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Telegrama informando del naufragio del Debonair
[Viene del capítulo 2]

Lo primero, una observación. Siempre habíamos asociado la medalla de la Sociedad Española de Salvamento de Náufragos con el socorro al Debonair. Y así fue, de hecho. Pero no solo…
Porque el auxilio a este yate de bandera inglesa no fue sino la gota que rebosó el vaso de la desbordante humanidad de los vecinos de Corrubedo. Antes hubo otros rescates, otros brazos tendidos a extraños en trance de muerte en la mar que también aportaron pureza a la insignia de plata… José Antonio Ríos Mosquera, ecónomo recién llegado a nuestra iglesia, escuchó algunas de esas historias de boca de viejos patrones y las plasmó por escrito, ovillando un sustancioso relato al objeto de enviarlo al ayudante militar de Marina de Santa Eugenia. Lo hizo el 1 de febrero de 1961 y estas son las primeras líneas que leerá el oficial:

«Señor:

Aunque llevo poco tiempo regentando esta parroquia de Corrubedo, fue el suficiente para percatarme del heroísmo de estos feligreses, que con desprecio de su vida se entregan tradicionalmente al salvamento de cuantos barcos quedan apresados en los garfios de esta costa de la muerte sin distinción de banderas, evidenciando la valentía y caballerosidad que son orgullo de nuestra raza.

Sería interminable consignar aquí, la lista de barcos y vidas, que este tan marinero como valiente pueblo ha salvado de los arrecifes que le rodean según maravillosos relatos de viejos patrones, henchidos de realismo, que con sus voces, ademanes y gestos, me trasladaban al mismo escenario de la tragedia.»

Pero, contradiciéndose a sí mismo, mediado el segundo párrafo empieza a enhebrar en su hilo narrativo un naufragio tras otro como si fuesen truculentas perlas negras engarzadas en un estrangulante collar… sucesos en que la valentía y generosidad de los corrubedanos afloran in extremis para ahuyentar la desgracia o, al menos, mitigarla.
En varios de estos lances se cita el nombre del barco en apuros. Del resto, algunos los hemos logrado identificar y otros (los menos) no. Conozcámoslos repitiendo frase a frase la carta del cura.

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Página 1

Empezamos con un viejo amigo de este blog:

«Por ellos supe que ya en 1888 un barco mercante llamado «CONESBY» transportando carga y pasajeros, encalló en un bajo llamado «Prado» a donde le arrojó la cerrazón y el temporal. El buque se hundía por momentos y fueron los vecinos de Corrubedo quienes desafiando aquel bramar de las olas, se lanzaron con sus dornas al agua recogiendo a toda la tripulación y pasaje, antes del hundimiento.»

Falló por un par de años el religioso. El naufragio del vapor británico SS Coningsby había tenido lugar el 2 de septiembre de 1890. Y si hay algo que nos congratula de este extracto es el haber podido constatar el auxilio prestado por nuestros vecinos: un detalle del que —lo vimos la segunda vez que encaramos el suceso— no aparece ni una sola referencia en la prensa española de la época pero sí en un diario británico (el Hartlepool Northern Daily Mail del 15 de octubre de 1890) a propósito del juicio entablado al capitán del barco [«With the assistance of the natives they hauled further the beach tide»… «Con la ayuda de los lugareños arrastraron el buque más allá de la línea de marea»]. Además, nos enteramos del punto concreto donde encalló el vapor: la playa de O Prado.

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Sexta línea desde el final

Seguimos:

«En otra ocasión invernal del año 1900, hallándose un pesquero del Puerto del Son dedicado a las faenas de la pesca fondeado próximo a Corrubedo, se levantó inesperadamente un fuerte Leste que arbolando el mar le rompió los dos cabos de fondeo. Su tripulación izó la vela y trató de capear, pero pronto quedó desarbolado por el viento y empujado hacia el Oeste mar adentro, sin gobierno y a merced del mar. Los vecinos de Corrubedo salieron rápidamente a su busca en una trainera de remos en medio de aquel temporal y lograron darle alcance, remolcándolo seguidamente hasta el puerto pese a aquel mar que a su regreso les abatía la proa.

En 1908, cierta tormenta del Suroeste hizo zozobrar a una lancha de la Puebla del Caramiñal frente al Cabo Corrubedo. Enseguida salió de este puerto una trainera con treinta vecinos decididos mandados por el contramaestre Señor Varga y también de esta vez lograron el salvamento de los tripulantes.»

Nos ha sido imposible averiguar la identidad del buque sonense pues, aunque sabemos de dos lanchas pesqueras de esa localidad que zozobraron en el cabo en aquella época (la San Benito en 1892 y la Dos de Enero en 1902), ambos accidentes acabaron muy mal… En cuanto a la embarcación de Puebla del Caramiñal, sí que conocemos el caso: le ocurrió a la María de la Encarnación el 7 de noviembre de 1908 y la actuación de nuestros paisanos mereció una recompensa. Algún día escribiremos de ello.

Ahora, otra nave conocida:

«Un barco mercante con su cargamento de naranjas, fue abatido en el año 1917 por el temporal que reinaba, contra un bajo de esa costa llamado «Pragueiros». El barco se hundió rápidamente, pero no por ello los valientes de Corrubedo dejaron de salir al instante con sus pequeñas embarcaciones en busca de supervivientes. Al llegar al lugar del accidente, en medio de aquella fuerte rompiente, pudieron salvar al único superviviente que estaba agarrado al tope del palo mayor, del que solo quedaban unos metros fuera del agua. Todos los demás se habían ahogado.»

No solo naranjas, sino también hierro. Aquel barco mercante era el Hvalen, antigua factoría ballenera noruega que operó en la Antártida hasta el desencadenamiento de la Primera Guerra Mundial. El navío se hundió el 29 de marzo de 1918 y —cierto es— un sueco llamado Abel Lugerrtray (nombre probablemente trastocado por los periodistas patrios) fue rescatado por la dorna de Manuel Díaz cuando llevaba seis horas aferrado al palo de proa. También se auxilió a otro superviviente: el ruso Cari Orterlamw, que fue recogido de un bote salvavidas por la lancha de Ventura Fernández García. Ahora bien, la información del ecónomo adolece de un error en el que ya habían incurrido cuatro décadas antes algunos periódicos…

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El Hvalen, inicialmente bautizado como Fallodon Hall

Lo abordamos en la segunda parte del texto que le dedicamos al carguero escandinavo: pese a que rotativos como El Imparcial, La Vanguardia o El Siglo Futuro habían dado por muerta al resto de la tripulación, esta había conseguido salvarse y llegar en dos botes a O Grove, con excepción de un marinero español y otro brasileño que sí se ahogaron. Está claro: nuestros antepasados habían leído el diario equivocado.

Continuamos:

«Hacia el año 1918 también uno de esos temporales que tantos estragos causan en esta «Costa de la Muerte», abatió a un trasatlántico norteamericano contra el bajo de la «Marosa«. Fueron también los vecinos de Corrubedo quienes con sus dornas cabalgaron sobre aquellas rompientes consiguiendo salvar a los náufragos, que muchos de ellos, pobres y sin recursos, fueron recogidos en las casas de este pueblo donde permanecieron caritativamente por largo tiempo y entre ellos recuerdan a un negro, a una señora que dio a luz y a una anciana muy simpática.»

El trasatlántico que encalló en A Marosa fue el Highland Loch y lo hizo el 1 de julio de 1923. A bordo viajaban los futbolistas del Raith Rovers, equipo de la primera división de la liga escocesa que se dirigía a las Canarias en aquel vapor de 126 metros de eslora para participar en una gira de verano. Las afortunadas islas eran la última escala a este lado del océano antes de proseguir periplo por Río de Janeiro, Montevideo y Buenos Aires.

Por lo demás, la ficción se ha impuesto a la realidad en la narración del clérigo. Lejos de permanecer por largo tiempo en Corrubedo, la estancia de los náufragos apenas duró una hora si creemos a Billy Inglis, capitán del plantel balompédico, quien relató el adrenalínico percance en un diario británico nueve días después de que se produjera. El elenco pudo arribar a las Palmas en otro navío y jugar el primer partido previsto en el planning: venció 1-3 al Real Vigo. En cualquier caso, nos quedamos con este inefable prodigio de memoria selectiva: «entre ellos recuerdan a un negro, a una señora que dio a luz y a una anciana muy simpática».

Cousas…

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Jugadores escoceses al sol de Canarias

«El 28 de octubre de 1927, una lancha a motor procedente de Muros llamada «José Ramón», fue lanzada por el temporal contra la costa. Su posición era difícil para el salvamento por hallarse sus supervivientes rodeados por rompientes, pero sin embargo, el arrojo de los vecinos de Corrubedo llevó sus embarcaciones al medio de aquel infierno y consiguieron así con gravísimo riesgo de sus vidas salvar a los que aún se batían entre la vida y la muerte.»

En esta ocasión, el bueno de José Antonio se ha permitido concretar la fecha exacta del suceso y da en el centro de la diana. Hubo tres muertes en el hundimiento del balandro José Ramón el 28 de octubre de 1927, pero el rápido auxilio de nuestros marineros evitó que la catástrofe fuese aún mayor. Otra de tantas historias que esperamos contar…

«Esta vez, no fue el temporal, sino un error en el Capitan del Mercante de Sota y Aznar «Arnalmendí» quien en 1930 confundiendo el faro de Corrubedo con el de Sálvora, llevó el barco de noche sobre el bajo «Ladeira» a donde concurrieron rápidamente todos los vecinos prestándole toda clase de ayudas hasta que el barco fue puesto a flote. En este mismo año se levantó un fuerte temporal del Leste sorprendiendo un muchacho que estaba en la gamela auxiliar de un pequero, que fue arrastrado rápidamente hacia el Oeste, mar adentro. La cerrazón había disminuido la visibilidad pero no obstante se hicieron rápidamente a la mar los vecinos Pascual García y José Díaz en un bote con motor y arriesgando sus vidas navegaron bajo aquel temporal hasta encontrar la gamela que con su tripulante fue remolcada al puerto.»

Mientras el primero de los hechos referidos sí lo tenemos documentado (el verdadero nombre del buque es Arnabal Mendi), del segundo no hemos logrado localizar rastro alguno. Persistiremos.

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El Arnabal Mendi

«En Diciembre de 1957 el torrero del faro de Corrubedo, avisó a los vecinos que se acababa de estrellar contra el acantilado un barco mercante de poco tonelaje. El temporal era grande, y en previsión todos los barcos grandes y pequeños de Corrubedo se habían puesto en tierra, pero no obstante, inmediatamente fue puesta a flote la motora «Nuevo Barreira» que salió con voluntarios rápidamente al lugar del accidente y metida totalmente en la rompiente del acantilado con gravísimo riesgo para las vidas de sus tripulantes, consiguió salvar a todos los náufragos.

Y no solo estos vecinos están siempre dispuestos al salvamento en Corrubedo, sino que por constituir ello el lema de su conducta, también lo verifican fuera de su pueblo, porque en 1940 una lancha pesquera de Corrubedo, la «María», tuvo que meterse en una rompiente frente a Cabo Villano para salvar una dorna de Camariñas que había zozobrado y sus ocupantes estaban agarrados a ella a punto de ahogarse.»

Primer párrafo. La nave auxiliadora no se llamaba Nuevo Barreira sino Nuevo Marina y procedía de Cambados (al menos, eso publicó la prensa). En cuanto al barco hundido, se trataba del pesquero vigués Asunción Gómez.

De la intervención salvadora de la dorna María que se describe en el segundo párrafo nada hemos encontrado. De momento.

Por fin… el último naufragio.

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El del yate Debonair

Pero antes de continuar el relato del cura nos ponemos en cursiva porque tenemos que volver a escudriñar en la gestación de esta serie de capítulos. La causa del inciso hay que situarla a principios de esta misma semana, cuando Fernando Vilariño —vecino nuestro, proveedor de cientos de fotos antiguas que vamos dosificando en el blog— se pasó por el bar para prestarnos un pendrive. El artilugio contenía algunos recortes de prensa y un buen fajo de imágenes, todo ello concerniente a los acontecimientos del Debonair. No era lo primero con que nos obsequiaba al respecto: de hecho, el telegrama de arriba y otros jpegs publicados en los anteriores episodios nos los ha legado él, quien a su vez recibió parte de ese material de la propia Kay, la hija de Heather St. Clair y William Oscar Davis. Mas esta vez era distinto. Todo el contenido de la llave usb provenía de una sola fuente: la familia de Luis de la Peña. Es justo reivindicar aquí el papel de este hombre tal como hizo Joaquina Reino durante la recepción que el pueblo tributó a Hanna Slater el pasado febrero.

En verdad, pasados casi sesenta años no llegamos a abarcar las verdaderas dimensiones de lo que aportó este abogado santiagués. Sabemos que se involucró de lleno en el plan para reflotar el yate. Sabemos que casi todas las instantáneas que se conservan de la estancia de los náufragos en el cabo fueron tomadas por su cámara fotográfica (además de viejas conocidas, el pincho albergaba otras que probablemente nunca hasta este año habían sido vistas por ojos corrubedanos). Y sospechamos que su implicación fue aún mayor.

Ayer, Fernando nos transmitía su convicción de que a él se estaba aludiendo sin nombrarlo en un viejo recorte de periódico alojado en el lápiz con el titular «Emoción y peligro, en lucha con el temporal, al lanzarlo nuevamente a la mar»: un reportaje del periodista Jesús Rey-Alvite Feás (tío de José Luis Alvite, quien tan buenos ratos nos ha hecho pasar con sus historias del Savoy) que hacía mención en su quinto párrafo a una persona que le acompañaba en su visita a nuestra localidad: un «distinguido compostelano que siente gran pasión por las cosas del mar, que ha prestado muchas ayudas a los Davis». Hicimos nuestras pesquisas rebuscando en las hemerotecas y veinticuatro horas después podemos confirmar que nuestro estimado convecino estaba en lo cierto. He aquí para demostrarlo este corto pero elocuente texto:

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La Noche, 11 de marzo de 1961

Y bueno. La semana pasada escribíamos que todos los artífices de la concesión de la medalla de plata de salvamento (entendámosnos: todos los que se supieron orientar en el laberinto de la burocracia hasta dar con la insignia) tienen sus nombres y apellidos estampados en las cartas que forman el Expediente Debonair. Hoy debemos confesar nuestro error. Faltaba la figura de Luis de la Peña. Por cierto, tres de sus fotografías —lo veremos en el próximo capítulo— integran el archivo custodiado por Cruz Roja del Mar.

Tras esta digresión y mea culpa, ahora sí: seguimos con la narración del cura, en la que iremos intercalando varias de las imágenes captadas por De la Peña (la del casco en A Ladeira con el pueblo al fondo es de su autoría también) y alguna noticia de la época.

Después de transcribir el escalofriante relato hay una cosa que tenemos clara: bien pudieron estirarse y darnos la de oro…

«Mas estos gestos heroicos, no son más que la muestra de los innumerables que figuran ya, en su haber de buenos marineros y verdaderos pescadores de vidas humanas. Comportamiento éste que siguen y seguirán observando, porque aún hace pocos días, una nueva gesta vino a escribir con letras de oro otra página en los anales de este pueblo. Me refiero al salvamento del yate inglés «Debonair» con sus tripulantes formados por el norteamericano William O. Davis, su esposa y un hijo de nueve meses, que abatido por un furioso temporal en la madrugada del 26 de Octubre del pasado año, fue lanzado a través de un laberinto de escollos sobre la playa de las Dunas donde varó en medio de espectacular rompiente. Sus tripulantes, fueron hallados al amanecer en la playa, por unos hijos del vecino Alejandro Reino, el cual inmediatamente se hizo cargo de ellos recogiéndoles caritativamente en su casa donde todavía se encuentran. No se podía pensar en que otro barco remolcador sacase el yate del peligroso estado donde se encontraba porque la rompiente no lo permitía, mas ello no arredró a la valentía y arrojo de estos vecinos que después de tocar a rebato las campanas de la iglesia, se congregaron en la playa dispuestos a realizar un salvamento más.

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La Voz de Galicia, 3 de noviembre de 1960

»Decidieron entonces los expertos, que lo mejor sería tirar del yate hacia tierra hasta sacarlo fuera del alcance del mar, mas era necesario para ello poderle pasar un estrobo de cable por debajo de la popa a la altura del codaste para que su sujeción fuera sólida y resistente. Pero, ¿como acometer tal empresa?. Pronto surgieron valientes que desafiando a la rompiente se lanzaron al agua nadando y consiguieron hacer firme dicho cable envolviendo al yate de proa a popa por debajo de ésta. La amarra estaba ya segura, pero había que arrastrar aquellas doce toneladas para tierra con una orza de plomo que ya representaba cuatro mil kilos haciendo de ancla, y ello sin más elementos que la decisión de un pueblo.

»Unos se agarraron a la estacha, otros se metieron al mar con el agua por el pecho en medio de la rompiente, para con palancas evitar que se clavase profundamente el yate, y así fue rescatado palmo a palmo durante trece días de maniobra. Todo el pueblo de Corrubedo, sin poder decir que vecino fue el más valiente, porque todos lo han sido en grado máximo sin excluir el heroísmo de las mujeres siempre en primera línea, puso a salvo al Debonair, sin olvidar que como había que aprovechar para ello la marea, no sólo se realizaron estos trabajos de día, sino también de noche y en la madrugada sin que faltara un sólo hombre o mujer cuando las campanas doblaban para congregarlos.

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La nave, a salvo en el arenal de A Ladeira

»Al fin se puso el yate en la playa fuera del alcance del mar, pero era necesario repararlo provisionalmente y lanzarlo nuevamente al mar. La familia Davis carecía de recursos y parece ser que el Sr. Cónsul norteamericano no quería intervenir con su ayuda porque como el barco estaba abanderado en Inglaterra entendía que debía ser el Cónsul de esa nación el llamado a resolver el problema, y el señor Cónsul inglés,entendió que no era de su incumbencia sino de su colega americano, dada la nacionalidad de William O. Davis. En fin, que ninguno de los dos estimó procedente su ayuda y ante esta circunstancia, el padecimiento del barco en seco abriéndose su maderamen, y la falta de reservas económicas del matrimonio Davis, fue una vez más el pueblo de Corrubedo el que llevando de la caridad que le preside, decidió botar de nuevo el Debonair, para lo cual trabajó afanosamente en la playa, montándolo sobre una plataforma de deslizamiento y ya finalmente después de consultar los partes meteorológicos que eran buenos, acordó bajarlo el día 16 del pasado mes de Enero, para que nadase en la pleamar de las 15,40 horas, a cuyo fin, tuvo que iniciar el descenso a las 3 de la madrugada.

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Los Davis posando junto a una muchacha en el cabo

»Se convino pues en que a las dos de la mañana tocarían las campanas de la Iglesia para congregar en la playa a todos los vecinos. Tanto hombres como mujeres concurrieron puntualmente a la cita en medio de un frío intenso y fue necesario encender unas hogueras para templarse e iluminar también la maniobra. Al comenzar a bajar el mar a las tres de la madrugada, también los vecinos de Corrubedo fueron bajando trabajosamente el Debonair con magnífico deseo de ayudar al necesitado, y a las nueve de la mañana después de salvar mil dificultades llegó al punto donde se esperaba había de flotar con la pleamar. Mas fue a esa hora cuando empezó a soplar un fuertísimo temporal del Sueste con persistente lluvia que pronto hizo temer por la salvación del barco. Las olas arbolando, rompían estrepitosamente sobre el yate barriendo la cubierta con riesgo de los voluntarios que allí quedaron para hacer la maniobra de remolque y colocados en difícil posición dada la inclinación del barco, tenían que asirse fuertemente a sus barandillas para no ser arrastrados por los golpes de mar que se habían adueñado de un barco varado y sin defensa.

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Heather y William con Alejandro Reino y otros vecinos del pueblo

»Al fin, después de innumerables peripecias inenarrables llegó de Santa Eugenia de Riveira un pesquero para verificar el remolque y trastreo del Debonair hasta ponerlo a flote, enviado por los Señores Comandante de Marina de Villagarcía y Ayudante de aquél puerto de Riveira, que tan eficazmente colaboraron para hacer factible este salvamento. Al efecto de tal maniobra, la lancha Pirocho próxima a el yate, lanzó una chalana hacia el mismo portando un cabo delgado por donde había de recibir la estacha de remolque, pero esa pequeña embarcación zozobró al meterse en la zona de rompiente y varios vecinos se echaron al agua para salvar a su tripulante, como así efectuaron. El temporal del Sueste y chubascos arreciaban y era necesario llevar al Debonair el cabo por donde tomar la estacha. No siendo posible hacerlo por medio de una embarcación dado el mal estado del mar, fue un voluntario el que se arrojó al agua llevándolo nadando a dicho barco; por ese cabo, largó el yate una estacha, pero esta no alcanzó el remolcador porque debido al oleaje su patrón no quería hacerlo. Fue necesario correr a Corrubedo en busca de otra estacha que tuvo que ser llevada al Debonair por personas que se arrojaron al agua; mas lanzada esta segunda estacha empalmada a la primera, tampoco alcanzó al remolcador que seguía sin poder acercarse a la rompiente de la playa en medio de la cual se encontraba el yate con sus tripulantes aguantando golpes de mar. Se hizo necesario pues volver al pueblo por una tercera estacha que se llevó al agua con el mismo riesgo que la anterior hasta hacerla llegar al yate y que al fin, unida a las dos primeras, pudieron ser alcanzadas por el remolcador que tirando de ellas a la vez que los tripulantes del Debonair lo hacían de los cabos de los rezones consiguieron poner el barco a flote, lo cual tuvo lugar a las 16 horas tras las plegarias de todos los vecinos congregados en la playa, porque en efecto parecía que el fin del yate había llegado y las rompientes acabarían con él.

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Maniobras para devolverlo al agua

»Seguidamente fue sacado algo más de una milla afuera y lo cogió luego el Pirocho llevándolo al puerto de Corrubedo al que llegó a las seis de la tarde con todos los tripulantes totalmente mojados y tiritando de frío como así estaban desde las diez y once de la mañana. En medio de un repique general de campanas y no pocos aguaceros, se recibió en aquel puerto al yate y sus tripulantes que tan bravamente se habían portado, y con ello se indicaba que aquella nueva gesta había terminado pasando a formar parte entre las innumerables de este pueblo. El matrimonio Davis lloraba de emoción a la vez que repartía apretados abrazos de agradecimiento entre todos los vecinos de este pueblo salvador de su barco, cuyos rostros también brillaban de emoción.

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De los archivos de la familia De la Peña. Del 18 de enero de 1961. Ignoramos periódico.

»En fin, un yate dos veces salvado por la valentía y caridad de un pueblo, cuyas virtudes llegaron a impresionar profundamente a William O. Davis que ya después de esa jornada y al terminar un tridúo a la Santísima Virgen del Carmen que se celebró como gratitud por el éxito de esa empresa, decía a un grupo de vecinos «el extranjero en España nace de nuevo».

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De los archivos de la familia De la Peña. Ignoramos periódico y fecha.

»Por eso Señor, ante la conducta ejemplar que de generación en generación viene observando este pueblo de Corrubedo frente a toda clase de salvamento de personas y de embarcaciones, dados los frecuentes naufragios que se dan en su accidentada costa, arriesgando las vidas de sus vecinos y no ya desinteresadamente sino aún costeando gastos y facilitando sus propios aparejos y útiles, todo en medio de la religiosidad que le caracteriza, me hace sentirme en el deber de dirigirme a Vª. Sª. a fin de que transmita al Ilmº. Sr. Comandante de Marina, el ruego de que le sea concedida a dicho pueblo la Medalla de Salvamento en premio a sus servicios prestados, que le sería impuesta en su representación a la imagen de la Santísima Virgen del Carmen de esta parroquia, o a quien esa Autoridad determinase.»

Y las plegarias de don José Antonio fueron atendidas…

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Lo veremos en el episodio final
[Continúa en el capítulo 4]
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