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Elegante navío

No venía envuelto en papel de regalo pero era uno de los mayores presentes con que este blog podría soñar. El 18 marzo lo recibimos en ese buzón posmoderno que llamamos bandeja de entrada. Un pdf de veintiocho páginas ya amarillentas presididas por una hoja más pequeña que el resto en la que, escritas a bolígrafo azul, había dos anotaciones y el número 1 rodeado por un círculo. Arriba, subrayada, «Pueblo de Corrubedo». En el medio, centrada, «Premio Plata». Pero aún había más. Porque asomando desde una esquina se podían leer otras cuatro palabras en letras mayúsculas que habían sido mecanografiadas en el segundo documento. Una de ellas, la única entrecomillada, fue la que captó nuestra atención. Un adjetivo inglés y al mismo tiempo el nombre de un barco. Ocho caracteres en tinta negra, evocadores de acontecimientos pretéritos y de vivencias muy recientes, de emocionantes reencuentros que habíamos tenido la dicha de presenciar. En la pantalla flotaba aquella grafía familiar: «»DEBONAIR»».

Y lo que teníamos delante, a tiro de click, era el expediente administrativo de la concesión de la medalla que la Sociedad Española de Salvamento de Náufragos otorgó a nuestra parroquia en 1961: una distinción que nuestros padres y abuelos, que nuestras madres y abuelas, se habían ganado a pulso por su valiente y humanitario comportamiento después de que una noche de tormenta infernal encallase en la playa de A Ladeira un yate con tres personas a bordo y un perro. Aquello ya lo habíamos relatado. Ahora, se nos invitaba a escudriñar en las entretelas del cuento.

No. No venía envuelto en papel de regalo pero para nosotros era como si con dos meses largos de retraso hubiésemos amanecido en Navidad.

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«Pueblo de Corrubedo»… «Premio Plata»… «»DEBONAIR»»

¿Y quien nos lo enviaba?

El remitente del correo electrónico era nuestro amigo y vecino Francisco Sánchez Fraga. «Te adjunto el expediente de la concesión por si quieres (que querrás) aprovecharlo para profundizar en la intrahistoria del naufragio».

La suya había sido una búsqueda tan feliz como inesperada en su desenlace. El asunto es como sigue. Con motivo del anuncio por Kay de la inminente visita de su hija Hanna, Francisco había solicitado copia de la resolución de la medalla con el fin de entregársela en nombre de la Asociación Corrubedo XI Siglos a la nieta de los tripulantes del Debonair. La destinataria de su petición había sido Cruz Roja, institución depositaria de los archivos de la Sociedad Española de Salvamento de Náufragos después de que esta entidad hubiese sido absorbida en 1972 por la primera [más en concreto, por la naciente Cruz Roja del Mar, que había celebrado su junta constitutiva el 30 de agosto de 1971 en la Comandancia Militar de Marina de La Coruña: un significativo gesto tras el hundimiento el otoño anterior frente a las costas herculinas del pesquero La Isla, suceso en el que entre otros había perdido la vida el joven marinero corrubedano Francisco Martínez Rama… pero nos estamos dispersando y esa es otra historia].

«Aunque con un poco de retraso me han dado algo mejor que la orden, pues me han enviado todo lo que consta en el expediente de la concesión», comentaba nuestro desprendido mensajero en su mail. Descargamos el pdf, lo abrimos y, acariciando la rueda del ratón, fueron apareciendo catorce documentos. El más antiguo, del 21 de enero de 1961. El más reciente, del 18 de octubre de 1961. Escritos a mano y a máquina. Firmados en Corrubedo, Vilagarcía, Vigo, Ribeira y Madrid. Redactados en tono coloquial o con el lenguaje envarado de la burocracia. Dibujando ante nuestros ojos toda la lenta concatenación de solicitudes, informes, resoluciones y dictámenes trasladados de un sitio a otro a paso de cartero el mismo año en que —manda carallo lo que son las cosas— el Instituto Tecnológico de Massachusetts efectuaba con un mastodóntico IBM 7090 una demostración de lo que se considera el origen primigenio del correo electrónico.

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Detrás del papel

Así pues, nos disponemos a desvelar la cara oculta de nuestra medalla. Pero no nos precipitamos. Antes de dar inicio a la narración consideramos conveniente presentar a sus personajes (es decir, a los distintos abajofirmantes de las misivas) para irlos conociendo un poco más. Y ponerles rostro.

Estos son, por orden alfabético, todos los autores del Expediente Debonair.

Todos… menos uno.

Rafael de Aguilar y Ojeda

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A la derecha, leyendo.

La imagen pertenece al diario El Pueblo Gallego en su edición del 20 de febrero de 1960. Estamos por lo tanto en el año del naufragio del Debonair. El hombre de gesto adusto y gafas haciendo equilibrios en el puente de la nariz es el capitán de navío Rafael de Aguilar y Ojeda. Está leyendo un decreto: el de la imposición a los veintiún tripulantes del trasatlántico Monserrat de las medallas del Mérito Naval por su comportamiento durante el rescate del buque italiano Avior.

Más allá de los pocos o muchos paralelismos que pudiera haber entre este salvamento y el del yate inglés, su presencia en nuestra historia es puramente testimonial. Rafael de Aguilar (emparentado con el marquesado de Montefuerte, casado con la hija de un ex alcalde de Ferrol, padre de un futuro capitán marítimo de Barcelona) servía de comandante militar de Marina de Vigo y, como tal, tuvo que cumplimentar cierta formalidad administrativa. La veremos en el capítulo 2.

Martín Barreiro Álvarez

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Primero por la izquierda

Nadie le arrebatará el mérito de haber firmado la carta más antigua del expediente. De profesión médico militar, Martín Barreiro Álvarez ocupó durante un par de décadas la presidencia del Club Náutico de Vigo y fue el promotor de que junto a su racionalista sede social se construyese la primera piscina climatizada cubierta de Galicia: fue inaugurada el 23 de abril de 1967 en un acto en que Juan Antonio Samaranch, entonces presidente de la Delegación Nacional de Deportes (DND), le impuso a nuestro personaje la medalla al Mérito Deportivo.

Precoz divulgador del mundo de la vela (ya los periódicos de la Segunda República mentaban sus victorias como regatista), hoy da nombre a un trofeo que este otoño cumplirá su 44ª edición. Murió en 1981 a los 85 años.

Álvaro Landeira Martínez

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De corbata, feliz

El tipo tan pintón de las gafas de sol que se pasea indolentemente por la actual rúa Galicia de Santa Uxía seguido de un montón de gente es Balduino de Sajonia-Coburgo-Gotha y Bernadotte. O sea, el rey de Bélgica. Así que no es de extrañar que Álvaro Landeira Martínez desprenda semejante grado de orgullosa satisfacción. La visita aconteció el 11 de agosto de 1961 y nuestro retratado ejercía en aquel entonces de alcalde de Riveira.

Su mandato había comenzado el 5 de febrero de 1960 y concluyó el 26 de julio de 1963. Entretanto, tuvo tiempo de inaugurar un matadero municipal, llevar la invención del teléfono a Corrubedo y Aguiño, asfaltar caminos, impulsar el abastecimiento de agua, mejorar el puerto y pronunciar este vaticinio: «el día en que algún riveirense, de visión clara, instale un hotel adecuado a nuestros tiempos, puede ser nuestra ciudad un centro turístico de categoría»…

José Antonio Ríos Mosquera

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Pensativo

Una foto en color del presente siglo. Porque José Antonio Ríos Mosquera no se ha jubilado todavía. Lleva cerca de 58 años cuidando a sus feligreses de la parroquia de Carril. Toda una vida en la orilla este de la ría de Arousa que contrasta con el lapso fugaz en que estuvo con nosotros: desde noviembre de 1960 hasta noviembre de 1961, sirviendo de ecónomo de Corrubedo después de la marcha de don Edmundo a O Grove.

Joven aún en aquel tiempo, don José Antonio había sido seminarista en Santiago y estudiado Teología y Derecho Canónico en la Universidad. Un religioso en plenitud de energías que escribió una sustanciosa carta de ocho páginas (con mucho, la más larga del expediente) que lo convierten en uno de los protagonistas de nuestro relato.

Manuel Rodríguez Rey

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De pie, el tercero desde la izquierda

Punteando las hemerotecas nos hallamos ante un militar de carrera imparable. Alférez de navío en 1929; segundo comandante del torpedero T-2 (algún día hablaremos de estos delfines de acero) cuando el levantamiento de julio de 1936; capitán de navío y profesor de artillería en 1942; capitán de corbeta y redactor del volumen Tiro naval de superficie en 1947; capitán de fragata y secretario general del Instituto Español de Oceanografía en 1951… y secretario general de la Sociedad Española de Salvamento de Náufragos en 1960, el año en que encalló el Debonair.

Sus progresos en el escalafón no cesan aquí. El 23 de junio de 1961, Manuel Rodríguez Rey será nombrado segundo comandante de la Comandancia Militar de Marina de La Coruña: algo en apariencia ajeno a nuestra historia que, sin embargo, influirá decisivamente en su desenlace.

Antonio Rodríguez-Toubes y Vázquez

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A la derecha

Su hijo Jaime ha sido el mentor de Felipe VI en los arcanos de la navegación a vela. Su hijo Antonio sufrió graves heridas tras el atentado terrorista que acabó con la vida de Cristóbal Colón de Carvajal, grande de España, del que era ayudante. Su hijo Eduardo casó con Maria del Pilar Osborne Macpherson, pariente de aquel José Luis Osborne a quien Michael Kuh retrató posando detrás de un Citröen Dos Caballos.

Él, Antonio Rodriguez-Toubes y Vázquez, alias Tonet, interpreta otro de los papeles relevantes. Capitán de navío de origen ferrolano, fue el más prolífico de los autores del expediente: cinco de los catorce documentos llevan su firma como comandante militar de Marina de Villagarcía. Falleció en Madrid en 1988 y sus restos reposan en Silleda.

Celestino Souto Serantes

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El último

El último de la lista y de participación discreta, pero quién sabe si la medalla hubiese llegado de no ser por este ferrolano nacido en Cobas en 1902 y fallecido en Pontevedra en 1973. 

En 1961, Celestino Souto Serantes trabajaba como ayudante militar de Marina de Santa Eugenia de Riveira. Rubricó una sola misiva: poco más de treinta líneas impregnadas de naftalina pero que consideramos imprescindibles para que la sangre, sudor y salitre de Corrubedo hubiesen terminado por bañarse en plata.

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La cara oculta
[Continúa en el capítulo 2]