
El barco zarpó con tres días de retraso. La compañía armadora alemana Norddeutscher Lloyd llevaba varias semanas asperjando con una lluvia de anuncios los periódicos gallegos con el ánimo de promocionar las próximas recaladas de sus buques trasatlánticos en los puertos del noroeste. Entre ellos, el SS Salier, con previsión de salida de A Coruña el viernes 4 de diciembre. Pero no. Un potente temporal en el golfo de Vizcaya provocó la pérdida de dos botes salvavidas, daños en la obra muerta y la consabida demora. Una ola de contratiempos para el capitán Heinrich Wempe, que hacía poco había tomado el mando de la nave, y también para el medio centenar de compradores de billetes de primera y tercera clase (el que espera, desespera), gestionados en las oficinas que José López Trigo y Pablo Meyer regentaban en plaza de Mina, número 1.
Por fin, a las cuatro y media de la tarde del lunes 7 de diciembre de 1896, aquel viejo paquebote de 107 metros de eslora que había vivido tiempos mejores como correo imperial entre Prusia y la lejanísima Australia dejaba a babor la torre de Hércules para poner rumbo a Vilagarcía… El pasaje había engordado con 51 nuevos viajeros junto a sus fardos de trapos y sueños, amén de un cocinero. Como sabemos, nunca llegaría a su destino.

En el verano de aquel mismo año de 1896, Sofía Casanova se había instalado en la aldea de Mera para tratar de superar la depresión a que había sucumbido a raíz de la muerte de su tercera hija, Yadwiga. Había sido su marido, el excéntrico filósofo y profesor polaco Wincenty Lutosławski, quien la convenció de que el clima de su Galicia natal podría ayudarla en su convalecencia. La familia se alojó en régimen de alquiler en una vivienda con vistas a la ría de A Coruña, propiedad de una tal Casilda Rey García.
Por aquel entonces, la periodista y escritora frisaba los 35 años. Aún faltaban dos décadas para que se convirtiera en la primera mujer española corresponsal de guerra en suelo extranjero, cubriendo la Primera Guerra Mundial y la Revolución Rusa para el diario ABC. Pero ya era más que patente su incandescente curiosidad intelectual, capaz de borbotear incluso en aquella recóndita morada, donde recibió a eruditos como el hispanista británico James Fitzmaurice-Kelly, el filólogo y arqueólogo Edward Spencer Dodgson o los poetas polacos Tadeusz Micinski y Stanslaw Przybyszewski. De vez en cuando se acercaba hasta la ciudad herculina para participar en las tertulias de la librería Regional de Eugenio Carré transmutada en Cova Céltica…
Así pues, cuando se produjo el naufragio del Salier, no nos extraña que quisiese dejar testimonio escrito de aquel desdichado acontecimiento refiriendo un episodio vivido por ella en primera persona: la muerte de una de las pasajeras del barco, vecina de Mera, y el poso de desconsuelo que la pérdida de la muchacha dejó en aquella localidad. Copiamos el texto publicado el 19 de diciembre en el periódico La Voz de Galicia:
UNA DE LAS VÍCTIMAS DEL «SALIER»
Con los aldeanos y los marineros yo quise también despedir a la joven Josefa García Neira, que emigraba a Buenos Aires, con el corazón partido de pena, porque dejaba aquí al padre octogenario y tres sobrinitos que ella ayudaba a criar, por ser huérfanos y menores de diez años.
En el umbral de la miserable choza, a la valerosa joven se agarraban, formando un trágico grupo, el padre, los tres huerfanitos que gritaban, las infelices hermanas de aquella mujer, que lloraba, intentando reírse, para simular valor, el sublime valor que en tan doloroso momento podía sólo darle la idea de su sacrificio… Ella no emigraba de la santa terriña ni se arrancaba de prendas queridas de su corazón por el ambicioso afán de hacerse rica; ella iba ¡pobre mujer! desesperada y sola en busca del prometido trabajo que había de dar pan al pobrecito viejo en los últimos años de su vida, a los desnudos huérfanos, y al frío hogar que los cobijaba, la crugiente brazada de tojo que alegra la cocina en el crudo invierno con sus llamaradas y hace hervir en el pote las berzas, que, por gracia de Dios solamente, dan salud, fuerza é inteligencia á mi desventurado pueblo gallego.
El padre de Josefa al darle el último beso le dijo de un modo que hasta lo más hondo del alma conmovió a todos:
—Miña filla querida, hoxe te enterro, e me enterra.
—Cale señor é non diga eso. Dios nustro Señor vai axudarlle…
Cuiden dos nenos… eu volverei, pero antes xa lle manderei pra que merque o cochiño que vendeu pra me comprar a roupa do viaxe, e máis pra pagar os empeños que deixo… ¡Adiós!
—Adiós —sollozaron todos— y corredoira adelante metióse Josefa García camiño de la Coruña, con firme paso, llevando en la cabeza la cesta con el equipo miserable que el furioso viento pugnaba por arrojar al suelo lleno de lodo.
………………………………………………………………………………………….
Cuando al día siguiente del espantoso naufragio del Salier fuí a ver a Manuel García y sus nietos, el cuadro que presencié no es para descrito. ¡El sobrehumano dolor que latía en el alma del padre le impedía hablar, oír… ¡ni llorar podía el desdichado!…
Los tres pequeñitos, espantados, agrupábanse en la fría lareira como si inconscientemente quisieran protegerse unos a otros, y las hermanas de la ausente, en medio del terror que les causó la noticia del naufragio, aun esperaban, ayudadas por la confusión de las primeras noticias, que algunas personas se habrían salvado y que entre ellas estuviera Josefa.
El mar, desde hace una semana, sólo arroja cadáveres a las entristecidas playas. Galicia está de luto, porque hay muchos hogares donde se llora a emigrantes que iban al Salier, y en la choza de Manuel García se han perdido las esperanzas de volver a ver á la desventurada joven que ni tumba encontró acaso, en su tierra…
No hay esperanza ni consuelo en la choza de Manuel García, y no tienen pan ni fuego los infelices que la habitan, ni lo tendrán si no acudimos en su socorro.
Yo me atrevo —por medio de LA VOZ DE GALICIA, en cuya ilustrada redacción toda obra de caridad halla acogida— a rogar a las buenas almas de mi ciudad natal una limosna para aliviar tanto dolor y tanta miseria, al mismo tiempo que de todo corazón doy las gracias a los paisanos y a los marineros de esta aldeíta que no me dejan salir de sus puertas sin poner en mis manos la ofrenda que Dios agradece más: la que dá, húmeda con sus lágrimas, la pobreza.
SOFÍA CASANOVA DE LUTOSLAWSKI
Playa de Mera, 17 Diciembre del 96.

El artículo no acaba ahí. Desde La Voz de Galicia recogen el guante arrojado por la autora y apelan a la caridad de sus lectores para que contribuyan con sus limosnas a que Manuel García y familia no tengan en la Nochebuena «la más triste de las noches»:
No acertamos á añadir una sola palabra al sentidísimo artículo de nuestra ilustre amiga Sofía Casanova.
No se puede describir con más elocuencia el dolor de una familia sin amparo, ni apelar con más expresivos acentos a la caridad inagotable de nuestros convecinos.
LA VOZ DE GALICIA se honra en hacer suyo el llamamiento de la insigne escritora, y aunque ya sabemos que no son las circunstancias actuales las más propicias para requerir del público nuevos desprendimientos, aun esperamos que su magnanimidad inextinguible ha de hallar modo de subvenir a esa gran necesidad que Sofía Casanova expresa con tan trágicos colores.
En carta particular que dirige a nuestro director le dice:
«Ya sé que los tiempos son malos y que las suscripciones en favor de los soldados agotan toda reserva en los hogares, pero en este caso se trata de poco y espero que mis amigos de la Coruña oirán mi voz humilde.
Quisiera para Noche Buena entregar lo recaudado á este anciano sin ventura, y por eso, iniciada aquí ayer la suscripción, no demoro un solo día el envío de esas líneas y de la primera lista á La VOZ.»
Verdadera hermana de la Caridad, Sofía Casanova realiza un esfuerzo digno de su fama por evitar que la Noche Buena próxima sea la más triste de las noches para un anciano á quien quedan ya muy pocas por pasar, y para unos inocentes niños, amenazados de no tener en día tan fausto lo que á muchos otros sobrará: pan y caricias.
Confiamos en que no verá malogrado ese esfuerzo.

Al final, una incipiente lista de contribuyentes con sus correspondientes aportaciones, que pasaban 70 céntimos de las 52 pesetas.
La lista la encabezan Sofía, su marido y las dos hijas que le quedan. Al año siguiente dará a luz a otra más. Halina.

El llamamiento de la autora no cayó ni mucho menos en saco roto y comprobamos cómo en solo veinticuatro horas la cantidad se elevaba hasta las 152 pesetas con 95 céntimos. En la lista de nuevos donantes leemos nombres y apellidos, iniciales, profesiones, gentilicios, indicativos de condición social y de estado civil… amén de la contribución colectiva de los operarios de dos talleres sitos en las calles Torreiro y Galera.

Los días pasan y la cuenta va engrosando más y más…




Hasta que en el Año Nuevo de 1897 La Voz de Galicia publica una nueva misiva de Sofía Casanova enviada al director del periódico, Marcelino Dafonte, en la que describe la entrega de la colecta de los primeros días a Manuel García y relata cómo aquello ayudó, mal que bien, a sobrellevar con risas infantiles las lágrimas de Nochebuena.
Con la carta os dejamos. Felices Fiestas.
Una carta de Sofía Casanova
Sr. D. Marcelino Dafonte, director de LA VOZ DE GALICIA.
Mi estimadísimo amigo: Permítame usted que, llena de agradecimiento, dé las gracias desde su periódico —que con tan loable espíritu de caridad se hizo eco de mi llamamiento— a todas las bondadosas personas que con sus limosnas han acudido a remediar la tremenda desgracia del anciano marinero Manuel García Neira y de sus nietos.
Gracias a la bondad de usted y a la de tantas caritativas personas de la Coruña hemos reunido 80 duros que son casi un año de vida para esta pobre familia.
De acuerdo con los Sres. D. Pedro y don Adriano Urioste, —los que con celo verdaderamente cristiano recogieron muchas limosnas—, entregué el 22, de lo reunido aquí en los primeros días, cinco duros a Manuel García para que en su desolado hogar no faltara ni pan ni fuego el día de Noche Buena, y para que los inocentes nietecitos del viejo tuvieran la modesta cenita de los otros años.
Mucho trabajo me costó hacerle prometerme que comprarían el bacalao y el bollo de Vilaboa que con la botellita de vino y el puñadito de higos constituyen el regalo de los pobres de estas riberas en tan señalado día.
—Quién piensa en comer —me decía Manuel— teniendo tanta pesadumbre?
—Por los niños, —insistía yo— por los niños hay que hacer algo.
Al día siguiente su hija fue a la Coruña, y el de Noche Buena los niños tenían camisitas nuevas de abrigo, sábanas limpias la cama del viejo, un pañuelo de luto la hermana de la nuera y la cenita animó e hizo reír a los niños en medio de tanta tristeza como veían en la casa y el silencio del abuelo, y en las lágrimas de su madre.
Manuel García Neira, que es uno de los muchos héroes ignorados de esta tierra, pues salvó hace muchos años en las peñas de la Marola con riesgo inminente de su vida la del patrón y dos tripulantes de un barco, es hombre de rara virtud como lo demostrará el relato que si Dios quiere haré pronto del salvamento por él realizado.
Me ruega haga pública su gratitud a cuantas personas le han favorecido, por las que pide a Dios su pobre hija muerta, como él asegura.
Desea poner en una caja de ahorros de la Coruña los cincuenta o sesenta duros que le queden después de pagar las deudas más urgentes con el objeto de sacar cinco o seis mensuales, son los que irán atendiendo a las apremiantes necesidades de la vida hasta que se acabe esa cantidad y Dios abra otros caminos.
La certeza de que están asegurados el fuego y el pan en su choza durante varios meses ha sacado a Manuel de la postración que lo retuvo en el lecho muchos días sin querer hablar ni ver a nadie, y anteayer le hallé sentado al sol en un pradito bordeado de helechos y de margaritas, vuelto de espaldas al mar como si temiera ver en sus ondas amargas el cadáver de la que se ausentó para siempre.
Mil y mil gracias a todos, señor director, y créame su siempre agradecida amiga y compañera
SOFíA CASANOVA DE LUTOSLAWSKI
Playa de Mera, 31 diciembre 96.

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