
Nueva York, la torre Eiffel, las pirámides de Gizeh, el Taj Mahal, la Gran Muralla China, una aurora boreal en el círculo polar ártico, Machu Picchu, el Oktoberfest, un volcán en erupción, la Super Bowl, las cataratas de Iguazú, el Bloomsday, donde habitan las ballenas, el monte Fuji entre cerezos en flor, las llanuras del Serengeti, el Partenón, Tombuctú, las iglesias de Lalibela, El lago de los cisnes, los All Blacks bailando una haka, la Capilla Sixtina, la Gran Barrera de Coral, el desierto del Sahara… y un temporal en el cabo Corrubedo. Por supuesto. Experiencias que todo bicho viviente debería proponerse al menos una vez en la vida.
Cada invierno la meteorología nos ofrece su muestrario de tormentas y borrascas, su ración de tempestades. La de estos últimos días ha sido especialmente intensa, fruto de la acción concatenada de tres ciclones de recia sonoridad: el Jürgen, el Kurt y el Leiv. Derroche de energía transformada en una exuberante sinfonía atlántica, en un espectáculo imposible de olvidar.

Pero un espectáculo que conlleva peligros. Por suerte, no ha habido que llorar ninguna desgracia como las que solemos relatar por aquí, en este blog.
Parecen historias remotas, ¿verdad? Propias de una época bosquejada en blanco y negro. Nada más lejos de la realidad. En apenas quince días por dos veces estuvo a punto de ocurrir un siniestro en estas costas. La primera, el 23 de enero, cuando Salvamento Marítimo hubo de rescatar a los cuatro tripulantes de un yate llamado Estrellamar al que se le averió el motor cuando navegaba frente a Corrubedo (todo quedó en un susto y el barco fue remolcado por la Salvamar Sargadelos al Club Náutico de Riveira). Y la segunda, mucho más grave, el 31 de enero, por la zozobra de la planeadora Guiomar Un cuando estaba faenando cerca de la desembocadura del Río de Mar, entre las playas de O Vilar y A Ladeira: su patrón, Adán Pena Armental, fue capaz de nadar medio kilómetro hasta tocar tierra y después correr otros dos hasta encontrar un teléfono con el que avisar a las fuerzas de emergencia y poder auxiliar a sus dos compañeros de tripulación que, por cierto, tampoco habían perdido el tiempo y habían disparado al cielo sendas bengalas… fue un milagro con final feliz.

Para el jueves 2 de febrero se decretó alerta roja por riesgo extremo en el mar. Los científicos tienen sus propios parámetros a la hora de medir con fiabilidad la magnitud de estas cosas. Nosotros también: observar hasta qué punto las olas se elevan sobre la farola y el murallón. Y podemos asegurar que hacía bastante tiempo que no veíamos algo parecido al repertorio que el puerto nos brindó a partir de media tarde…



Si el puerto fue uno de los focos de atención el otro epicentro lo tuvimos en el faro, donde decenas de curiosos se agolparon y, cómo no, cámaras de todo pelaje y condición anduvieron (anduvimos) ansiosas por inmortalizar el momento…


El viernes siguió la tormenta pero además se agudizó el viento y según en qué sitios se hacía dificultoso transitar. Aun así el show marino continuó y quitamos alguna foto:


El sábado arreció la lluvia. Una lluvia pertinaz, densa, que oscureció el cielo y limitó la afluencia de gente. Convenía ir bien abrigado o directamente no salir del coche.


Y el domingo por fin brilló el sol y las olas menguaron su fuerza y los surfistas más intrépidos cabalgaron sobre ellas en la playa de A Ladeira.



Hasta la próxima ciclogénesis. ¿Con qué nombre la bautizarán?
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