
[Viene del capítulo 1]
«Ilmo. Sr. Comandante Militar de Marina de VILLAGARCÍA.
En de julio de 1.961.
Ilmo. Sr.
Vista la instancia del Sr. Cura Párroco de Corrubedo en la que, detalladamente, dá cuenta de la valerosa y abnegada actuación del vecindario de dicho pueblo que, por tradicional costumbre, ha acudido siempre con toda diligencia a socorrer a cuantos barcos zozobraron en aquella peligrosa costa, denominada «de la Muerte» por los innumerables naufragios que allí ocurrieron.
En su extenso relato describe los más destacados sucesos en los que la intervención de los habitantes de Corrubedo, luchando heróicamente con fuertes temporales lograron rescatar del mar tripulaciones completas de barcos antes de que se hundieran.
No siempre el éxito completo coronó su noble empresa, puesto que en una ocasión un barco mercante abatido contra la costa, se sumergió rápidamente y cuando, en sus pequeñas dornas, llegaron al lugar del suceso, solo pudieron salvar al único superviviente que estaba agarrado al tope del palo mayor.
Con tan humanitaria conducta se hermanaba la generosidad del pueblo de Corrubedo, que para aunar tan plausibles actos fueron siempre caritativamente atendidas las personas salvadas.
No solo en el rescate de vidas humanas rivalizaron en su cooperación, sino también en el de embarcaciones, como ocurrió recientemente con el yate inglés «DEBONAIR», tripulado por un matrimonio, y con un hijo de nueve meses, que abatido por furioso temporal, el 26 de octubre de 1.960, quedó aprisionado entre las rompientes. Alojadas graciosamente las personas en casa particular, los vecinos de Corrubedo, sin excepción, decidieron desde el primer momento sacar a flote el yate, lo que después de trece días de ímprobos trabajos y hábiles maniobras llevadas a cabo con el mayor celo e ilusión, consiguieron llevar el yate hasta la playa, en donde fué convenientemente reparado y dispuesto para seguir su
ruta.navegación.Todos estos extremos fueron confirmados por el Sr. Ayudante Militar de Marina de Santa Eugenia de Riveira, que certifica la veracidad de los mismos.
La Comisión Ejecutiva de esta Sociedad considerando digna de todo encomio la reiterada y humanitaria actuación del vecindario de Corrubedo, acordó conceder al mismo y en su representación al Ayuntamiento de dicha localidad, la
MEDALLA DE PLATA DE PREMIO
por su altruísta y abnegado proceder.
Lo que en cumplimiento del citado acuerdo y de conformidad con el mismo, me complazco en manifestar a V.I. remitiéndole al propio tiempo la expresada Medalla y el Diploma correspondiente.
Mucho he de agradecerle que el acto de entrega se haga a ser posible con la mayor solemnidad, remitiendo a esta Sociedad información gráfica para su publicación en el Boletín de la misma.
Dios, etc.
EL PRESIDENTE
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DIPLOMA de Medalla de Plata de Premio otorgada al Ayuntamiento de Corrubedo por la humanitaria y tradicional costumbre que sus habitantes, sin excepción, tienen de acudir siempre a socorrer a los que naufragan en sus peligrosas costas.
(30 de junio de 1.961)»
…Y así fue cómo aquel 30 de junio de 1961, el mismo viernes en que un (física y mentalmente) devastado Ernest Hemingway regresaba a su residencia de verano en Ketchum, Idaho, tras ser sometido a un tratamiento a base de electroshocks en una clínica de Minnesota (y ya no soportaría más tanta angustia y dos días después se volaría la cabeza en el vestíbulo de aquella casa con una escopeta Boss calibre doce de doble cañón), a nosotros se nos concedía la medalla de plata de la Sociedad Española de Salvamento de Náufragos.

Hemos transcrito la carta completa porque queríamos sentir en las yemas de los dedos aquel sublime momento: la jerigonza de la administración hecha metal y promesa de una entrega revestida de la «mayor solemnidad».
Pero para llegar hasta aquí, hasta el clímax del Expediente Debonair sancionado por el mismísimo presidente de la institución de salvamento, hubo que recorrer un serpeante camino. Así que vamos a girar la vista, volver sobre nuestros pasos y retroceder cuatro meses hasta situarnos en Santa Eugenia de Riveira, donde el ayudante militar de Marina en esta ciudad, Celestino Souto Serantes, echa a rodar la bola con esta misiva:

En síntesis. Un (a nuestro juicio) sobremotivado Celestino Souto hace suyas las demandas del cura párroco de Corrubedo [del ecónomo, en realidad] para que a los vecinos del pueblo se nos conceda una medalla «en atención a los múltiples servicios de salvamentos prestados a la humanidad y a los intereses económicos»… La condecoración servirá para barrer «esa leyenda negra que sobre España publican sus enemigos, entre los que se encontraban los náufragos del «Debonair» [😳] y que hoy expresan frases como esa que figura en el texto de este escrito: «el extranjero en España nace de nuevo» [😓]».
En fin. El caso es que las carpetovetónicas plegarias del funcionario fueron atendidas y solo tres días más tarde el receptor de la epístola —esto es, el comandante militar de Marina de Villagarcía, Antonio Rodríguez-Toubes— dirige una carta particular a su amigo («eterno testigo tuyo de bodas, testamentos, etc.») Manolo Rodríguez Rey, a la sazón secretario general de la Sociedad Española de Salvamento de Náufragos:

En el escrito, el comandante duda si es ortodoxo conceder la medalla a todo un pueblo, pero se moja. Y parte una lanza por nuestros paisanos al considerarlos merecedores de tal distinción y sacude a su compinche con un ocurrente golpe bajo: «como no lo hagas, pienso ponerte una multa cuando vengas de tapadillo a tomarte almejas en verano».
La respuesta de Rodríguez Rey no se hace esperar. Al día siguiente, 10 de febrero, garabatea dos hojas de su puño y letra en las que muestra a su querido Tonet su «incondicional apoyo»:

«A poco que pueda trataré de que sea una medalla de plata con diploma para que figure en el Ayto. o donde creáis que mejor procede, por tratarse del pueblo entero», responde Rodríguez Rey, quien también es secretario general del Instituto Español de Oceanografía y probablemente debido a las obligaciones propias de este cargo debe marchar de campaña —advierte— con lo que no podrá resolver el asunto hasta su regreso en mayo. «Pero te repito que haré cuanto pueda ya que lo estimas de justicia», enfatiza.
Entretanto, el de Villagarcía no ha desperdiciado el tiempo. Mientras Manolo bosqueja las líneas de arriba, Tonet eleva al presidente de la sociedad una carta más formal en la que, secundando las razones esgrimidas por el cura de Corrubedo y por el ayudante de Marina de Santa Eugenia, insiste en la recompensa para los corrubedanos:

Saltamos de mes. El 2 de marzo, el infatigable comandante militar de Marina de Villagarcía [quien, como podemos comprobar y parafraseando a Harvey Keitel en Pulp Fiction, simpatizaba con nuestro dilema] dirige una segunda misiva al presidente de la Sociedad Española de Salvamento de Náufragos, esta vez para adjuntar un escrito que ha recibido de su colega el comandante militar de Marina de Vigo, Rafael de Aguilar, quien a su vez acompaña a la suya otra carta firmada por el presidente del Real Club Náutico de Vigo, Martín Barreiro Álvarez.
Publicamos las tres para aclarar el galimatías:



El de Martín Barreiro es el texto más antiguo del expediente. Está fechado el 21 de enero de 1961 y alude a los arduos trabajos desarrollados por los vecinos de Corrubedo para poner a flote el yate. «Al comunicarle lo que antecede le agradeceriamos pudiera considerar la petición que oportunamente cursaran a los efectos de alguna mención o recompensa que se estime conveniente», cierra.
Los meses van transcurriendo, expira la primavera y con las cenizas de las hogueras de San Juan aún enfriando, el Diario Oficial del Ministerio de Marina se desayuna con un anuncio que lo acelerará todo:

Sí. El capitán de fragata Manuel Rodríguez Rey debe cesar como secretario general del Instituto Español de Oceanografía porque ha sido nombrado segundo comandante de la Comandancia Militar de Marina de La Coruña.
Y deducimos que este cambio también conlleva la extinción de sus funciones en la Sociedad Española de Salvamento de Náufragos, porque el 27 de junio, para precipitar esta trama cuyos personajes se han ido emparejando como bailarines de un minueto francés del siglo XVIII, Antonio Rodríguez-Toubes escribe lo siguiente:

«Antes de irte a tomar posesión te agradecería lo que te he pedido varias veces: la Medalla de Salvamento de Náufragos para el pueblo de Corrubedo (me la prometiste incluso de plata) pues no sé quien te relevará y además debes ser tú el que me la dé, aunque sea solamente por habértela pedido y concedido «a priori» por ti, hace varios meses.»
La misiva fue redactada un martes. El viernes, mientras aquel compulsivo escritor de cartas —envió unas 6.000— llamado Ernest Miller Hemingway se encerraba en su casa de tres plantas en un antiguo pueblo minero de Idaho quién sabe si rumiando ya el suicidio del domingo, llegaba la resolución soñada: el otorgamiento de la argentada insignia por la merced de un fantasma.
De un fantasma, sí. Porque ni una sola vez se menciona en el expediente la identidad del presidente de la Sociedad Española de Salvamento de Náufragos. Ni una firma. Ni un garabato. Nada… Y eso que fue el remitente de dos documentos y el destinatario de tres, algunos de los cuales nos quedan pendientes de publicar.
Si nos obligaran a apostar, lo haríamos a que el mando lo ocupaba en aquel momento el general inspector del Cuerpo de Intervención de la Armada Luis Díez de Pinedo, pero no poseemos la certeza absoluta (otro posible candidato es Juan Pastor Tomasety, ex jefe del Estado Mayor de la Armada). Sea quien fuere, hay algo de lo que no nos cabe la menor duda: de que los auténticos artífices de la concesión sí tienen sus nombres y apellidos estampados en las cartas.

Nos queda uno.
Su instancia ha sido referenciada varias veces en este post, pero la hemos querido esconder adrede: hablamos de don José Antonio Ríos Mosquera, ecónomo de la parroquia de Corrubedo.
Cuenta tantas cosas interesantes en su epístola que merece de sobra su propio capítulo…

[Continúa en el capítulo 3]
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