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Bajo una ola en altamar en Kanagawa, icónica estampa japonesa también conocida como La Gran Ola

El mismo día en que el trovador folk Blind Alfred Reed grababa la pieza «How Can a Poor Man Stand Such Times and Live?», una de las primeras canciones protesta de la historia —hasta Springsteen la ha versionado—, como reacción al recientísimo crack de la bolsa de Nueva York, los lectores del diario barcelonés La Vanguardia se desayunaban con un suceso que los tuvo que dejar entre ojipláticos y boquiabiertos. El texto, publicado el miércoles 4 de diciembre de 1929, solo ocupó nueve líneas. Una nimiedad. Pero la magnitud de lo contado nos hace pensar que si los encorbatados brokers de Wall Street estaban viviendo la tormenta perfecta (y ya no digamos el pobre hombre de la calle según se lamentaba el bueno de Reed), lo que sintieron los tripulantes del Cabo Huertas a la altura de Corrubedo no se quedó para nada atrás: aquello fue un maremoto con todas las letras.

Los prolegómenos. El Cabo Huertas había sido un encargo de la empresa sevillana Naviera Ybarra a la Sociedad Española de Construcción Naval (SECN) y fue botado el 27 de mayo de 1922. Sus dimensiones no eran desdeñables: 85 metros de eslora por 12,7 de manga. Su arqueo de registro bruto era de 2.778 toneladas. El porte era notable, tal y como se puede apreciar en esta fotografía, tomada cuando aún estaba en gradas:

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El Cabo Huertas, en plena construcción en los astilleros de la SECN en Sestao

El buque tenía un hermano gemelo: el Cabo Roche. Ambos fueron el resultado de una compleja operación en la que la Naviera Ybarra y su rival la catalana Compañía Trasmediterránea se habían aliado para dominar en régimen mancomunado el transporte de cabotaje en España: una situación que perduró hasta la entrada en el tablero de otra naviera sevillana, Sota y Aznar, que en 1930 les declaró una guerra de tarifas. Pero la sangre no llegó al río Guadalquivir (¿o sí?): se entendieron y compartieron el pastel.

Hechas las presentaciones vamos con el breve de La Vanguardia. Dice así:

«El vapor Cabo Huertas, durante la travesía de Santander a Vigo, vióse grandemente comprometido a causa del temporal fortísimo. A la altura del cabo Corrubedo, un golpe de mar le metió a bordo más de cien toneladas de agua, llegando el buque a Vigo enormemente inclinado sobre estribor. El temporal continúa y llueve torrencialmente hace más de vienticuatro horas. — Lustre».

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El pequeño artículo publicado en La Vanguardia el 4 de diciembre de 1929

Que te caigan más de cien mil litros de agua salada de un solo golpe en cubierta es una barbaridad. En cuanto leímos la noticia nuestra mente se teletransportó a ese maravilloso grabado japonés titulado Bajo una ola en altamar en Kanagawa y no pudimos resistirnos a colocarlo arriba del post. Usando la imaginación, solo hay que sustituir las barcazas de madera por un casco de buque y el monte Fuji por nuestro faro de Corrubedo y, alehop, el ensalmo está hecho.

Un año después, el 1 de diciembre de 1930, el barco volvió a ser flor de rotativa porque otro vapor, el Araya-Mendi, propiedad de —vaya por dios— Sota y Aznar, embistió de noche contra él en la desembocadura del Guadalquivir y le causó una vía de agua en el costado de estribor que inundó su bodega de popa. Parece ser que la colisión fue fortuita y que, de escoger un culpable, habría que señalar al Cabo Huertas que fue el que se atravesó en el rumbo del otro. Su capitán, Francisco Treviño, ordenó embarrancar el carguero en la playa para prevenir una explosión de las calderas, dicen que con buen criterio y además logró salvar la vida de toda la tripulación. Pese a los primeros diagnósticos, el barco salió bien librado  y fue reparado en los astilleros en Bilbao. Las pérdidas superaron el millón de pesetas de aquellos tiempos.

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«El Cabo Huertas, perdido» daba por sentado el madrileño La Voz tras la brutal colisión

En fin, para ir acabando diremos que el Golpe de Estado de 1936 lo pilló en territorio rebelde (Vigo otra vez) y que le cambiaron el nombre por Tausend durante la Guerra Civil. Acabada la contienda, restablecerá su denominación original y disfrutará de una larga vida en términos náuticos hasta que en 1963 le será concedida una bien merecida jubilación llevándolo al desguace.

Aún nos queda un detalle que comentar. Es sobre el autor del texto. El apellido que lo firma, Lustre, es Lustres en otras noticias del mismo diario y tenemos fundados motivos para creer que se trata de alguien nacido muy cerca de aquí, en nuestro mismo ayuntamiento: el periodista riveirense Manuel Lustres Rivas. Desgraciadamente, él sí que no tuvo una larga vida: el arranque de la Guerra Civil también le cogió en Vigo y tras apresarlo en la redacción del periódico en el que trabajaba lo asesinaron en noviembre del 36, represaliado. Volveremos sobre el tema.

There once was a time when everything was cheap,
But now prices nearly puts a man to sleep.
When we pay our grocery bill,
We just feel like making our will —
I remember when dry goods were cheap as dirt,
We could take two bits and buy a dandy shirt.
Now we pay three bucks or more,
Maybe get a shirt that another man wore —
Tell me how can a poor man stand such times and live?

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El ciego Alfred Reed, en el centro de la imagen

[Algunas fuentes consultadas: Los servicios mancomunados. El Cabo Roche y el Cabo Huertas (Vida Marítima) y Prácticos de puerto: evolución, vicisitudes y circunstancias (Francisco José Iáñez Llamas)]