Con la noticia de un posible cierre de la fábrica de Cervo irradiando descorazonadora desde la pantalla del móvil, hemos sentido una punzada de anticipada añoranza hacia la réplica en cerámica del faro de Corrubedo que quién sabe si de aquí a poco se dejará de vender en tiendas de artesanía y áreas boutique de grandes almacenes. Una pieza que, en este blog, ha sido retratada en manos de la nieta de los náufragos del Debonair (no en vano, fue en su día obsequio institucional del ayuntamiento de Ribeira).

Pero de repente nos hemos acordado de algo más.

O de mucho más.

No es que el faro de Corrubedo hubiese sido fuente de inspiración para Sargadelos.

No.

O no solo.

Porque Sargadelos ha sido parte del propio faro de Corrubedo desde los mismísimos tiempos de su construcción hace más de 170 años.

¿Lo sabíais? La torre encierra una obra única, exclusiva, pisada una y otra vez por las decenas de hombres abnegados que durante más de un siglo han hecho de la seguridad en la mar, de preservar la salutífera luz frente a las fuerzas indomables de la naturaleza, una forma de vida.

Nada menos que la empinada escalera de caracol que conduce a la cúpula.

El proyecto del faro tal como lo concibió Celedonio de Uribe

Porque, incluso antes que fábrica de cerámica, Sargadelos fue fundición.

No es este el lugar más apropiado para narrar la tortuosa historia de esta empresa, que seguro ha de ocupar ahora mismo a más de un periodista. Baste decir que su impulsor, Antonio Raimundo Ibáñez, comerciante innovador de ideas afrancesadas, linchado y ajusticiado por causa de ellas, puso a andar en 1794 un alto horno en la parroquia de Santiago de Sargadelos, en el ayuntamiento de Cervo, dedicándolo a fabricar munición (para cañones, principalmente) con que suministrar al ejército. Y no fue hasta 1806 que el comerciante decide diversificar la producción y abrir una fábrica de cerámica donde concebir loza al estilo de Bristol, zambulléndose en la industria que a la postre catapultará el prestigio de la marca.

Pocos meses después de que, en febrero de 1809 y al calor de la guerra de Independencia contra las tropas napoleónicas, Antonio Raimundo Ibáñez pereciera después de ser atado a un caballo y arrastrado por las calles de Dompiñor, en Ribadeo, mientras una encendida turba local vociferaba insultos tales como «¡ilustrado!» y «¡vanguardista!» [lo dice la Wikipedia], la fundición, heredada por su hijo José, incorporó a su oferta otro objeto predestinado a colarse en las cocinas de la población civil: los llamados «potes» u ollas de hierro a imitación de las de Burdeos.

Antonio Raimundo Ibáñez Gastón de Isaba y Llano Valdés (1749-1809)

La empresa fue tirando, mal que bien, durante la vida de José. Pero a su muerte en 1836, queda a la deriva, según nos cuenta el estudio «Sargadelos en la historia de la siderurgia española», de Joám Cardona Badía, publicado en el número 3 de la Revista de Historia Industrial. Su viuda nombra un administrador que no logra hacer que remonte el vuelo, así que en 1840, ahogada de deudas, decide arrendarla durante veinte años a un comerciante de Carril llamado Ramón F. Piñeiro, quien a su vez se unirá en sociedad a otros tres hombres de negocios, de los cuales la voz cantante la llevará el financiero compostelano Luis de la Riva Barros.

Y es en esta etapa, la más floreciente de la aventura decimonónica de Sargadelos, en la que se enmarca la construcción de nuestro faro.

Luis de la Riva Barros (1798-1868)

De la Riva y compañía insuflarán liquidez en 1841 con 2.200.000 reales, que ampliarán en 1848 a 4.650.000. Además, aplicarán diversas innovaciones técnicas, entre las que despunta la introducción en 1846 de un sistema de inyección de aire caliente en los hornos, algo de lo que por entonces en España tan solo podía presumir una factoría malagueña.

A los tradicionales potes y calderos explica el trabajo de Cardona Badía, se añade la fabricación de cocinas de hierro, estufas y planchas. Además, Sargadelos se especializa en la producción de tuberías para la conducción de gas y agua, hasta el punto de ser el único suministrador nacional de tubos-sifones, cañerías y llaves para el Canal Isabel II de Madrid. También diseñó cilindros, ruedas hidráulicas, canalones para desagües y dos máquinas de vapor.

La fábrica de cerámica tampoco le va a la zaga, según nos enteramos por «El proyecto ilustrado y la influencia inglesa en el desarrollo industrial de Sargadelos», de Purificación Martul Vázquez y Jesús Varela Zapata, trabajo publicado en el número 11 de la revista Antropológicas. Tras la llegada en 1847 del inglés Edwin Forester para hacerse cargo de la dirección técnica, la fama de Sargadelos rompe fronteras, llegando a contar con más de sesenta oficinas. Forester sustituye la loza por la mucho más fina china opaca e introduce la técnica del estampado o decorado mecánico que había sido inventada un siglo antes en Liverpool. La empresa produce coloridas figuras como pájaros, perros y, sobre todo, los llamados Mambrús: jarras con la figura de un hombre (el duque de Marlborough, se supone) sentado en un sillón, con las manos sobre las rodillas, generalmente vestido con levita azul ultramar, chaleco amarillo, calzas blancas, pantalón y zapatos negros, y una especie de tricornio.

¿Y que hay de los faros?

En ninguno de los dos estudios aludidos hay referencia alguna, pero sí en el imprescindible Faros de Galicia de Jesús Ángel Sanchez García.

Por este libro descubrimos que en Galicia se vivió una precoz utilización del hierro fundido en la construcción de faros, empleándose en escaleras interiores, fustes sobre los que se apoyaba el aparato de alumbrado o balaustradas exteriores del torreón y linterna. Y añade que entre los faros de los que, a través de las menciones contenidas en sus correspondientes memorias, se puede certificar documentalmente la procedencia de escaleras y balconcillos de la fábrica de Cervo, se encuentran los de Ribadeo, Estaca de Bares, Prior, Ons, Silleiro y, cómo no, Corrubedo.

En concreto, sobre el nuestro, dice: «En cuanto a la torre, su fuste ligeramente troncocónico de 9,60 metros de altura se realiza en sillería, dividiéndose interiormente en tres pisos hasta elevar el foco luminoso a 14 metros sobre el suelo y 32,40 sobre el mar. En la sección interior ese hueco se cerraba con una bóveda rebajada de sillería, practicándose la subida a través de una escalera de caracol fundida en Sargadelos y apoyada en las paredes interiores; como era habitual en esos grandes faros, en la clave de bóveda se dejaba una perforación para empotrar la columna de fundición que sostendría el aparato de alumbrado».

Y sin más rodeos:

En 1860 expiraba el arrendamiento de veinte años y, pese a la aparente buena salud de la firma, Luis de la Riva y sus socios decidieron no renovar el contrato. Se inició así un declive sin remedio, convirtiéndola en un muerto en vida hasta su clausura en 1875.

Pero casi un siglo después, en 1970, Isaac Díaz Pardo y Luis Seoane resucitan la empresa. Poco antes, ambos habían ideado un Laboratorio de Formas: iniciativa embebida en el espejo de la Bauhaus que buscaba revitalizar la cultura de Galicia mediante la fusión de arte e industria. Además de la refundación de la fábrica de cerámica de Sargadelos en Cervo, el laboratorio produjo otros frutos como la editorial Ediciós do Castro, el Instituto Galego de Información y el Museo de Arte Contemporáneo Carlos Maside, llamado así en homenaje a aquel amigo de la juventud de Emilio Mosteiro.

El nuevo milenio transcurre entre convulsas vicisitudes llenando páginas de periódicos: desde la salida forzada de Díaz Pardo hasta un dramático concurso de acreedores, pasando por los titulares (llamativos cuando menos) a que da pie la gestión de su propietario actual y que deseamos de corazón no signifiquen un punto y final.

En el camino también nos encontramos con nuevas sinapsis Sargadelos-Corrubedo, como la bonita figura con la que abrimos este post, integrada en el catálogo de Faros de Galicia. O la colección Rede diseñada en 2021 por David Chipperfield, que está inspirada en nuestro mar y nuestro pueblo. Impensable no recordar las nasas apiladas en la rambla del puerto.

[Algunas fuentes consultadas: «Sargadelos en la historia de la siderurgia española» (Joám Cardona Badía), «El proyecto ilustrado y la influencia inglesa en el desarrollo industrial de Sargadelos» (Purificación Martul Vázquez y Jesús Varela Zapata) y Faros de Galicia (Jesús Ángel Sanchez García)]