
En estos dos años largos que van de blog hemos relatado unos cuantos episodios en que los vecinos de Corrubedo se confabularon para socorrer a las víctimas de naufragios acaecidos en nuestras costas.
En uno de ellos, los beneficiarios fueron los ocupantes del Debonair: el sufriente William, la valiente Heather y el hijo de ambos, Thomas. La hazaña, ocurrida en 1960, sigue palpitando en el corazón colectivo del pueblo como hemos tenido el gozo de comprobar recientemente.
No sucede lo mismo con otros. La goleta Dichosa, hundida en un lejano 1885 pero que quiso la suerte diésemos con las identidades de los diez paisanos que encarnaron la gesta tras divisar desde tierra la inminente catástrofe y hacerse a la mar. O el Calliope, vapor aún más remoto, cuyo único superviviente se aferró a un mamparo durante tres días y tres noches antes de que, a la mañana del cuarto día, los pobladores del cabo salvasen a aquel infeliz que pudo descansar bajo techo en la casa del cura.
Hoy vamos a narrar un lance más. Pertenece a una época distinta. Quienes auxiliaron a la nave en apuros están inscritos en otra generación, pues los hechos tuvieron lugar en 1914, setenta y cinco días antes de que dos balas disparadas con una pistola semiautomática en Sarajevo desatasen la sangrienta Gran Guerra [y aquí podríamos mentar también a los dos marineros extranjeros que les deben la vida a nuestros ancestros tras el naufragio en la primavera de 1918 del noruego Hvalen, que había sido una factoría ballenera que operaba en la Antártida].
Ajenos a las tensiones internacionales que derivarían en el asesinato del príncipe Federico Fernando de Austria, el barco de cabotaje que gracias a la actitud heroica de dos motoras corrubedanas pudo proseguir su incesante vaivén frente a nuestras piedras y playas respondía al nombre de Asunción. Igual que la capital del Paraguay y la mujer de la canción del vino.

Que nosotros sepamos, el suceso que vamos a rememorar apareció en un solo sitio: El Diario de Pontevedra en la edición del 20 de abril de 1914. Suficiente.
Aquella noticia calificó el barco de «pailebot», pero buscando otras referencias al buque malaventurado en la prensa lo hemos leído denominar «balandro», «vapor» [flagrante desatino: la nave era de vela] y, ganando por goleada, «queche» o «quechemarín».
Nos quedaremos pues con que era un quechemarín, palabra derivada de la locución francesa chaiche marine, alusiva a una pequeña embarcación de dos mástiles con velas al tercio, algunos foques en un botalón a proa y gavias volantes en tiempos bonancibles [en cristiano: con velas en forma de trapezoide, algunas velas triangulares en un palo inclinado en la proa y velas de quita y pon que se colocaban a mayores si la mar estaba calmo]. El ingenio ya se empleaba en el siglo XVII, tanto para la pesca como para el cabotaje a pequeña escala, como es nuestro caso.
La Asunción empezó a dejarse ver por las costas gallegas hacia 1905. Era una nave de 18 toneladas con base en Corcubión que, al menos al principio de su vida marinera, lo gobernaba un tal capitán Arias. Así lo leemos en este recorte de Noticiero de Vigo que informa de las entradas y salidas del puerto de aquella ciudad:

Su vida era tan predecible como las horas canónicas en un monasterio. Todos los movimientos del buque respondían exactamente al mismo patrón: hacia Vigo con el estómago vacío [«en lastre»] y de vuelta a Corcubión con las alforjas llenas de «carga general». Con la precisión de un metrónomo, este ir y venir se fue repitiendo a lo largo de años, transportando mercancías por vía marítima, alejadas de aquellos maltrechos caminos de dios.
Hasta que el lunes 13 de abril de 1914 sucedió algo atípico: el barco entró «de arribada» en nuestro puerto…
«Arribada: La llegada de un buque á cualquier puerto que no es el término de su viaje, sea forzosa ó voluntaria. En el primer caso, se hace con el objeto de reparar averías, huir de un buque enemigo, refrescar víveres y aguada ó por cualquier otra causa imprevista» (Diccionario Marítimo Español de 1864)

Soplaba un fuerte viento del este cuando, a las cinco de la madrugada, rompieron las amarras de la Asunción. Sus tripulantes, viendo que el quechemarín marchaba al garete, izaron una bandera demandando socorro.
Habían ido a la deriva un par de millas cuando dos embarcaciones desafiaron el temporal y acudieron en su auxilio: eran las motoras María Gomez y Javier, ambas tripuladas por cincuenta hombres, que lograron remolcar el barco hasta nuestro puerto arribando sanos y salvos al mediodía.
Y la generosidad de nuestros vecinos fue aún mayor puesto que no quisieron cobrar ni un céntimo por estos humanitarios trabajos. Así lo recogió expresamente la antedicha noticia de El Diario de Pontevedra:
El texto termina con estas sibilinas palabras:
«Siendo Corrubedo paso obligado para todos los barcos de pesca y cabotaje entre Vigo y Coruña, es de suma necesidad la construcción de un muelle de refugio en el mismo».
Pero no… Aún tendríamos que esperar veinte años.
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