
Pues claro que tuvo que haber muchos antes. Cientos de ellos. Eso que se oye a nuestro alrededor es el rugido de un mar voraz, insaciable, que nunca se cansa de devorar y tragar, de masticar y deglutir cualquier objeto flotante ideado por la arrogancia del cerebro humano. Así ha sido desde que los primeros barcos se lanzaron a circunvalar estas costas complicadas… ¿Romanos? ¿Fenicios? ¿Normandos? ¿Celtas? Hubo de todo. Seguro. Sin instrumentos fiables de navegación, a saber cuántos de aquellos navíos no superaron nuestros bajos traicioneros y acabaron con sus cuadernas en el fondo, decorándole la estancia a los pulpos.
Ocurre que ninguna de aquellas pretéritas embarcaciones nos ha legado un vestigio. No nos queda ningún pecio. Ningún nombre. Ningún rastro. Nada. Así que, al menos que nosotros sepamos, el naufragio que nos disponemos a rememorar es el más antiguo acaecido en Corrubedo del que se tiene constancia. Sucedió en 1551. Reinaba estas tierras Carlos V (de Alemania) y pronto se diría aquello de que nunca se ponía el sol en el imperio de los Austrias.
No es casualidad que esta historia absolutamente ignorada entre nuestra vecindad la hubiese descubierto, no un gallego sagaz, sino un súbdito de la antigua Flandes.

De Hispano-Vlaamse Wereld. De contacten tussen Spanjaarden en Nederlanders 1496-1555. Así se llama la publicación en la que hemos localizado el naufragio. Posee cerca de 600 páginas y está datada en 1996 ¿El autor? Raymond Fagel.
¿Quién es Raymond Fagel? Una sencilla búsqueda en internet nos dice que un docente de la Universidad de Leiden (Países Bajos) especializado en la historia de España durante la Edad Moderna. La obra antes citada fue su tesis doctoral. El título, traducido: El mundo hispano-flamenco. Contactos entre españoles y holandeses 1496-1555.
Y sí, la peripecia del navío que naufragó aquí se enmarca en uno de aquellos contactos. Fagel la explica en las páginas 142 y 143 pero, antes de sumergirnos en ellas, vamos a ponernos en situación.

El mapa pertenece al trabajo de investigación Las rutas marítimas de la lana, de Clara Uriarte Melo. El título no podía resultar más revelador pues eso es exactamente lo que veis en la ilustración: los itinerarios más empleados durante el siglo XVI a la hora de exportar el gran producto estrella de los mercaderes de Castilla, auténtico oro blanco [así lo hemos leído llamar en algún sitio] brotado de la epidermis de cientos de miles de pacientes ovejas pastando en aquellos campos cantados por Antonio Machado cuatro siglos después.
Santander y, en menor medida, Bilbao y Laredo eran los principales puertos de salida de ingentes cantidades de lana metidas en sacas que acababan en los telares de Brujas, Amberes, Nantes o Ruán (también en Italia), donde eran transformadas en prendas y otras zarandajas textiles con las que vestir y abrigar a media Europa. Incluyendo España, claro, que ya apuntaba maneras en eso de llegar siempre tarde a cuanta revolución industrial ha habido.
Nosotros nos detenemos en la capital cántabra. «Su importancia como puerto de salida de la lana era manifiesta: los comerciantes de Toledo, Segovia, Valladolid, Palencia y la gran mayoría de lo de Burgos lo utilizaban con tal fin», escribe Clara Uriarte, lo que nos da pie a mirar un momento a esta última localidad, Burgos, donde una organización gremial denominada Universidad de Mercaderes y Mareantes era la que partía la pana en este boyante negocio.

Un dato. Hacia la fecha de nuestro naufragio, la mentada Universidad exportaba entre 65.000 y 70.000 sacas anuales, lo que equivale a unos siete millones de kilos de suave vellón [como para abastecer a Inditex]. Su embarcadero predilecto era Santander y el destino más frecuentado, Brujas, donde los burgaleses contaban con un poderoso consulado para la defensa de sus intereses comerciales.
Los barcos que cubrían el trayecto no solían ser de gran porte. Se buscaban navíos ligeros y veloces, capaces de escapar de los piratas y de penetrar en puertos arenosos de poco calado. Naos, galeones y unas embarcaciones de origen nórdico llamadas urcas (hulks en neerlandés) caracterizadas por tener proa y popa redondeadas y un fondo casi plano que les permitía navegar en aguas bajas.
Y tras estas pinceladas históricas ya podemos meternos en harina.

1551. El año en que un viticultor llamado Jaume Codorníu funda una duradera bodega en San Sadurni de Noya. Quinientos kilómetros al oeste, dos urcas se disponen a zarpar del puerto de Santander. Una la gobierna un holandés llamado Reyer Janson. La otra, su compatriota Pietre Derique. Atrás dejan a un tal Cornelis Dherbi, escribano de profesión. Los tres han llegado a un acuerdo con un mercader burgalés llamado Alonso de Conpludo. Deben transportar a Flandes 1.139 y 1.027 fardos de lana.
Ahora bien, faltaban un par de siglos para que James Watt idease su revolucionaria máquina de vapor, con lo que las embarcaciones navegaban al capricho de los vientos y corrientes… capricho que provocó un descomunal desvío en la derrota de ambos buques hasta el punto de terminar frente a las costas de Galicia. No sin dificultades, la urca del capitán Derique fue capaz de llegar a su puerto de destino. En cuanto a la de Reyer Janson, aquí vamos a dejar que hable por nosotros cierto documento de la Universidad de Mercaderes y Mareantes de Burgos:
«Parece que esta dicha ulca yendo a Flandes se undio en un puerto que llaman Corobedo… Toda la lana la abyan robado y llevado a diferentes lugares hasta 12 leguas dentro de la tierra.»
En fin… Lejos de quedarse de brazos cruzados, desde la Universidad mandaron a alguien en busca de la lana afanada y hay que decir que quien quiera que fuese ese alguien hizo un trabajo encomiable. Según explica el profesor Fagel, nuestro anónimo Señor Lobo actuó entre el 12 de marzo y el 21 de junio de 1551 y fue capaz de recobrar 823 de los 1.139 fardos que transportaba el navío. La lana fue lavada y reembalada. Después, trasladada a Brujas en el barco de un portugués de nombre Alexo Luys. La nave arribó en marzo de 1552 y la mercancía fue subastada a la candela, denominada de tal guisa porque los postulantes pujaban solo durante el tiempo en que se consumía una vela.
Sea como fuere, a los flamencos no les salió muy bien negocio: tuvieron que pagar 6.000 maravedís al bolsero que la Universidad tenía en Brujas por los gastos del rescate lanar. Mejor hubiese quedado abrigando a nuestros paisanos.

Con toda seguridad, nunca habríamos sabido de este naufragio si no fuera por el pie de página número 624 del trabajo de Raymond Fagel. De ahí extrajimos la cita de la Universidad, replicada en castellano antiguo por el autor holandés en un párrafo por el que —gracias al traductor de Google— nos enteramos también de que en un documento de Brujas se aludía igualmente al siniestro: a nosotros nos llamaba Arrobedo y a la nave del capitán Janson, El Pelícano.
Lo bastante interesante como para decidirnos a mandar un mail al profesor Fagel en busca de más pistas. Somos un blog de andar por casa y no teníamos demasiadas esperanzas de recibir respuesta. Sin embargo, a las pocas horas, el interpelado nos escribió y nos señaló amablemente dónde podíamos localizar el original que habían tocado sus manos y visto sus ojos un cuarto de siglo antes: se encuentra en el Archivo de la Diputación de Burgos y «debe tratarse o bien del libro de caja de 1549-1557 (R.12) o del manual del libro de cuentas de 1549-1557 (R.6)».
Aquí lo dejamos. No nos es posible de momento desplazarnos hasta la bonita ciudad medieval, pero un amigo historiador se ha ofrecido a mover algunos hilos… Si triunfa, estaremos encantados de reproducir tan valioso documento y recuperar, en vez de unos fardos de lana, una parte de la memoria de Corrubedo.
[Algunas fuentes consultadas: De Hispano-Vlaamse Wereld. De contacten tussen Spanjaarden en Nederlanders 1496-1555 (Raymond Fagel), Las rutas marítimas de la lana (Clara Uriarte Melo) y Burgos en el comercio lanero en el siglo XVI (Manuel Basas Fernández)]
24/08/2020 at 09:57
Hola, parece un poco extraño que un barco que sale de Santander hacia el norte, acabe su singladura naufragando en Corrubedo, por muy malos que fuesen los pilotos y muy adversas las corrientes, vientos y mareas.
Todo cabe, desde luego en la “aventura marítima”, como la definiría nuestro Código de Comercio.
Y quizás los nombres de los puntos geográficos confundan un poco y asignen a Corrubedo un suceso que más bien pudo ocurrir en aguas cantábricas.
Seguiré atento vuestra bonita historia y sería muy bueno que descifraseis el nombre del lugar donde fueron “trasquilados” los fardos de lana.
Un saludo.
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24/08/2020 at 17:12
Cierto, pero hay un detalle que nos induce a pensar que tal vez no haya tal confusión. En el mismo pie de página 624 que colgamos arriba lo puedes leer: la transcripción del profesor Fagel contiene una primera frase que nosotros omitimos: «Costas fechas en Galizia en la salbaçion de las sacas perdidas de la ulca de Reyer Janson que yba de Santander a Flandes». Parece indudable al menos que el barco acabó en Galicia. A ver si tenemos suerte y conseguimos el original para ver qué otros detalles se mencionan. Un saludo.
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23/08/2020 at 11:21
Hola Abdón, te sugiero corrijas el error de la fecha en que el recuperador de la lana trabajó en Corrubedo, pues debe ser 1551 y no 1851. Por lo demás, otro magnífico trabajo que seguro ampliarás cuando puedas acceder al documento original de Burgos. Un saludo.
Francisco Sánchez
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23/08/2020 at 13:30
Corregido. Gracias por el aviso!
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