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El Anna Robertson zarpando de Malta

No lo busquéis en los libros. No lo vais a encontrar. El naufragio del Anna Robertson en 1867 frente a la costa de Corrubedo ha permanecido completamente olvidado durante este siglo y medio y muy pocas personas han invertido algo de su tiempo en reparar siquiera en la existencia de este buque. Probablemente ha sido eclipsado por otra nave que, con el mismo nombre y de la misma época (o casi), tuvo más notoriedad, pues muchas familias inglesas recurrieron a sus servicios para emigrar a Australia.

Pero aquí lo tenéis. Hermoso. Augusto. Galante. No el otro, sino nuestro genuino Anna Robertson dibujado por un oscuro pintor maltés mientras zarpaba de la isla mediterránea en 1849.

Vamos a tratar de reconstruir su historia.

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Sunderland en 1842 recreado por George Balmer

Datos contrastados. El Anna Robertson fue construido en Sunderland en 1842. Cargaba 317 toneladas. Medía 30 metros de eslora, 7 de manga y 5 de puntal. Tenía el 345509 de número de registro. Era lo que los ingleses denominan barque, una bricbarca: tres palos, los dos primeros con paño cuadrangular, el tercero con vela cangreja.

Sunderland concentraba en aquella época un tercio de toda la construcción naval de Reino Unido. Sus astilleros situados a ambas orillas del río Wear engendraron en el año del Anna Robertson 107 embarcaciones, sumando un total de 26.837 toneladas de carga. Algunos nombres: Cassandra, Castle Eden, Dublin, Excavator, Judith Allan, Paragon, Prince Oscar, Sylph, Venus

Desconocemos qué concreta naviera fabricó nuestro barco. Sus primeras apariciones en prensa datan de octubre de 1842, cuando diversos periódicos británicos (el Morning Post, el Morning Advertiser) anunciaban un viaje a Sidney de la bricbarca bajo las órdenes de un tal capitán Hutchison.

Y… efectivamente… a primeros de marzo de 1843, los rotativos australianos advertían de la llegada del Anna Robertson después de una singladura que había empezado el 30 de octubre en los Downs londinenses. Incluso se cita a algunos de los pasajeros que iban a bordo: William Shaw y familia, Houston Mitchell, Frederick Flood… y el Dr. John Robertson, propietario del buque.

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Australasian Chronicle, 2 de marzo de 1843

¿Quién era John Robertson?

Un mercader. Un hombre de negocios cuya sede estaba ubicada en el número 6 de Birchin Lane, antigua y estrecha callejuela de Londres que según la época fue cuna de barberos, calceteros, hosteleros y vendedores de ropa usada. En abril de 1842, Robertson había transferido la totalidad de su «estado y efectos» al comerciante Abraham Scott, al almacenista Charles Leech y al proveedor de buques Lemuel Goddard. Así lo leemos en The London Gazette.

Once meses después, ya en las antípodas, Robertson se alía con un acaudalado de la zona, Thomas Stubbs. Juntos anuncian la próxima puesta en marcha de una línea de navíos de primera clase que conectará Sidney y Londres, el primero de los cuales es, cómo no, el Anna Robertson: «Tiene un hermoso alojamiento para pasajeros, y se caracteriza por su confort y la liberalidad de su mesa».

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The Australian, 15 de marzo de 1843

La alianza Stubbs & Robertson no solo vendía fletes y pasajes, sino que las páginas comerciales de la prensa australiana se vieron rociadas durante dos meses por una densa oferta de artículos que incluyó cronómetros, tinteros, collares, camisas de muselina, ginebra, vino de oporto, pinturas o pianos… todo ello extraído de las bien surtidas bodegas del barco en su viaje iniciático desde el hemisferio norte.

El 22 de abril, el buque zarpó rumbo a Singapur a las órdenes del capitán George Hutchison, inaugurándose así la mentada línea Sidney-Londres, dos puntos prácticamente opuestos en el globo terráqueo. Sin embargo, tan solo una semana después, la alianza es disuelta de mutuo acuerdo debido a una «enfermedad muy grave» que obliga a John Robertson a regresar a Inglaterra. El sueño de aquella línea transoceánica queda truncado…

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The Sidney Morning Herald, 6 de mayo de 1843

¿Qué ocurrió a continuación? Las siguientes noticias de la bricbarca que hemos encontrado datan de 1845, con el Anna Robertson matriculado en Londres y al mando del capitán Thomas J. Russell.

Nada en esta etapa sería llamativo si no fuera por una curiosidad: el 11 de noviembre de 1845 entraba como aprendiz en el barco un mozalbete llamado Alexander Kidd con ocasión de un viaje entre el fiordo escocés de Forth y el puerto egipcio de Alejandría para transportar un cargamento de carbón. Nieto y sobrino de marinos, Kidd había sentido desde muy pequeño el llamado de la mar. Decide enrolarse en el Anna Robertson y ni siquiera los intentos de su madre de hacerlo desistir amilanan su espíritu indómito. «Insistí en ir y al mismo tiempo tomé la secreta resolución de ascender en la profesión y convertirme en el comandante de un buen barco algún día».

Enseguida se enfrenta con la dura realidad, pues ya en la primera noche de viaje se le revela su inexperiencia en cubierta («me levanté para ayudar al hombre a enrollar la vela, pero bastante tenía con cuidarme a mí mismo»). La brisa de los primeros días se transforma en vendaval y el Anna Robertson se ve forzado a refugiarse en Darmouth, en el sudoeste de Inglaterra, para hacer reparaciones. «Un montón de calafateadores, carpinteros y otros comerciantes acudieron a bordo y la tripulación permaneció arreglando velas y trabajando en el aparejo, confinada en el barco sin que se le permitiera ir a tierra». Por suerte para él, Kidd es designado junto a otro joven aprendiz como uno de los remeros del bote con que el capitán Russell y el segundo oficial marchan a Darmouth para asistir a un baile en un hotel de la localidad.

Ahora bien, no toda la dotación del buque está dispuesta a aquella reclusión a bordo. De vuelta al barco después de llevar a sus superiores a las siete de la tarde y de recibir instrucciones para regresar a buscarlos a medianoche, los chavales son persuadidos por cinco marineros para ser conducidos a tierra bajo la promesa de que los prófugos no se acercarán al hotel del baile. «Sabíamos que seríamos azotados si éramos descubiertos pero teníamos que asumir riesgos para congraciarnos con los marineros con quienes convivíamos en el castillo de proa». O sea que aceptan. Se las apañan para transportarlos en secreto y los marineros se dirigen a la casa de la hija de un calafateador… Pero cuando llega la medianoche y los aprendices vuelven al hotel para buscar al capitán y al segundo oficial, la juerga de los evadidos se había salido de madre… Allí estaban (todos, menos uno: un tal Clark que se las había arreglado para retornar al barco sin ser detectado y perfectamente sobrio), borrachos y armando bronca después de sustraer siete galones de cerveza merced a la sagaz iniciativa de CoxswainTimonel»] Murray. Y será el propio capitán Russell quien apoquine para resarcir al hotel por la cerveza afanada y quien, a eso las dos de la madrugada, conduzca a los cuatro ebrios marineros hasta el bote para llevarlos de vuelta al Anna Robertson. Y cuando están a medio camino en el agua se ponen a pelear entre ellos y casi vuelcan la embarcación, con lo que el primer oficial, de guardia en la bricbarca, ordena bajar otro bote y acude al rescate. A aquellas alturas, ni que decir tiene, «el capitán tenía una cólera sobresaliente».

«Sabíamos que seríamos azotados si éramos descubiertos pero teníamos que asumir riesgos para congraciarnos con los marineros con quienes convivíamos en el castillo de proa»

Las frases entrecomilladas pertenecen al diario de Alexander Kidd, quien después de relatar estos incidentes («nunca los olvidaré») explica que las reparaciones en Darmouth se completaron en una quincena pero aún tuvieron que aguardar seis semanas hasta que se calmaron los vientos del oeste y pudieron reanudar viaje. A continuación tardaron un mes en alcanzar Alejandría, donde después de desembarcar el flete de carbón cargaron otro de algodón con destino a Liverpool. Llegaron en junio de 1846 tras nueve tediosas semanas de travesía. Para su disgusto, justo antes de tocar puerto, la tripulación fue puesta en cuarentena y la carga trasladada a un barco viejo mientras fumigaban y limpiaban el buque.

Kidd confiesa que estuvo a punto de rendirse y abandonar la mar («la vida a bordo del Anna Robertson era todo menos fácil»), pero no lo hizo… no claudicó… y aunque no volvería a navegar con nuestra bricbarca —sus dueños decidieron venderla y los aprendices fueron despachados— ya nunca renunciaría a la vida náutica…

Y sí, su secreta resolución de la adolescencia se verá cumplida: el 1 de julio de 1866, talludo y barbado, le es confiado un buen barco… uno fantástico, en realidad: el vapor a estrenar SS Ajax, con el que visitará el Canal de Suez un mes antes de su inauguración oficial con el fin de evaluar las perspectivas comerciales que abre la nueva ruta (incluso las discutirá con su promotor, Ferdinand de Lesepps), un navío que gobernará diecisiete años, dirigiéndolo durante treinta viajes hasta la lejana China.

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El capitán Alexander Kidd

Nosotros regresamos a los años cuarenta, ya que antes de que concluyese esa década se produce un hecho transcendente: el Anna Robertson cambia de sede y se matricula en Scarborough, población de tamaño medio bañada por el mar del Norte [en ella nació el actor Charles Laughton, protagonista de una famosa y muy marinera película que no guarda absolutamente ninguna relación con quien acabamos de hablar: El capitán Kidd].

En diciembre de 1847 nos encontramos una hoja de inspección suscrita en Londres en la que, además de reflejar la adscripción de la nave al puerto de Scarborough (Scarbro), contiene algunos datos ya detallados arriba: construcción en 1842 en Sunderland, 317 de tonelaje… Pero lo que más nos interesa ahora es citar el nombre de su capitán según lo consigna el documento: R. Mosey.

Report of Survey for Repairs for Anna Robertson, 7th December 18
El resultado de la inspección

¿Qué tiene de particular?

Pues que la archiconocida casa de subastas londinense Christie’s adjudicó el 18 de mayo de 2011 por un precio de 4.750 libras esterlinas un dibujo que, según recoge su página web, contiene la siguiente inscripción en la parte inferior central: «Barque Anna Robertson of Scarboro Richd Mosey Master, leaving Malta 1849»…  La traducción: «Bricbarca Anna Robertson de Scarborough, Capitán Richard Mosey, abandonando Malta en 1849»…

En conclusión. No existe ni la más mínima duda de que la ilustración con que abrimos este post corresponde a nuestro barco… y no al otro Anna Robertson, pese a que alguna base de datos (señaladamente, wrecksite.eu, la mejor o, como mínimo, la más completa página web especializada en naufragios) lo atribuye a este último navío, que era más viejo y más grande.

Por cierto, el autor del cuadro se llama Nicolas Cammillieri, pintor de marinas nacido puede que en 1762 o puede que hacia 1773, y muerto en 1860. Resulta cuando menos inquietante que algunos estudiosos de la historia del arte han llegado a especular con la existencia de dos pintores con el mismo nombre en la misma época, como una suerte de espejo del affaire Anna Robertson: uno, firmante como Nicolas Cammillieri, desempeñaría su oficio en Marsella mientras que el otro, Nicola Cammilleri, lo ejercería en Malta. Investigaciones más recientes aseveran que ambos no son sino una y la misma persona, de una dilatadísima trayectoria artística.

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En este caso, una obra del presunto Cammillieri marsellés: la flota francesa en plena tormenta

No ocurre lo mismo, claro, con los Anna Robertson. Sin duda hubo dos. El otro, el más viejo y más grande, había sido construido en Calcuta en 1816 y desplazaba 441 toneladas. Medía 34 metros de eslora, 9 de manga y 4 de puntal. También estuvo matriculado en Londres. Su presencia en Internet es bastante más ominosa que la de nuestra bricbarca, sobre todo por los muchísimos colonos británicos que emigraron a Australia embutidos en este navío (y por la cantidad de tataratataranietos que andan husmeando sus huellas en la Red).

El 5 de abril de 1852 el barco zarpó de Londres rumbo a Melbourne… y  nunca más se supo. Desapareció sin más. Se zanjaba así para nosotros diez años de confusa convivencia en que al principio nos fue un poco complicado desenredar qué avatares correspondían a un barco y cuáles al otro. Al final, nuestra brújula más fiable resultaron los nombres de los capitanes que, en el caso de este segundo Anna Robertson, fueron los siguientes: Augustus Munro, John Harris y James Hamilton. Los reproducimos aquí para que quede constancia.

En aquel momento Richard Mosey seguía siendo el capitán de nuestra bricbarca, pero no por mucho tiempo: en octubre de 1852 tomó el mando un tal Joseph Ritchie. Eso sí, Richard Mosey y William Mosey, ambos de Scarborough, y James Mosey, oriundo de una pequeña localidad distante doce kilómetros llamada Filey, continuaban como armadores.

La nave prosiguió con sus travesías a puertos del ancho orbe: Trinidad, Hamburgo, Calcuta, Matanzas, Bombay, Puerto Rico, San Petersburgo, Génova, Alejandría… También se fueron sucediendo los capitanes, con apellidos como Andrews, Batty, Slater o Parsons. En algún momento de los años sesenta lo compró un hombre llamado John Mayors, afincado en South Shields, al nordeste de Inglaterra. El barco conservó su sede en Scarborough.

Llegamos al último viaje. El 15 de diciembre de 1866, el periódico Yorkshire Gazette comentaba que el Anna Robertson tuvo que ser remolcado hasta Lowestoft —la ciudad más oriental de la isla británica— debido a la pérdida de un ancla y daños en el cabrestante. En aquel momento, el buque estaba viajando de South Shields a Alejandría.

Sus males no habían hecho más que empezar. El 24 de enero de 1867, anticipándose a sus rivales del microcosmos periodístico, Lloyd’s List anunciaba el suceso que justifica esta historia:

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Lloyd’s List,  24 de enero de 1867

«El ANNA ROBERTSON, de Scarborough, se ha ido a pique en Corrobedo; tripulación salvada».

Se había comunicado la víspera desde Vigo… Una noticia escueta que, más o menos con las mismas palabras, se repitió en otros periódicos al día siguiente: London Evening Standard, Morning Advertiser, Liverpool Mercury

Alguno se explaya algo más:

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The Shields Daily News, 25 de enero de 1867

«Por un telegrama desde Vigo del 23 del corriente, hemos sido informados de que el Anna Robertson, [capitán] Parsons, se ha ido a pique en Corrobedo, tripulación salvada. Este buque tenía 284 toneladas de registro, había sido construido en Sunderland en 1842, y su propiedad corresponde a los señores Mayors e hijo, de South Shields.»

En febrero se nos brinda nueva información: «La bricbarca Anna Robertson, de Scarborough, que se fue a pique en Cabo Corrobedo, venía de Lowestoft (carbón). Chocó con una roca el 17 de enero, y se hundió inmediatamente».

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The Shipping and Mercantile Gazette, 8 de febrero de 1867

Y ya.

El suceso no mereció que nosotros sepamos ninguna otra aportación ulterior a la prensa anglosajona. En cuanto a la española, no hemos hallado ni una sola referencia a este hundimiento ni a la tripulación que se salvó. Cero. Absolutamente nada. Normal que durante siglo y medio el naufragio hubiese permanecido desapercibido para los investigadores.

Pero ahí está. Recogido negro sobre blanco en unas pocas líneas apretadas en aquellas páginas inmensas tan habituales en los periódicos decimonónicos. Y nos gustaría pensar que el pecio sigue con nosotros, mimetizado en la arena del fondo del mar de Corrubedo, como vestigio de un hermoso barco que una vez mereció la inspiración de un pintor maltés… como un eco de aquella dura escuela de vida en la que se curtió un bisoño aprendiz seducido por las olas y ya nada pudo frenar su carrera.

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[Algunas fuentes consultadas: «Ships built at Sunderland in the 1840s» (The Sunderland Site), «Jottings from a Sailor’s Life — The Journal of Alexander Kidd» (COG),  The Blue Funnel Legend: A History of the Ocean Steam Ship Company, 1865–1973 (Malcolm Falkus), «Nicolas Cammillieri of Malta, fl. early/mid 19th Century» (Christies) y Nicola Camilleri alias Nicolas Cammillieri, a Maltese Ship-Painter (Antonio Espinosa Rodríguez)]