La Virgen del Carmen de la Iglesia de San Cipriano de Cartago en Vilanova de Arousa

Que en Corrubedo somos devotos de la Virgen del Carmen no admite réplica. La efigie de la Estrella de los Mares ocupa un lugar destacado en nuestro templo parroquial y, no hace tanto tiempo, cada domingo de fiestas de agosto la alzábamos a hombros y la conducíamos al puerto en procesión [I, II, III y IV].

Hasta aquí, lo que sabemos todos. Pero seguramente muchos desconocéis que existe otra imagen de la Virgen del Carmen cuya razón de ser guarda directa relación con nuestro cabo. Se encuentra en la Iglesia de San Cipriano de Cartago, en el municipio pontevedrés de Vilanova de Arousa. Y qué mejor día que hoy, domingo 16 de julio, en la festividad de Nuestra Señora del Carmen, para contar su historia.

Una historia que —no podía ser de otra manera— comienza con un barco.

El galeón Joaquín

Sucedió hacia 1950. Aunque en sus estertores, la industria del salazón no era aún la constelación de construcciones abandonadas en mejor o peor estado de conservación que salpican nuestro litoral. Para abastecer aquellas fábricas, predecesoras de las conserveras de hoy, los pescadores se aprestaban a perseguir los bancos de sardinas que cruzaban nuestras costas. El xeito, el cerco o la ardora eran las artes que solían emplear en su cometido.

Uno de los epicentros del salazón fue Vilanova de Arousa, donde llegaron a concentrarse una veintena de factorías en la primera mitad del pasado siglo. En su puerto anclaba una densa flota de motoveleros, también llamados galeones: embarcaciones concebidas con la misión de desplazarse hasta las zonas de pesca para cargar las capturas y trasladarlas a las fábricas.

Entre aquellos galeones estaba el Joaquín, buque de dos palos matriculado con el folio 4.451.L-3-LTA.3ª, que, al inicio de nuestro relato, se hallaba en el fondeadero de Area Maior, en la ría de Muros cerca de monte Louro, adonde se había dirigido a recoger la mercancía afanada en las profundidades del cabo Fisterra. Después de llenar la bodega, el barco zarpó a las cuatro de la madrugada camino de Vilanova. Parecía uno de tantos viajes entre ambos puntos. Pero esta vez las cosas fueron distintas. Porque, cuando navegaban a la altura de las Basoñas, comenzó a soplar un viento fresco. Se cernió la lluvia y las olas empezaron a crecer.

El patrón ordenó poner proa hacia fuera de los bajos de Corrubedo. El mar se volvió despiadado, voraz, y el Joaquín se sumió en una lucha titánica para librarse de la destrucción. Se dice que el marinero que alumbraba con luz de situación la rosa de los vientos lloraba como un niño al lado del patrón, mientras éste no quitaba ojo al aparato en el empeño de no desviarse del rumbo y avanzar lenta, muy lentamente. En la zona más peliaguda, el motor revolucionaba cada vez que olas como montañas hacían que la hélice perdiese contacto con el agua.

Amaneció, y con la llegada de la luz el mar fue calmándose y el motovelero recaló cerca de la isla de Sagres. De ahí continuó hasta Vilanova, donde el patrón permitió que los hombres de la tripulación fueran a sus casas para cambiarse de ropa, tomar algo caliente y sacudirse la angustia del cuerpo. Eso sí, les apremió a que no se demoraran: aún había que conducir el galeón al muelle de descarga.

Cuando regresaron y subieron a bordo, el patrón ordenó encender el motor. Entonces sucedió lo inimaginable. Sus bombas de inyección salieron despedidas, inutilizándolo. Como una sombra negra e indeleble, un desasosiego invadió al patrón. No podía dejar de elucubrar sobre qué habría ocurrido si el motor se hubiese averiado solo unas horas antes, cuando el Joaquín estaba enfrentándose al temporal en plena noche.

Por eso, en su siguiente singladura al norte, el patrón entró en la Iglesia de Santa María das Areas, templo situado camino del faro de Fisterra, y rezó a la Virgen del Carmen que había allí. Prendido de su belleza, formó una comisión nada más poner el pie en Vilanova con la intención de crear unha imagen similar. Todo el pueblo quiso hacer su aportación y la talla fue encargada a los hermanos Rivas, integrantes de una prestigiosa saga de escultores y pintores de retablos con taller en Santiago de Compostela.

Así que ya sabéis. Si un día tenéis oportunidad de ir a Vilanova y visitar la Iglesia de San Cipriano, no dudéis en contemplar, admirar y —si queréis— rezar a una Virgen que no es sino la muestra de agradecimiento de un pueblo porque, por una vez, ante la impávida faz de Corrubedo, se obró el milagro y el mar no se cobró su tributo.

La historia que os hemos contado apareció en el número 11 de la revista Aunios, publicada por la asociación Piñeiróns en mayo de 2006. El autor del relato original es Manuel Chazo Cores, segundo mecánico naval y marinero distinguido de máquinas en la Armada. Manuel conocía el suceso de buena tinta, pues lo había escuchado de boca de su padre, José Marcelino Chazo Martínez. Quien no era otro que el patrón del barco.

[Algunas fuentes consultadas: «Historia dunha época. O galeón «Joaquín»» (Manuel Chazo Cores), «Galeóns de Vilanova de Arousa. Protagonistas da compra a flote nas Rías Baixas» (José Luis Iglesias García)]