
Alphonse Gabriel Capone. Nacido el 17 de enero de 1899 en Brooklyn, Nueva York. El cuarto de nueve hermanos. El que más lejos llegó hasta que se le acabó la fiesta. El 4 de mayo de 1932 ingresa en la prisión de Atlanta para cumplir una condena de 11 años entre rejas. Sonríe para la ficha del FBI. Y lo que son las cosas: solo seis días después el departamento de policía de su ciudad natal anuncia que ha resuelto el asesinato de un joven agente, James R. Goodwin, abatido durante el atraco a una droguería en Manhattan. Acusan a tres hombres, a uno de los cuales se le relacionará con Al… Es corrubedano. Y seguimos con su historia.

Brooklyn Daily Eagle. 10 de mayo de 1932. No han transcurrido tres meses desde la noche del crimen y el comisario Edward P. Mulrooney, mandamás de la Policía de Nueva York, revela la noticia. Hay dos detenidos: Michael Rugana, español de 28 años que ha confesado los hechos, y Antonio López. «El tercer hombre —escribe el periódico sin identificarlo— ha huido del país».
Los lectores descubren algo más. Cuarenta y cinco minutos después del atraco fallido, los bandidos reciben una llamada a la puerta de su guarida en la 116th Street de Manhattan. Es el casero, Joseph Hartol, que les exige el alquiler. Se arma una gresca y Hartol cae de un disparo en la que será la segunda muerte en menos de una hora. Menuda noche.
Si hay un nombre destacado en el texto del artículo ese es el de Albert C. Johnson, el esclarecedor del caso. Johnson era un antiguo detective de primera clase degradado a patrullero por dejarse arrebatar el revólver en un atraco ocurrido en las navidades de 1929. Fue durante una cena en el Bronx en homenaje al magistrado Albert H. Vitale. El suceso conmocionó la sociedad neoyorkina, no tanto por el robo en sí (que también, incluso se especuló con que había sido un montaje) como por quienes habían estado compartiendo mesa, mantel y buenas bebidas con su señoría: además de políticos, policías y otros honorables jueces, algunos de los gángsters más granados de la ciudad. Aquello acaparó titulares a cinco columnas y, aun hoy, emerge de vez en cuando desde el fondo de una hemeroteca invocado por algún investigador interesado en dar ejemplos de hasta qué punto la mafia injería en todos los resortes del poder en tiempos de la Ley Seca. Pero esa es otra historia. Y de las largas. En la nuestra lo importante es que el detective Johnson había sido rebajado y estaba haciendo todo lo posible por lavar su honor y recuperar su rango. Con la rápida resolución del caso andaba cerca de conseguir, como mínimo, la segunda de las cosas.

The Herald Statesman. 28 de septiembre de 1932. Página 5. «Extradition To U.S. Refused, Goodwin Murder Suspect To Be Tried In Spain». ¡Por fin! Volvernos a toparnos en letra impresa con el protagonista de nuestra historia, aunque bajo el curioso nombre de Andreas A. García. Nos informan de que fue detenido el pasado 1 de julio en Corrubedo (reproducen el topónimo sin errar ni una letra). Y arguyen que forma parte de la «Spanish Gang», dos de cuyos miembros están encarcelados en la prisión de Tombs a la espera de juicio por el asesinato del agente Goodwin… Un dato relevante: ambos atribuyen el tiro mortal al gallego García.
El tono del texto es de decepción. El comisario Mulrooney critica al nuevo gobierno de la República por negarse a la extradición de Ageitos. «Es un cambio de actitud respecto al antiguo reinado del Rey Alfonso», espeta (lo que no dice es la razón de la negativa: la República tiene por norma no extraditar a países donde se aplica la pena de muerte). Más comedido, Harold W. Hastings, ayudante del fiscal del distrito de Nueva York, añade que será enjuiciado en España por los hechos que se le imputan.

The Hastings News. 25 de noviembre de 1932. Viernes. Tras deliberar desde las cuatro de la tarde del miércoles hasta las cinco de la madrugada del jueves, el jurado alcanza un veredicto para Antonio López: culpable del asesinato de James R. Goodwin. Los parientes del difunto han pasado la noche en vela para escuchar la decisión. Azares del calendario: es Día de Acción de Gracias.
Se nos extractan partes del juicio. Dos mujeres testifican que López les confesó el crimen y una refiere su miedo a la silla eléctrica. El taxista relata su vía crucis. En cuanto al otro acusado, Michael Rugana, admite haber estado en el drugstore pero aduce que se vio forzado por sus compinches a punta de pistola. También afirma que iba desarmado, algo que testigos oculares niegan. Por cierto, en contradicción con la noticia anterior, en esta achaca la bala homicida a López. El jurado no logra un consenso sobre su culpabilidad, ya que uno de sus miembros se enroca en la inocencia. Por un voto contra once, el destino de Rugana permanece en suspenso dejando un regusto amargo en la familia Goodwin.

Dobbs Ferry Register. 2 de diciembre de 1932. Siete días después del veredicto del jurado, el juez Joseph E. Corrigan dicta sentencia. Pena de Muerte. Antonio López, argentino de 26 años de edad, será conducido a la silla eléctrica en Sing Sing en la semana del 19 de enero. El reo lo escucha impasible, con las manos a la espalda, mascando chicle.

Nassau Daily Review. 20 de diciembre de 1932. Es el turno de Michael Rugana. Ahora sí: pena de muerte. Lo ha decidido el juez Charles C. Nott Jr. después de que un nuevo jurado no tuviese fisuras al proclamar su culpabilidad. Su billete a la silla eléctrica está reservado para la semana del 30 de enero. Sonriente, Rugana estrecha la mano a sus abogados.

The Daily News. 19 de mayo de 1933. El Departamento de Policía de Nueva York acuerda conceder a título póstumo la Medalla de Honor al agente James Goodwin. La recogerá su padre, Thomas Goodwin, de manos del alcalde de la metrópoli, John P. O’Brien. El acto se escenificará en la escalinata del ayuntamiento.

The Daily News. 26 de mayo de 1933. Con cuatro meses de retraso sobre la fecha prevista, Antonio López muere en Sing Sing. Poco antes de ser electrocutado el convicto sorprende con una confesión: exculpa a un tal Emanuel Ramírez de haber participado en un robo por el que está cumpliendo quince años. Ramírez no estuvo allí, él sí. Un último gesto de lealtad lumpen.

The Dayly Argus. 1 de junio de 1933. Convencido de que Rugana fue coaccionado a tomar parte en el crimen, el gobernador Herbert H. Lehman conmuta la pena capital por cadena perpetua. En el último suspiro. Iba a ser electrocutado aquella misma noche.

The Hastings News. 20 de julio de 1934. Viernes. Se anuncia que el de nuevo ascendido a detective Albert C. Johnson subirá el sábado a bordo del Leviathan con dos testigos para zarpar rumbo a España, adonde llegará la siguiente semana con la misión de obtener un veredicto de culpabilidad contra (ahora sí lo escriben bien) Andrés Ageitos, en prisión preventiva desde hace 18 meses. Según el periódico el juicio empezará el 1 de agosto. Será —dice muy apropiadamente el titular— el «último capítulo» en el caso de la muerte de James Goodwin…
Nos vemos en él.

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