
Aparte de fuente de inspiración para cantantes, coyotes, poetas y orates, la luna es una masa enorme maniatada por las leyes de la física. En el curso de su existencia ha sido golpeada por montones de meteoritos que —al carecer de atmósfera y, por lo tanto, no haber erosión— han dejado una marca indeleble en su superficie, proporcionando un sentido inesperado a aquella socorrida expresión: «le puso la cara como una mapa».
Como un mapa lunar. En el que ese acné sideral que observamos en la cara visible son sus famosos cráteres. Hay 5.185, según ha catalogado la Unión Astronómica Internacional. De ellos, millar y medio han sido bautizados, empleando la identidad de científicos, exploradores y cosmonautas de ayer y hoy.
A nosotros el que nos interesa figura en el mapa de arriba. El sexto desde el principio. Brenner. Coordenadas: 39.0ºS, 39.3ºE. Diámetro: 97 kilómetros. Profundidad: 3,3 kilómetros. Denominado de esta guisa en honor de Leo Brenner, autor olvidado de media docena de tratados astronómicos en alemán publicados entre finales del siglo XIX y principios del XX. Por ejemplo: Jupiter-Beobachtungen auf der Manora-Sternwarte 1898-1901 (Observaciones de Júpiter en el Observatorio de Manora 1898-1901) o Beobachtungs-Objekte für Amateur-Astronomen (Objetos de observación para astrónomos aficionados).
Sucede que Leo Brenner era el alias de alguien que no quería revelar su verdadera identidad. Atención a la contundencia de su auténtico nombre: Spiridon Gopčević.
Por una razón de lo más singular ha venido a cruzarse en nuestro camino.

Este es. Su convulsa existencia merecería una biografía en profundidad. En su defecto, un tal Michael Heim escribió en 1966 una tesis doctoral titulada Spiridion Gopčević: Leben und Werk (Spiridon Gopčević: Vida y Obra), mientras que en 1978 cierto Joseph Ashbrook publicó en la revista Sky and Telescope el artículo The Curious Career of Leo Brenner (La curiosa carrera de Leo Brenner). A día de hoy no es complicado encontrar referencias sobre él en Internet. Lo que pasa es que son muy dispersas. Lo mismo te lo topas en un sitio que versa sobre nacionalismos balcánicos que en otro sobre la vida en Marte.
Y en fin… Aunque nos haya sido difícil discernir a veces dónde acaba la verdad y dónde empiezan sus propias mentiras (o las de sus enemigos), vamos a intentar hilvanar su trayectoria.
Nació el 9 de julio de 1855 en Trieste, que hoy está en Italia pero que en aquel entonces formaba parte del imperio austrohúngaro. Su padre, un riquísimo naviero de origen serbio (se le recuerda por edificar uno de los referentes arquitectónicos de la ciudad: el Palazzo Gopcevich), se suicidó cuando él contaba cinco años de edad tras una arriesgada inversión que se le fue al carajo durante la guerra de Crimea. El niño emigró con su madre a Viena, donde estudió en una escuela jesuita. Con diecisiete perdió también a su progenitora. Poco después se matriculó en el conservatorio para aprender piano y canto. Duró un curso.
A partir de aquí es cuando las cosas se ponen interesantes. Y embrolladas. En 1875 se produjo la rebelión herzegovina (una revuelta de los campesinos bosnios contra sus opresores turcos) y el veinteañero Spiridon, que había recalado allí como corresponsal del Neuen Freien Presse, quiso involucrarse en la lucha y erigirse en comandante de una unidad del ejército que había promovido el mismísimo Giuseppe Garibaldi. Fracasó en el intento. Pero el príncipe Nicolás I de Montenegro, simpatizante de la causa herzegovina, lo mandó a Londres para intentar lograr un préstamo de guerra inglés. También fracasó. Pero con la publicación en 1877 de Montenegro und die Montenegriner (Montenegro y los montenegrinos) se ganó las simpatías del primer ministro británico, William Gladstone, quien incluso lo envió a Prusia en 1880 para entablar relaciones con Otto von Bismarck… cosechando un nuevo fracaso: el todopoderoso canciller ni siquiera lo recibió.
El arqueólogo Arthur John Evans —quien más tarde descubrió el palacio cretense de Cnosos, joya de la civilización minoica— o el general húngaro György Klapka, héroe en la fallida guerra de independencia contra los Habsburgo, fueron otras de las muchas amistades que cultivó en aquellos tiempos. Nos da la impresión de que el joven Spiridon, reportero de guerra, era más que nada una especie de pequeño Nicolás: un camelador y un tunante de tomo y lomo, poseedor de una fascinante habilidad para manejarse por las esferas más altas del teatro político europeo y sacar tajada. Y su mayor cualidad: cada vez que se le cerraba una puerta, se las componía para abrir una ventana.
«Nos da la impresión de que el joven Spiridon era una especie de pequeño Nicolás, con una fascinante habilidad para manejarse por las altas esferas del teatro europeo. Cada vez que se le cerraba una puerta, se las componía para abrir una ventana»
En 1883 nació su hijo Spiridon, fruto de una relación con una tal Franciska Praskowitz, de Moravia (hoy situada en Chequia), hija de un boticario o joven de noble estirpe según qué versión. En 1886 se casó con ella, aunque después mintió sobre la fecha de su boda retrotrayéndola cuatro años para ocultar que su primogénito era un vástago prematrimonial. En 1888 nació su hija Draga Danica.
Entretanto, la fuerza de la sangre paterna hizo que se exarcerbase su vena nacionalista. De forma vehemente, empezó a reivindicar la unión de los países eslavos bajo la égida del monarca de Serbia, Milan I Obrenović, e incluso desempeñó funciones como agregado de este reino, primero en Berlín (1886-1887), donde como una suerte de precursor de Iván Redondo ayudó a popularizar la imagen del político Jovan Ristić —entonces ministro de Asuntos Exteriores y muy pronto primer ministro de Serbia—, y después en Viena (1887-1890). Algunos de sus libros en esta década: Beiträge zur neueren Kriegsgeschichte der Balkan-Halbinsel (Contribuciones a la historia reciente de la guerra de la península Balcánica), Serbien und Serben (Serbia y los serbios) y Makedonien und Alt-Serbien (Macedonia y la antigua Serbia).
Los exégetas que se han ocupado de estudiar la trayectoria de Spiridon Gopčević coinciden en subrayar lo inexplicable de su siguiente paso. En 1890 fundó en Viena el periódico Wiener Tagespost, de ideología antisemita, antiprusiana y abiertamente proaustriaca, lo que se contradecía con su (hasta entonces) ostensible vocación paneslava y evidenciaba un comportamiento volátil, errático, que ya se había insinuado con anterioridad cuando a aquellos que había elogiado en un libro los ponía a parir en el siguiente, y viceversa: hubo quien lo calificó de interesado y chaquetero y siempre planeó la sospecha de que muchas de las apreciaciones recogidas en sus textos eran meras invenciones.
De repente, el ocaso. Su periódico quebró, tuvo grandes pérdidas económicas y, como las desgracias nunca vienen solas, sufrió encarcelamiento por haber vertido críticas contra el gobierno. Desmotivado, Spiridon decidió renunciar al periodismo. Corría el año 1893.
Su álter ego, Leo Brenner, venía en camino.

Ya va siendo hora de desvelar por qué hemos traído aquí a este tío. La portada que veis ahí arriba la hemos descargado de Amazon. Comment la France conquit l’Angleterre en 1888… Cómo Francia conquistó Inglaterra en 1888. [Nuevo: 24€. Versión Kindle: 4,99€]. A primera vista, su autor es alguien que se llama Henri Buchard, pero en letras más pequeñas podemos leer: «D’après [según, de acuerdo con] Spiridion Gopcevic».
Bueno. La cosa sucedió así. En 1886 Spiridon publicó dentro de la Internationale Revue über die Gesamten Armeen und Flotten (Revista internacional de todos los ejércitos y flotas) el texto «Der grosse Seekrieg im Jahre 1888», traducible como «La gran guerra naval en 1888». El escrito tenía un detonante muy concreto. Spiridon se había quedado hondamente impresionado al saber de un invento reciente que se estaba engendrando en Rikeja —ciudad croata, el primer sitio del mundo en que se fabricó el artilugio—, resultado de la comunión de las materias grises de un oficial de marina oriundo de aquella localidad, Giovanni Lupis, y de Robert Whitehead, un ingeniero británico que había recalado allí por razones laborales…
El torpedo.
Sí. Inspirado por las propiedades mortíferas del proyectil submarino, Gopčević describió una guerra ficticia (y futurista: faltaban dos años para que sucediese) en la que la Armada inglesa caía derrotada por culpa del poder armamentístico de sus enemigos galos que habían hecho mayor acopio de la autopropulsada invención. La obra no era una novela ni un ensayo. Era un manual de táctica militar que contenía todo lo que se puede esperar en esta clase de trabajos: la situación geopolítica anterior, el listado de navíos de cada bando, los entresijos de cada batalla, el armisticio, la conclusión…

No hemos accedido al texto original en alemán, pero sí a la traducción gala en su edición de 1891, que se puede consultar gratuitamente en la Biblioteca Nacional de Francia [4,99€ que nos ahorramos].
Punto de partida. Desde hacía mucho tiempo, las relaciones diplomáticas entre las dos grandes potencias navales, Inglaterra y Francia, habían sido tensas. Siam, en las Indias Orientales, frágilmente situado entre las posesiones francesas de Vietnam y Camboya y la colonia británica de Birmania, prendió la mecha de la discordia. Escalada de provocaciones. Los franceses se apropiaron de las Nuevas Hébridas. Los ingleses respondieron anexionándose Egipto. La guerra fue declarada el 2 de julio de 1888. Las flotas enemigas tomaron posiciones en los mares y océanos del mundo. Cautelosos movimientos como piezas desplegándose por un tablero de ajedrez. Tras una semana jugando al gato y al ratón, se produce el inevitable primer encuentro entre las dos fuerzas. Estamos a 10 de julio. «Ya nada podría impedir el combate», reflexiona el cronista antes de adentrarse en la batalla inaugural…

Pues sí. La primera batalla de la guerra imaginaria que acabaría por doblegar al imperio británico fue la batalla de Corrobedo. Con tres oes. Una forma habitual de referirse a nuestro cabo en el siglo XIX.
Observad la ilustración inferior. De un lado, la escuadra inglesa del almirante Clark, formada por diez barcos: Alexandra, Rodney, Thunderer, Dévastation, Superb, Conqueror, Hero, Rupert, Hotspur y Polyphemus. Del otro, la escuadra de Toulon del almirante De Letourville, con seis: Marceau, Colbert, Trident, Richelieu, Suffren y Caïman.

No vamos a detallar los avatares de cada buque. Baste explicar que los luteranos iniciaron las hostilidades con el Polyphemus abriendo fuego contra el Marceau, que salió indemne. Poco a poco la contienda se va inclinando en favor de los súbditos de la reina Victoria. A los franchutes solo le quedan dos barcos —el Marceau y el Trident— mientras que sus contrincantes todavía conservan seis: el Alexandra, el Thunderer, el Dévastation, el Superb, el Hero y el Hotspur.
La primera batalla de Corrobedo finaliza, pues, con una contundente victoria de la flota británica. Pero los vecinos de nuestro cabo no han escuchado aún el último cañonazo. Porque justo entonces comienza…

Y es que, al igual que el séptimo de caballería en las pelis del oeste o las tropas de la Casa Arryn en la batalla de los bastardos de Juego de Tronos, otra unidad irrumpe en la lucha en el último suspiro para alterar el destino de la refriega: la escuadra de Brest del almirante Borny, integrada por doce barcos: Baudin, Formidable, Courbet, Duperré, Redoutable, Friedland, Imdoptable, Requin, Tonnerre, Furieux, Fulminant y Tempéte.
Las fuerzas del almirante Clark quedan desarboladas. Los galos vencen.

Antes escribimos que el autor que presumía de nombre en la portada del libro no era Spiridon Gopčević sino un tal Henri Buchard (1954-1935), teniente de navío que había adaptado al francés la obra en alemán. Así pues, no sería descabellado sostener la hipótesis de que las dos batallas de Corrubedo podrían haber sido un añadido surgido de la imaginación del oficial de marina que no estaba contenido en el modelo del corresponsal de guerra…
Pero no.
En 1887 —es decir, un año después del texto original y tres antes del galo— ya había salido una versión en inglés. Su título, The Conquest of Britain in 1888, and the Sea Fights and Battles that Led to It (La conquista de Gran Bretaña en 1888, y los combates y batallas navales que condujeron a ella), traducido por el comandante Fritz Hauch Eden Crowe.
Aunque tampoco disponemos de este ejemplar, sí hemos accedido a una crítica literaria sobre el volumen y no deja lugar a dudas. Apareció en The Army and Navy Gazette en la primavera de aquel 1887. He aquí un extracto:
«En la primera batalla, en Corrobedo, el almirante inglés, entre las flotas francesas de Toulon y Brest, con el ejemplo precedente de Nelson, se esfuerza por derrotar al enemigo exhaustivamente. Tiene éxito en destruir la flota de Toulon, pero la de Brest hunde finalmente todo su escuadrón, con excepción del Surprise, en total 11 buques.»
Claro y meridiano. Los isleños sucumbieron delante de nuestro cabo. Y después se sucedió otra serie de derrotas que desembocaron en la rendición de Reino Unido. Dice el artículo unas líneas más abajo:
«Luego sigue una gran batalla naval en el Canal [de la Mancha]: flotando, 903 buques de guerra y transporte, con 446.000 hombres. Al igual que antes, los buques británicos son destruidos por torpedos, los franceses desembarcan en Cornwall, nos derrotan cerca de Salisbury, marchan sobre Londres y dictan las condiciones de paz más desastrosas. Debe observarse que en este trabajo una alta proporción de los accidentes, errores y olvidos ocurren en el lado británico, y nuestros torpedos son comparativamente ineficaces en comparación con los franceses. Estas circunstancias nos dan la esperanza de que, si alguna vez se libra una guerra así, el resultado seguramente no será el aquí representado».
Quien no se consuela es porque no quiere.

En septiembre de 1893, Gopčevic desembarcó con su familia en la ciudad isleña de Lussinpiccolo (ahora Mali Lošinj) y montó el primer observatorio astronómico de Croacia. Lo bautizó Manora, apodo con el que conocía cariñosamente a su esposa. La estación empezó a funcionar el 9 de mayo de 1894. Bajo el alias de doctor Leo Brenner, comenzó a publicar sus investigaciones sobre la luna y los planetas, haciéndose un hueco en las mejores revistas del ramo y carteándose con los más prestigiosos expertos del mundo entero.
Parecía que nuestro vapuleado experiodista diseccionador de las miserias humanas había resurgido de sus cenizas transformado en un rutilante explorador del cosmos y que se había ganado el reconocimiento de sus nuevos colegas… Pero se le fue la mano. Poco a poco, sus afirmaciones fueron cada vez más inconsistentes y extravagantes. La gota que desbordó el vaso fueron sus abracadabrantes hallazgos sobre nuestro vecino Marte: una sarta de fantasiosos datos que acabarían con su prometedora carrera.
Veréis. En aquel entonces, existía una teoría según la cual la superficie del planeta rojo estaba atravesada por una serie de canales. Los astrónomos Giovanni Schiaparelli y Percival Lowell eran los defensores más prominentes de esta hipótesis que, para el segundo, vendría a evidenciar la existencia de seres inteligentes que habrían construido aquellas formaciones rectilíneas. Brenner/Gopčević quiso doblar la apuesta. Las observaciones realizadas desde su telescopio refractor de siete pulgadas en la isla adriática fueron tan exitosas que entre 1896 y 1897 fue capaz de ver no solo los 88 canales descubiertos por Schiaparelli y los 12 de Lowell, sino también otros 68 canales nuevos, 12 mares y 4 puentes. Toda un conglomerado de infraestructuras que demostraban como nunca la vida en Marte.
Las publicaciones científicas más reputadas se negaron a divulgar aquellas revelaciones y él, herido en su orgullo, lanzó a partir de 1899 su propia creación editorial, Astronomische Rundschau (Revista Astronómica). Pero su declive era inevitable. El mundillo le fue dando la espalda y en 1909 cerró el observatorio por problemas financieros, no sin antes proclamar a los cuatro vientos (lo hizo en el último número de su revista) su verdadera identidad, sostener que era conde (otra trola) y anunciar que ante el vergonzoso trato recibido había decidido abandonar la astronomía… cuando era la astronomía la que lo había abandonado a él.
Por cierto, los supuestos canales marcianos presuntamente divisados por algunos observadores con sus telescopios no eran más que efectos ópticos provocados por las imperfecciones de las lentes de entonces…

Quien haya leído hasta aquí se habrá percatado de que, si había dos virtudes que sí adornaban a Spiridon Gopčević, esas eran la tenacidad y la capacidad de reinventarse a sí mismo. Tras el descalabro del observatorio croata emigró a la soleada San Francisco, en los Estados Unidos, donde se dedicó a la creación musical. En 1912 compuso la letra de dos óperas (The Paris September Days y The Life Saver) que, la verdad, no tuvieron demasiado éxito y dieron al traste con esta faceta.
Aún aguantó un par de años en el Nuevo Mundo, pero acabó por retornar a Europa poco antes de la Primera Guerra Mundial. Viejo y olvidado, alejado de los días y noches de vino y rosas de la juventud, su inquebrantable compulsión por la escritura se mantuvo y durante las tribulaciones de posguerra dio a la imprenta los textos más dispares: elucubraciones sobre Jesús de Nazaret, cuentos de hadas, un libro de conversaciones en serbocroata y —su última obra conocida— un análisis de las leyendas de la Atlántida y el continente sumergido de Lemuria. El recuento es apabullante: 77 libros, 836 reportajes en 775 periódicos y alrededor de 1.500 artículos de variada extensión.
El rastro de sus últimos años fue difuminándose, perdiéndose en la oscura inanidad de quienes subsisten bajo el umbral de la pobreza, y aún hoy los historiadores no se ponen de acuerdo sobre cuándo ocurrió su muerte. Unos dicen que en 1928. Otros, que en 1936. Ninguna lápida nos legó un epitafio.

En 1936, el selenógrafo alemán Philippe Fauth (1867-1941), que había tratado a nuestro protagonista, denominó en su honor uno de los cráteres que cartografió en su elogiado mapa lunar. En 1993 fue construido un nuevo observatorio en la ciudad croata de Mali Lošinj (la antigua Lussinpiccolo donde él había hecho sus estudios estelares) y lo bautizaron Leo Brenner. En 1994 fue fundada la aún vigente Sociedad Astronómica Leo Brenner para celebrar un siglo de la entrada en funcionamiento del observatorio Manora.
En suma. Aunque sea en forma de álter ego, la figura de Spiridon Gopčević no es ninguna reliquia del pasado sino que sigue presente en algunos aspectos de la vida actual.
La próxima luna llena será el 8 de abril. Así que, ya que se nos ha confirmado que por esas fechas continuaremos confinados dentro de nuestras casas, no tendremos excusa para reservar un momento para abrir una ventana o salir al balcón y mirar hasta donde alcance la vista. Si el tiempo es generoso, el cielo nos corresponderá con una superluna espectacular. Una buena ocasión para dedicar unos segundos a recordar a este hombre superlativo que una vez imaginó que aquí, en estas aguas corrubedanas tan próximas y que sin embargo (¡ay!) nos quedan tan lejos durante este Estado de Alarma, iba a tener lugar el insospechado principio del fin del sublime, presuntuoso, colosal e invencible imperio británico señor de los mares.
Así, nos hubiéramos ahorrado el Brexit.
[Algunas fuentes consultadas: Comment la France conquit l’Angleterre en 1888 (Henri Buchard / Spiridon Gopčević), «Dva Spiridona Gopčevića Dvije Tragične Sudbine» (Klub Sušačana), «Spiridon Gopčević’ (Istria on the Internet), «Leo Brenner» (Zvjezdarnica), «Astronom Spiridon Gopčević vječno obilježen na Mjesecu» (Boka News) y «Torpedo» (Kvarner Rijeka)]
23/03/2020 at 11:22
Como siempre, muy buena la historia, las reseñas, las referencias y también las fotos.
Que daría por ver la gran luna desde la Robeira, como cuando era pequeño y estábamos recogiendo agua de la fuente que ahí está, antes, mucho antes de la “traída”. Aquellas noches eran mágicas, porque no existía la contaminación lumínica actual, y la luna parecía cogerse con las manos.
Pero, en cuanto a batallas navales en nuestro Cabo, debió haber más de una. A viejos marineros del pueblo, les oí relatar algún combate habido entre aviones y submarinos alemanes, en la Segunda Guerra, mientras ellos estaban a lo suyo, a la pesca del “badeixo”.
Corrubedo, tiene aún mucho que contarnos, y seguro que vosotros lo descubriréis.
Animo y aunque no tengamos posibilidad, soñemos con la Luna reverberante sobre las aguas del puerto, y si coincide con la bajamar, el espectáculo será sublime.
Habría que promocionarlo, como tiempo ha, una empresa de viajes madrileña publicitó y organizó viajes de Madrid a Lisboa, ¡para ver el “Anticiclón de las Açores”!
No sé yo si llegaron a verlo, pero a sentirlo, seguro que sí.
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