
«Imaginad, que es el triste
calabozo de este Reyno,
en donde á carcel perpetua
me condena el hado adverso.
Que es á la vista del mar
el Ponto de mi destierro,
donde me asustan horribles
bramidos del Corrubedo.
En cuyas inquietas olas
son los arrullos estruendos,
y estando el Cielo sin nubes,
forma en sus espumas truenos.»
Pintiparado.
Ni escrito a propósito de los soleados días con que nos está agasajando la última semana del invierno. Ni una nube en el cielo, igual que en el poema, pero un aluvión de olas que meten miedo tal y como podemos apreciar en la imagen superior, tomada el martes pasado en el entorno del faro.
Y sin embargo (lo arcaico del lenguaje lo evidencia) estos versos fueron garabateados hace un montón de tiempo. Los compuso un poeta de nombre Diego Antonio Zernadas y Castro. Así… Con Z… Vivía en una aldea a 30 kilómetros de aquí, cerca de Noia. Y aunque está medio olvidado dicen que fue el poeta más sobresaliente que nos dio Galicia en el siglo XVIII. Lo llamaban Cura de Fruime.

Nuestro protagonista nació tal día como hoy hace 315 años: el 18 de marzo de 1702 en Santiago de Compostela, hijo del escribano Antonio Zernadas, secretario de la universidad, y de María de Castro. Recibió, pues, una educación ilustrada, estudiando latín con los jesuitas y graduándose en teología cuando corría el mes de enero de 1729.
Al año siguiente, aquel joven alto y risueño tomó posesión del curato de Fruime situado a cinco horas a caballo de su ciudad natal. Cuentan las crónicas que al llegar a aquel lugar inhóspito le invadió la desolación. De una de las mecas del conocimiento se iba a vivir entre «montañas tan escarpadas, y una tierra tan árida, escabrosa y quebrada, que parecía más propia para habitación de fieras que de hombres». Un panorama nada inspirador para alguien cultivado…
Al entrar en la que iba a ser su iglesia todo cambió: arrinconada, yacía una imagen de Nuestra Señora de los Dolores de la que se quedó prendado en su sencillez y le ofreció su libertad… Literalmente… Como cura recluido en aquel pueblo ignorado ejerció el sacerdocio hasta su muerte sucedida 47 años más tarde, el 30 de marzo de 1777.
Y hasta aquí, las grandes pinceladas de su vida.

Parece ser que fueron un tal Mateo Taboada y un tal Vicente Móñez y Gómez, amigos del finado, quienes se afanaron en reunir la obra del de Fruime y la editaron póstumamente entre 1778 y 1781. El cura ya había publicado algunos escritos en vida, pero fue esta vasta compilación, impresa en siete tomos por Joachin Ibarra, gran maestro del oficio, la que evitó que su nombre —con C en Cernadas, curiosamente…— cayese en el abandono definitivo. Hoy pueden ser consultados a través de la web de la Biblioteca Nacional de España.
Apuntábamos que seguramente fue nuestro poeta más importante en el siglo XVIII. No lo decimos nosotros, lo afirma gente que entiende de esto como el intelectual y catedrático Basilio Losada, en tanto que el escritor Ramón Otero Pedrayo lo denominó «bardo nacional de Galicia». Ahora bien, hay que ponerse en el contexto: estamos en plenos Séculos Escuros y a duras penas se cuentan con los dedos de una mano los sabios ilustrados de cualquier campo que florecieron en nuestro país: Fray Martín Sarmiento, el Padre Feijóo, Zernadas, José Cornide y poco más… Lo que también se dice es que era un versificador irregular, torrencial, poco dado a pulir sus textos, y por ende un polemista nato: nunca rehuía una buena pelea (literaria, se entiende) con lo que se ganó unos cuantos detractores a lo largo y ancho de España.
Sin embargo los historiadores contemporáneos lo acabaron por ensalzar. Y no tanto por su talento como bardo —discreto— como por su condición de precursor en dos facetas… Por una parte se le considera el primer periodista de Galicia, desempeñando este labor cuando ni siquiera habían llegado aquí los periódicos (sus petitorios, de los que editaba unos 150 al año, eran auténticas crónicas que referían los acontecimientos de más rabiosa actualidad). Y por otra fue un enamorado orgulloso de su tierra, defensor a ultranza de su cultura ultrajada un siglo antes de los Murguía, Rosalía, Pondal o Curros. Todo ello, desde una aldea remota en la que no descuidó la tierna atención a sus feligreses, a quienes no solo ayudaba desde el púlpito o el confesionario sino sudando en la leira: él fue quien introdujo el maíz en Fruime y enseñó a sus habitantes a cultivarlo.
Y ahora vamos con las rimas del principio…
Pertenecen a Satisface la verdad al reparo hecho contra Galicia por el borrón de Fruime, título nada tentador que encierra no obstante dos de las claves que definen su existencia: su inquebrantable amor a Galicia y su sensación de vivir desterrado en un pueblo ignoto.
Echadle un vistazo si queréis… pero bueno… a trazos gruesos lo que nos viene a decir es que por el solo hecho de que un lugar tan bonito como Galicia contenga un sitio tan feo como Fruime no vamos a desdorar la belleza del primero. Y esto lo hace empleando una retahíla de comparaciones poéticas cuando menos maniqueas: una mujer hermosa con un lunar negro, una bonita cabellera con una liendre, el cielo con Saturno, el sol con sus manchas, la azucena con una cebolla, Roma con sus cloacas o un tipo emperifollado y pavón con un pie deforme. Para muestra:
«¿Dexará de ser muy noble,
hermoso y fecundo un Pueblo,
solo porque su recinto
tenga un calabozo horrendo?»
En fin… el caso es que Zernadas asocia Fruime con Corrubedo, cuyo mar le asusta con sus «horribles bramidos» incluso en los días en que las nubes no salpican el cielo. Sorprendente… aunque habría que ponerse en su situación e imaginarnos cómo sería vivir por aquí hace más de 300 años sin todas las comodidades que tenemos ahora… A mayor abundamiento, decir que el arqueólogo, geógrafo e historiador Fernando Fulgosio publicó en 1872 una extensa hagiografía en dos partes en Revista de España en la que refiere la existencia de una misiva enviada por el cura a un tal Juan Alonso Losada y Prado, señor de Pol, en la que vuelve a hacer hincapié en el ronco bramido del mar de Corrubedo y lo compara con el de las Epistolae ex Ponto de Ovidio: esto es, las famosas Cartas desde el mar Negro, aquellas en que el poeta romano llora su tristeza y desolación tras ser exiliado por César Augusto a la lejana Tomis… Y con ello se entiende el sexto de los versos que encabezan este post y todo cobra sentido: el santiagués veía Corrubedo como su mar Negro particular.
El poema por cierto acaba así:
«Si por un rincón como este
se regula el Reyno entero,
eso es como por un diente
inferir que es blanco un negro.»
Sin comentarios.
A principios de este milenio el Concello de Lousame al que pertenece San Martiño de Fruime emprendió una campaña para que en el año 2002 coincidiendo con el tercer centenario de su nacimiento el autor fuese homenajeado en el Día de las Letras Gallegas, idioma que también cultivó aunque mucho menos que el castellano. No tuvo éxito en su cruzada y, hasta hoy, al clérigo se le ha negado semejante distinción. Sí ha recibido no obstante otros reconocimientos, como que el colegio de aquel municipio lleve su nombre (CIP Plurilingüe Cernadas de Castro) o un busto erigido en su honor en el atrio de la que fue su iglesia durante casi medio siglo. Seguimos esperando pues el día que le toque un 17 de mayo.
Alguna vez será. Seguro.

[Algunas fuentes consultadas: D. Diego Antonio Zernadas, un periodista gallego en el siglo XVIII (José Manuel Rivas Troitiño), Síntesis de la historia de la literatura gallega (siglos XV-XX) (Anxo Tarrío Varela), Eruditos de la Ilustración. Entre gallegos y benaventanos (José Ignacio del Amo Lobo), El Cura de Fruime (Fernando Fulgosio en Revista de España, edición de julio de 1872]
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