobres) y el 17 y 19 de diciembre de 1954 (2.010 sobres). En total, 6.395 sobres, de los cuales regresaron al instituto oceanográfico 2.669 (el 41,7% del total), rociando de medias coronas o dinero equivalente a otros tantos errabundos caminantes de las orillas de toda la franja atlántica continental —desde la URSS hasta Portugal— y de Gran Bretaña, Irlanda, Islandia e Islas Feroe.
Casi una docena de cartones tuvieron tal sosiego en tocar tierra que no fueron devueltos hasta más de un lustro después, ya dentro de la década de los sesenta. En el polo opuesto, a don José Vidal nadie le robará el mérito de haber sido el primero en prestarse a contribuir a la causa anticontaminante de la comunidad científica inglesa, haciendo retornar aquella inaudita postal políglota recubierta de plástico malo mientras Corrubedo hacía ademán de sacudirse el herrumbre legañoso del invierno.

[Algunas fuentes consultadas: The Drift Envelope Experiment in the North-East Atlantic Ocean, 1954 (A. L. Lawford), «Dr. J. N. Carruthers» (ICES Journal of Marine Science, volumen 36), «Commander A. L. Lawford, RN (retd.) Collection» (National Oceanography Centre) y «Oceans Wormley» (Oceans Wormley)].
09/01/2021 at 10:55
Curiosidad científica o quizás la esperanza de una recompensa monetaria, tan útil como escasa en aquellos años, llevó a que nuestro paisano José fuese un precursor en la colaboración por el cuidado medioambiental. Fuera lo que fuese, esta vez a los de Corrubedo no nos etiquetaron de “raqueros” (beachcombers).
Gracias por vuestros “post” que sigo encantado.
Me gustaLe gusta a 1 persona