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El Glückauf, atracción turística en Long Island

Glückauf quiere decir «buena suerte».

Se trata de un saludo tradicional entre los mineros alemanes, surgido de las profundidades de los montes Metálicos en Sajonia a finales del siglo XVI. Cada vez que una de aquellas criaturas del abismo concluía su turno (extenuantes y claustrofóbicas jornadas de diez horas enterrados en vida) debía afrontar una escalada de otras dos horas para salir del pozo y respirar aire no viciado. «Glückauf!», se saludaban allá abajo antes de emprender el peligroso ascenso. «¡Buena suerte!». Con mucha frecuencia no alcanzaban la superficie… Con demasiada.

Un barco llamado así, Glückauf, estuvo a punto de hacer el trayecto en sentido inverso. Sucedió en la madrugada del 24 de abril de 1893 mientras se dirigía a Nueva York desde la germana Swinemünde. La nave —que no era un bajel cualquiera: hablamos del primer petrolero moderno, el pionero en suplantar los barriles por tanques para transportar el viscoso elemento negro— embarrancó en medio de una tormenta de nieve en la playa de Blue Point en Fire Island (Long Island). La tripulación fue rescatada, pero el buque quedó sentenciado tras hundirse de popa en la arena. Durante lustros fue una atracción turística. Los visitantes se subían y paseaban sobre aquella estructura de 300 pies hasta que el pillaje y el golpeteo incesante de las olas contra el casco la dejaron para el arrastre. Hoy se sigue deshaciendo a unos siete metros bajo el nivel del mar.

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El SS Suerte

Viajamos mil millas al nordeste, hasta las inmediaciones de Halifax, ciudad donde Alexander Keith, de infausto recuerdo, inició su carrera delictiva.

Poco después del Año Nuevo de 1962, el carguero libanés SS Suerte se desorientó y, en un despiste incomprensible, embocó por la bahía que antecede a la que da cobijo a la urbe canadiense, su puerto de destino. Y aun peor: encalló en un islote rocoso llamado Shut-In Island.

El primero en llegar a la escena del naufragio fue el patrullero HMCS Loon. Pero nada pudo hacer: con mar gruesa y el buque empantanado en un banco de arena, cualquier aproximación podía resultar fatal para la nave de salvamento. Menos mal que un helicóptero de la Fuerza Aérea y dos de la Armada lograron izar a sus 28 tripulantes y trasladarlos a la base de Shearwater.

El 5 de abril se declaró la pérdida total del Suerte. Al día siguiente, el barco fue remolcado desde donde se certificó su defunción hasta algún punto del Atlántico. Allí fue hundido.

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El puerto de Tamsui en el siglo XIX

Justo cien años antes nos topamos con los infortunios sufridos por el estadounidense Lucky Star [«Estrella de la Suerte»], un velero de tres palos que estaba comerciando en el Lejano Oriente, lejos —valga la redundancia— de la Guerra de Secesión. Mientras navegaba de Shanghai a Hong Kong con cargamento de algodón por valor de 80.000 dólares, una galerna lo forzó a buscar refugio en Tamsui, al norte de la isla de Taiwan.

Maltrecho, el 20 de noviembre de 1862 alcanzó la costa pero el recibimiento que le dispensaron los lugareños no fue ni mucho menos cordial. La nave fue saqueada y el capitán Charles Nelson, su esposa y los otros ocho ocupantes del buque fueron retenidos por los salteadores, quienes reclamaron 1.000 dólares como rescate amén de otros 130 en concepto de gastos de manutención.

Las negociaciones entabladas por el vicecónsul interino británico George Braune y el funcionario de aduanas francés barón de Meritens lograron la liberación de los rehenes. El capitán apeló a Anson Burlingame, comisionado del presidente Abraham Lincoln ante la dinastía Qing, a que reclamase una indemnización al gobierno chino, pero aquel rechazó tal petición con mañas de leguleyo. Consecuencia: Nelson quedaba sin barco, sin dinero y sin estrella.

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La histórica batalla pintada por Philip James de Loutherbourg

Otro Nelson mucho más famoso desencadenó el episodio que nos disponemos a resumir. Sucedió en Egipto en los tres primeros días de agosto de 1798. Poco antes, el 21 de julio, Napoleón Bonaparte había soltado en Gizeh su conocida arenga: «¡Soldados! ¡Desde los alto de estas pirámides cuarenta siglos os contemplan…!». Ahora, el general corso estaba aposentado en El Cairo gozando del palacio de Muhammad Alfi Bey mientras su acérrimo perseguidor, el contraalmirante Horatio Nelson, andaba husmeando las costas de Alejandría.

Y encontró un diamante.

El primer barco en avistar el escuadrón británico fue el Heureux [«Feliz», «Afortunado»]. Eran las dos de la tarde del 1 de agosto y los franceses se hallaban parapetados en la bahía de Abukir: trece navíos de línea y cuatro fragatas, lo mejor de la flota gala, contra catorce navíos de línea luteranos al acecho. En cuanto se dio la voz de alarma, los capitanes de la tricolor se reunieron en el interior de su formidable buque insignia, el L’Orient, de 120 cañones, para planear la defensa bajo las órdenes del vicealmirante François-Paul Brueys d’Aigalliers.

No entraremos a pormenorizar los complejos entresijos tácticos de la contienda. Baste decir que a media tarde de esa misma jornada, el vicealmirante Brueys moría tras impactarle en el vientre una bala de cañón y que sobre las diez de la noche el poderoso L’Orient estallaba en mil pedazos después de que las llamas alcanzasen su santabárbara. Un golpe anímico en toda regla que los de Reino Unido, auténticos genios de la autopromoción, inmortalizaron en multitud de pinturas como la de arriba.

Cuando todo concluyó el día 3, trece de los diecisiete buques franceses habían sido capturados o destruidos —…por ninguno inglés—. Entre ellos el Heureux, de 74 cañones, que para poder escapar de la explosión del L’Orient había cortado los cables que lo unían a él y puesto todo el trapo para alejarse lo más posible, pero que no pudo evitar encallar horas más tarde en los bajíos de la bahía. Su capitán fue hecho prisionero y, dando la nave por desahuciada, los vencedores le prendieron fuego dos semanas después.

Battle of the Nile para los británicos… Bataille d’Aboukir para los galos… El enfrentamiento ocupa un lugar de privilegio entre las grandes batallas navales de la humanidad. En recompensa por su hazaña, Nelson fue nombrado barón del Nilo y Burnham Thorpe así como caballero comendador de la Orden de la Media Luna. En cuanto a Napoleón, cuentan las malas lenguas que cuando le comunicaron la derrota exclamó: «Desgraciado Brueys, ¡qué has hecho!».

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Diario de Galicia, 23 febrero de 1913

Y finalizamos esta relación de navíos sin suerte con el episodio ocurrido en nuestras aguas en el invierno de 1913. El nombre de su protagonista: Afortunado.

Lo contó Diario de Galicia el 23 de febrero y en los días siguientes lo repitieron muchos otros periódicos de la geografía española: La Época, El Correo Gallego, El Diluvio, El Heraldo Militar, Gaceta de Galicia, La Publicidad

Cuando venía de Vigo con destino a Muros con mercaderías diversas, este pailebot [del inglés pilot’s boat, o sea, lancha de los prácticos pues era un velero muy utilizado por estos profesionales en los puertos británicos merced a su ligereza y maniobrilidad] naufragó en los bajos de Corrubedo. El Afortunado tenía matrícula coruñesa, armador y tripulación de Muros y ocho toneladas. Los marineros lograron salvarse. El buque y la carga, no.

El 12 de junio leemos en la revista gaditana Diana un artículo que nos llama la atención. El texto, firmado por X., se chotea del naufragio esgrimiendo que al Afortunado «de poco le ha servido el nombre». A continuación lo compara con cierto general Dulce, al parecer uno de los hombres más agrios de su tiempo, y menciona Generosos que no dan «ni los buenos días» y defunciones en Los Baños de Fortuna.

Y remata la ocurrencia con este pareado:

«Si en ser feliz ¡oh caro Fabio! insistes,
ponte unos nombres trágicos y tristes.»

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Diana, 12 de junio de 1913

Por algo nos llamamos Bar Pequeño 😉