QUEDAN 363 DÍAS

Lisboa, mayo de 1588

Estamos a 30 de mayo de 1588. Lunes. Una descomunal flota zarpa del puerto de Lisboa. Tan enorme que ni los lugareños más viejos recuerdan cosa semejante. 130 barcos surcando el piélago, rumbo al norte. Una masa humana en movimiento. 2.000 remeros. 8.000 marineros. 19.000 soldados. 1.000 caballeros de fortuna. 2.400 cañones. La mayor potencia náutica jamás reunida en estas latitudes.

Tras remontar la estela de aquella pléyade de embarcaciones, vamos a entrar en la Almiranta General: el galeón San Juan. construido en Oporto en 1586, con 36 metros de eslora, 10,7 de manga y 5,7 de puntal. Arbola bauprés, trinquete, mayor, mesana y contramesana. En él va Juan Martínez de Recalde, el almirante general de la flota. Conduce 179 hombres entre la gente de mar y 321 entre la gente de guerra. Artillería: cuatro culebrinas, doce medias culebrinas, cinco medios cañones, cinco sacres, ocho medios pedreros, catorce falcones pedreros y dies versos. 58 piezas en total. La nave «más bien artillada de la Armada».

Moviéndonos entre aquel hacinamiento de hombres y armas, nos disponemos a buscar al protagonista de esta historia: al mando de 87 soldados, el capitán don Gómez de Carvajal.

QUEDAN 310 DÍAS

La Gran Armada abandona aguas gallegas el 22 de julio de 1588 en un gravado de David Law (1831-1901)

«Es mozo honrado, cuerdo y de entendimiento», dirá de él el marqués de Cerralbo. Había venido del sur de Italia con Diego Pimentel, maestre de campo del bravo Tercio de Sicilia. Hacía seis años que era capitán. Antes había sido alférez y soldado en la misma unidad, fundada hacía medio siglo por orden del emperador Carlos V.

Hermanos: el licenciado don Sebastián de Carvajal (desde principios del siglo XVII ocupará puestos de responsabilidad bajo el reinado de Felipe III: alcalde de la Corte Mayor de Navarra, alcalde del crimen de la Chancillería de Valladolid, alcalde de la justicia de Sevilla… Lope de Vega —que al parecer también iba a bordo del San Juan según acaba de descubrir el historiador Geoffrey Parker— le dedicará su tragedia La inocente sangre) y don Francisco de Carvajal, capellán del duque de Lerma.

El viernes 22 de julio de 1588, el galeón San Juan zarpa de La Coruña en medio de la flota. Se han estado reaprovisionando de bastimento y aguada. Delante avanzan las naves ligeras. Después las doce naos que forman la vanguardia. A continuación las cuatro galeazas mandadas por Hugo de Moncada. Luego, los galeones portugueses, con el San Martín como Capitana Real —en él navega el mandamás de la expedición: el bisoño Alonso Pérez de Guzmán, séptimo duque de Medina Sidonia y con la Almiranta de Martínez de Recalde a la cabeza del ala derecha. Detrás, el cuerpo de batalla (treinta naos). En la retaguardia, para avisos y socorros, veinte carabelas.

Allá van. Prestos a derrotar al enemigo hereje y a derrocar a Isabel del trono de Inglaterra.

Allá van. Lanzados al desastre.

QUEDAN 293 DÍAS

Defeat of the Spanish Armada de Philippe-Jacques de Loutherbourg (1740-1812)

«En amaneciendo nos dio toda la armada del enemigo carga a la Almiranta, como otras veces, donde todos desamparados nos dejaron. Y viendo que la Capitana Real ni otras naos no hacían vuelta a socorrernos acabó que nos habían tirado más de mil cañonazos con mucha arcabucería y mosquetería, y este galeón Almiranta a ellos más de trescientos. Nos socorrieron el galeón San Mateo y el galeón San Felipe, en los cuales iban el maestre de campo don Diego Pimentel y el maestre de campo don Francisco de Toledo, los cuales lo hicieron tan bien que nos desempeñaron, juntamente con otra nao vizcaína de la escuadra de Juan Martínez de Recalde; y fue de suerte que quedaron los dichos dos galeones muy empeñados, y así la dicha Almiranta General hizo vuelta sobre ellos. Y viendo su determinación, nuestra Capitana y la demás Armada hicieron la dicha vuelta y así los desempeñamos. Y los dichos dos galeones y la nave vizcaína se tornaron otra vez a meter entre la armada del enemigo, de suerte que de los muchos cañonazos quedaron desaparejados y de manera que no podían navegar. Y viéndolos de esta manera, ni la Capitana ni ninguna de las demás naos los socorrían; y queriéndolo hacer el almirante general, le envió a decir el Duque que siguiese su derrota y que no se empeñase por nadie, que fue harta lástima para él y a todos los demás. Y vino la noche cerrando de manera que no se pudo saber qué se hizo de los galeones más de que como a las nueve de la noche dicha, pasamos por bordo de la nao vizcaína que atrás se dice que se empeñó con los dos galeones, y oímos que daban voces que se iba a fondo, de la cual se salvó casi toda la gente, excepto algunos heridos y enfermos; que estos eran los que daban voces»

Fragmento de la carta remitida por el almirante Martínez de Recalde a Martín de Idiáquez en la que cuenta la campaña realizada por el galeón San Juan desde que salió de La Coruña

La viva estampa de la impotencia. Una de tantas. Ocurrió el 8 de agosto de 1588. La jornada se había abierto con siete brulotes —barcos envueltos en fuego para arrojar al enemigo— lanzados en la noche contra la flota española… logrando sembrar en ella la confusión y el miedo. Touché. El encadenamiento de despropósitos había empezado dos semanas antes con un tren de tormentas diezmando la Armada en el golfo de Vizcaya. «Yo envié a mis naves a pelear contra los hombres, no contra los elementos», dicen que dijo Felipe II aunque no es verdad. Como tampoco es verdad que el bando cristiano, arrogante, se hubiese autobautizado Armada Invencible. La superchería se la inventó William Cecil, barón de Burghley, en su Copia de una carta mandada desde Inglaterra a don Bernandino de Mendoza, embajador en Francia del Rey de España, declarando el estado de Inglaterra contrariamente a la opinión de don Bernandino y todos los demás partidarios de los españoles. La carta era tan falsa como los baños en leche de burra de Cleopatra. Los isabelinos estaban ganando la batalla naval y habrían de ganar también la guerra propagandística. Y pronto, muy pronto, iban a buscar venganza lanzando contra la península Ibérica su propia ofensiva.

Toda acción conlleva una reacción.

QUEDAN 249 DÍAS

La isla cuasidesierta de Great Blasket en una vista actual

Después de dos días a la intemperie en medio de un salvaje temporal, el capitán Gómez de Carvajal puede abandonar la isla y pisar de nuevo el galeón San Juan.

Estamos a domingo 21 de septiembre, festividad de San Mateo. Uno a uno, el capitán y sus hombres van entrando en el barco por una planchada. El viernes habían sido enviados a aquella isla —Great Blasket, al extremo más occidental de Irlanda, casi en el confín de Europa— para hacer aguada. Llevaban consigo 21 pipas. Suficientes para almacenar más de 6.600 litros. El sábado, una de las tormentas más brutales que se recuerdan, con vientos bestiales del nornoreste, a punto estuvo de hacer naufragar el San Juan, que se salvó de milagro. No tuvo esa suerte la nao vizcaína Santa María de la Rosa que, a la vista de quienes permanecían la Almiranta, se fue al fondo con más de 400 hombres.

El domingo ha amanecido con calma, pero hay un mar bravo en la costa que podría hacer pedazos el galeón si se acercase demasiado. De ahí que el almirante Martínez de Recalde diese orden de crear una planchada para que Gómez y sus hombres pudieran embarcar sin poner en riesgo el navío. Así se hizo. El capitán ya ha vuelto a bordo. El San Juan, maltrecho, ya puede seguir su huida.

QUEDAN 233 DÍAS

Maqueta del galeón San Juan en el Museo Militar de A Coruña

Al anochecer del miércoles 7 de octubre, el San Juan entra en el puerto de La Coruña acompañado de los pataches San Esteban y La Isabela. El galeón viene innavegable, con el espolón roto y el bauprés y el trinquete muy debilitados. Su tripulación, exausta. Apenas quedan provisiones para tres o cuatro días: atún, pan, vino. Ni un solo proyectil para su prodigiosa artillería. Se dan instrucciones para comenzar las reparaciones.

Martínez de Recalde, enfermo, morirá diecisiete días después en una celda del convento de San Francisco. Don Gómez es alojado en la ciudad con los 56 soldados que le quedan al mando. Les socorren con 3.600 reales.

QUEDAN 45 DÍAS

La reina

El 13 de abril de 1589, jueves, una descomunal flota zarpa del puerto de Plymouth. Seis galeones reales. 60 mercantes ingleses. 60 urcas holandesas. 20 pinazas. Docenas de barcazas y lanchas. En total, cerca de 200 barcos surcando el piélago. Rumbo al sur. Conducen 27.667 hombres. Al mando, un antiguo pirata: el legendario Francis Drake, quien ha despuntado en la lucha contra la supuesta Invencible.

Isabel, la Reina Virgen, quiere tomarse la revancha. Con el descalabro de los católicos las costas ibéricas están inermes. Inglaterra urde un plan. Primero, arrojarse contra los puertos donde los navíos sobrevivientes se encuentran en reparación, empezando por Santander. Segundo, tomar Lisboa y sentar al bastardo Antonio de Crato en el trono de Portugal, ocupado por Felipe II. Y tercero, marchar sobre las Azores para erigir una base desde la que atacar los ricos convoyes españoles de la flota de Indias.

Sir Francis Drake navega en el buque insignia: un galeón de 46 cañones construido en 1577 en el astillero de Deptford. Su nombre, Revenge.

Venganza.

QUEDAN 14 DÍAS

«Quen teña honra que me siga!»

Las cosas no están saliendo exactamente como habían previsto. Y no solo porque un inoportuno temporal en el Cantábrico condujo a Francis Drake a desobedecer las órdenes recibidas y, en vez de invadir Santander, se echó sobre La Coruña. También porque lo que al iniciarse el asedio la semana anterior parecía una empresa fácil —reducir una ciudad mal guarnicionada y con unas defensas pobres— está tomando cada vez peor cariz.

Hoy es 14 de mayo, domingo. Aún no ha empezado a romper el alba. El barrio de la Pescadería ha caído, pero la parte alta de la urbe está siendo defendido con uñas y dientes. Militares y civiles, hombro con hombro, guardando las murallas que rodean la Ciudad Vieja. Varones, mujeres y niños. Empuñando espadas y lanzas. Protegiéndose a disparos de arcabuz. O a pura pedrada.

Como una suerte de metáfora, los rescoldos del San Juan crepitan en la oscuridad en las proximidades del castillo de San Antón. La otrora Almiranta General había sido acribillada a cañoñazos por la flota invasora. No quedó otra que abandonarla y prenderle fuego. Pero con una sorpresa. Cuando los ingleses entraron en ella para apropiarse de sus estandartes, estallaron los barriles de pólvora que, ladinamente, sus antiguos ocupantes habían dispuesto dentro. La explosión se llevó por delante quince enemigos.

Morir matando.

Hay una calma tensa en las murallas de la ciudad mientras se espera la siguiente arremetida luterana. Bisbiseos que quiebran el silencio de la noche. El rumor de las olas. Si fuésemos pájaros, vislumbraríamos la densidad de las sombras humanas diseminadas por el perímetro defensivo. Y sí. Con suerte también podríamos divisar la de don Gómez de Carvajal, a quien, junto con otros dos mandos —el capitán Álvaro Troncoso y el alférez Antonio Barrera—, se le ha encomendado coliderar la protección del tramo que dista entre Puerta Real y el Cubo Minado.

Helo aquí. Nuestro protagonista. Volcado con la salvación de la urbe como si fuese un coruñés más. Nueve jornadas antes, cuando la armada inglesa aún era una amenaza que se cernía por mar, a Carvajal le tocó vigilar la orilla desde el convento de San Francisco hasta la fuente de la Sierpe (desde la Torre de Control Marítimo hasta la playa de San Amaro si estuviésemos empleando la cartografía actual).

Y ahora los hechos están a punto de precipitarse. Porque, cuando despunte el alba de este domingo, los ingleses aprovecharán una brecha para tratar de penetrar dentro del recinto amurallado. Para cruzar la última barrera y que La Coruña caiga. Emerge entonces el suceso más trascendental en toda la historia de la ciudad. Una mujer despechada, herida en el alma, clava una lanza en el alférez que dirige el asalto inglés.

«Quen teña honra que me siga!», dicen que dijo María Pita.

QUEDAN 8 DÍAS

El HMS Revenge de Francis Drake

Derrotadas y humilladas pero no vencidas, las huestes de Drake se disponen a resarcirse cumpliendo el segundo de los objetivos fijados. Navegan hacia Lisboa para convertir en rey de Portugal a don Antonio, prior de Crato, simpatizante de la causa inglesa que viaja con la expedición. Mientras, en la ciudad lusa trabajan a destajo para fortificar las defensas. La artillería de los castillos y baluartes de San Julián, Oeiras, Trafaría y Caparica, que protegen la entrada al estuario del Tajo, han sido concluidos con éxito.

A medida que crece el nerviosismo se proponen nuevos planes. El 20 de mayo, Alonso de Bazán sugiere extender una inmensa cadena entre la Torre de Belén y la Torre Vieja de Caparica para frenar en seco el avance de la flota isabelina y, después, arrojar contra ella barcos incendiados —brulotes—. La sugerencia es descartada por falta de tiempo para preparar su ejecución.

Ese mismo día, sábado, entra en Bayona don Gómez de Carvajal. El capitán viene en misión secreta. Ha sido ordenada por el mismísimo rey. Nuestro alatriste debe aparejar dos carabelas y, con sigilo, navegar hasta Inglaterra para reunir cuanta información tenga valor acerca del estado defensivo de la isla enemiga. Y es que Felipe II ya está maquinando un nuevo ataque ahora que las reparaciones de los barcos de la Armada están próximos a concluir.

Operación delicada. Empresa crucial de la que podría depender el futuro del imperio. Carvajal demorará tres días acondicionando los navíos. Les coloca nuevos trinquetes y baupreses. Lobos con piel de cordero: su aspecto es vulnerable pero están fuertemente armados.

QUEDA 1 DÍA

La defensa de Lisboa ante el azote inglés

El 27 de mayo don Antonio de Crato es proclamado rey.

Ahora bien, qué más quisiera él que esto aconteciera en Lisboa. No. Aun en contra del criterio de Drake —se impuso la opinión del general John Norris, el otro mandamás en la expedición—, los ingleses han optado por desembarcar en Peniche, pequeña localidad situada a setenta kilómetros al norte. Toman su fortaleza sin apenas oposición. Después, escoltado por cien soldados de su guardia personal, el prior ve consumado su largamente perseguido sueño que ya había intentado dieciocho años antes. Brindis al sol o simbólica unción sin ningún efecto fuera de los lindes de aquel pueblo.

O sea que la lucha sigue. Los isabelinos se disponen a marchar hacia la capital. Entretanto, don Gómez de Carvajal se ha topado con un obstáculo imprevisto a la hora de llevar a cabo su trascendente misión. Una y otra vez, las dos carabelas porfían por doblar el cabo Finisterre pero, aun siendo embarcaciones muy bolineras, el viento del norte les impide avanzar. Al capitán no le queda otra que armarse de paciencia y esperar el siguiente intento.

Hasta que.

EL DÍA DE LA MUERTE DEL CAPITÁN DON GÓMEZ DE CARVAJAL

Corrubedo en el mapa del cartógrafo portugués Pedro Teixeira (1595-1662)

Ahora sí. El domingo 28 de mayo de 1589 las columnas inglesas al mando del general Norris inician su marcha por tierra hacia Lisboa en tanto que la flota de Francis Drake lo hace por mar. El combate es inminente. Más al norte, don Gómez de Carvajal prueba su enésima tentativa de doblar Finisterre. Vuelve a fracasar. Cae la tarde y el capitán decide refugiarse en el puerto de Corrubedo. Su presencia no pasa desapercibida para dos naos inglesas que andan merodeando por aquellas aguas y divisan las carabelas de inofensivo semblante. Los luteranos botan dos lanchas con el fin de apropiarse de aquel par de presas fáciles. Y entonces…

«A media noche nos salieron dos lanchas de enemigos ingleses con más de cien hombres y nos asaltaron con ímpetu, y todos acertaron a embestir con la carabela Concepción donde venía don Gómez de Carvajal, y por estar la otra carabela un poco desviada no pudo socorrer a tiempo, y así peleamos con todas dos lo mejor que se pudo, quiso Dios que don Gómez quedó muerto de un esmerilazo con cuatro soldados y diez heridos. De dos pilotos escoceses que llevábamos nos mataron el uno y también murió el piloto portugués, pues no puede seguir el viaje»

Fragmento de la carta enviada por el alférez Mérida al rey Felipe II. Bayona, 30 de mayo de 1589.

Y así, el disparo de una pequeña pieza de artillería a la que llaman esmeril acaba con la vida del capitán don Gómez de Carvajal. No pudo contemplar la huida de las dos lanchas enemigas, sorprendidas por la resuelta defensa de la carabela Concepción. Tampoco saber de la vergonzante derrota de los ingleses en Lisboa. Ni del posterior fracaso en el asalto a las Azores. Ni de la consiguiente caída en desgracia de Francis Drake a ojos de su reina. Y nunca pudo, ni que decir tiene, llevar a término su misión secreta.

Y aunque hubo nuevos capítulos en este enfrentamiento encarnizado entre Felipe II e Isabel I [sin ir más lejos, esa Segunda Armada Invencible de 1596 a la que según parece pertenecen los cañones recobrados el mes pasado de nuestras aguas] algo nos dice que los renglones de esta crónica épica bien pudieron haberse torcido aquí. Con un disparo de esmeril en Corrubedo.

[Algunas fuentes consultadas: Contra Armada (Luis Gorrochategui), Armada Española desde la Unión de los Reinos de Castilla y de Aragón (Cesáreo Fernández Duro), La Batalla del Mar Océano, Volumen IV (José Ignacio González-Aller Hierro, Marcelino de Dueñas Fontán, Jorge Calvar Gross y María del Carmen Mérida Valverde), Historia y descripción de la ciudad de La Coruña (Enrique de Vedia), La Sala de Alcaldes de Casa y Corte en el Reinado de Felipe II (Lara María Rico Vega) y «Resumen del historial de los navíos portugueses que participaron en la jornada de Inglaterra de 1588» (Contralmirante José I. González-Aller Hierro, Revista de Historia Naval, número 116)]