
Sucedió en la madrugada del domingo 3 de mayo de 1925. La pareja compuesta por los vapores Maurito y Pepito estaba navegando a la altura del cabo Lastres, en Asturias, cuando la segunda de las embarcaciones pesqueras se vio embestida por un mercante de gran porte: el Navarra, de 78 metros de eslora.
Ocho de los diez tripulantes se ahogaron a consecuencia de aquel abordaje. En otras palabras, solo sobrevivieron dos. Uno era el patrón de cabotaje, que tuvo que arrostrar el insondable dolor de haber perdido en el naufragio a su propio vástago. El otro era el marinero de guardia, Francisco Brión: un hijo de Corrubedo.

A la mañana siguiente, el eco de aquella desgracia circuló como un viento aciago entre los asiduos de El Musel, el viejo puerto de la ciudad de Gijón, de donde habían zarpado los dos vapores un par de horas antes.
El Maurito y el Pepito eran propiedad de una incipiente empresa local, Hijos de Ángel Ojeda, fundada en 1923 por Cipriano y Justo Ojeda Pérez… hijos —como el nombre de la compañía indica— de Ángel Ojeda, un emigrante coruñés.
Habían salido a las doce y media de la noche. Diez tripulantes para una embarcación con un rol de once hombres. Cada marea libraba uno y en esta ocasión a quien le tocó en suerte fue a Evaristo Dobarro, vecino de Cangas, quien, en lugar de optar por descansar dentro del barco, esta vez prefirió quedarse en tierra, esquivando de esta forma una casi segura muerte.
Cerca del cabo Listres, a las tres y diez, el Pepito fue embestido a la altura de su sala de máquinas por el mercante Navarra, que se dirigía hacia El Musel desde Bilbao para recoger un cargamento de carbón y trasladarlo a Barcelona. El impacto fue tan brutal que dejó al humilde pesquero hecho pedazos.

Durante tres horas, Maurito y Navarra anduvieron peinando la zona del siniestro sin resultado. Otro buque de la flota de Hijos de Ángel Ojeda, el Gumersindo Azcárate, tuvo más suerte. Su capitán había sido testigo del choque y tras escuchar gritos de auxilio ordenó bajar un bote con el que se rescató a Gumersindo Prendes —el patrón de cabotaje, vecino de Candás— y a Francisco Brión, marinero corrubedano. Ambos iban agarrados a la caseta del timón pues en ella estaban en el momento del golpazo.
Del resto de la tripulación, la mayoría durmiendo, nadie se salvó. Sus nombres: Vicente Llorca, Ginés Mallorca, Gumersindo Prestes —hijo—, Julio Castro, Castro González, Antonio Morales, Avelino Lois y Secundino Paz.

A la mañana siguiente, el eco de aquella desgracia circuló por El Musel y sus buques izaron las banderas a media asta. Nadie salió a la mar en señal de duelo y el lunes tuvo lugar un multitudinario funeral costeado por los armadores del Pepito. Se ofició en la iglesia de San José y contó con la asistencia del comandante de marina de Gijón, José María Cebreiro.
Algunos de los grandes periódicos nacionales publicaron el naufragio en primera plana. Por ejemplo, El Heraldo de Madrid:
Y El Liberal:
El suceso causó honda impresión en Vigo, de donde eran dos de los fallecidos: el fogonero Avelino Lois y el maquinista Julio Castro.
Sus retratos aparecieron publicados en el periódico local El Pueblo Gallego junto con una luctuosa crónica en la que se da cuenta de una cruel casualidad: las viudas de ambos estaban próximas al parto.
El Juzgado de Marina abrió una investigación sobre las causas del siniestro. Esto es lo que Victoriano de Chirapozu y Azcaray, capitán del Navarra, declaró ante el juez especial Emilio Doce Carro:
«Que a las 14.45 de la madrugada del domingo, el oficial de guardia vió venir varias luces por la amura de babor, teniendo su barco el rumbo libre, pues las embarcaciones que venían enseñaban la luz del tope blanca y otra roja, correspondiente al faro del costado de babor.
A las 15.10, la embarcación más cercana maniobró para su babor sin previo aviso, enseñando la luz verde por la amura de babor del «Navarra», y siendo imposible hacer ya maniobra, notando, acto seguido el ruido del abordaje. Inmediatamente, el primer oficial ordenó cerrar el timón a estribor y se aproximó al lugar del suceso, con los botes preparados para el auxilio, pasando el resto de la noche en esta forma.»
Y esto es lo que declaró Gumersindo Prendes —padre—, quien al regresar a tierra había sufrido un —más que comprensible— trastorno nervioso:
«A las doce y media de la noche salió la pareja «Maurito» y «Pepito», y ya fuera de puntas, tomé rumbo al ESE; a la altura de Villaviciosa, y a las dos horas de navegación, avisté a proa un buque que venía con rumbo opuesto, con todas las luces encendidas, pero algo oscuras.
Unos doscientos metros antes de llegar a la altura del buque, metí todo a estribor para darle el costado de babor y pasarle por la popa; y, en este momento me faltaron los guardines del timón, no obedeciendo por ello el buque a la maniobra que pretendí realizar; en vista de esta contrariedad ordené a la máquina «atrás toda» dando las tres pitadas de rigor. Fué cumplida la orden; pero no dió lugar a pasar libres de dicho vapor que corría a toda marcha y así ocurrió que nos alcanzó por estribor destrozando mi buque que se hundió rápidamente.
La cosa fue tan instantánea que apenas si tuvimos tiempo los dos hombres que nos hallábamos en la caseta del timón, para salir por una de las ventanillas, lanzándonos al mar donde comenzamos a dar voces de auxilio.
Poco después nos recogió a mí y a mi compañero que estaba herido, el pesquero «Gumersindo Azcárate» trasladándonos a puerto.
Ignoro la suerte que corrieron los demás tripulantes del «Pepito».»
En cuanto a Francisco Brión, fue llevado a la Casa de Socorro, donde se le diagnosticó una fuerte contusión en la fosa ilíaca derecha, luxación de la cadera del mismo lado y conmoción visceral. A continuación fue trasladado, con pronóstico reservado, al Hospital de Caridad.
Allí le perdimos la pista.

11/06/2018 at 09:55
Triste noticia, y realmente angustiosos los relatos de la prensa de la época sobre el suceso.
Las formas de navegar de antaño, unidas a la falta de recursos de medios de salvamento, y a la ausencia de políticas sociales que ayudasen a paliar los desgraciados efectos que los naufragios acarreaban en las familias, dejan, al leer estos sucesos, el alma dolorida.
Contrariando el famoso lema de la Liga Hanseática: «Vivere non necesarium est, navegare est», yo afirmo que: «Vivir es necesario, también al navegar».
Gracias por traernos este relato al presente, y ojalá que alguno de vuestros lectores sepa algo sobre la suerte de nuestro vecino Brión.
Me gustaLe gusta a 1 persona