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Robert Allen Zimmerman con los ojos posados en una revista: ¡es la guerra!

Bob Dylan finalmente lo hizo.

Con sus excentricidades, cierto, pero al final el trovador de Minnesota pasó por el aro y plantó sus pies en Estocolmo para recibir la medalla del Premio Nobel de Literatura y, cómo no, los 8 millones de coronas suecas (828.520,021 euros al cambio hoy) retirados de fondos de inversión procedentes en último término de la patente de la dinamita.

Nos sigue pareciendo curioso que un galardón creado para distinguir a los más grandes benefactores de la humanidad se sustente incluso financieramente sobre un invento que ha multiplicado el caos y la aniquilación en el mundo, un arma que les ha facilitado el trabajo a esos «señores de la guerra» contra los que ya cantaba nuestro laureado versificador de pelo revuelto en 1963, dos años antes de alborotar al personal electrificando su guitarra.

Pero hoy no toca hablar de Robert Zimmerman. Tampoco de ninguna contienda bélica. Hoy toca hablar de otro de los usos letales que tuvo la invención de Alfred Nobel, uno que, hace cosa de un siglo, sembró de muerte y destrucción el ecosistema marino de nuestra costa abocando a uno de sus más preciados moradores prácticamente a la exterminación. No había modo de poner freno a aquel disparate. Y fue tal la preocupación que el asunto terminó en el Congreso de los Diputados. En la madrileña Carrera de San Jerónimo. Tan lejos del mar y de nuestro cabo.

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Castelao poniendo el dedo en la llaga en una viñeta publicada en Faro de Vigo

Ya lo dijo el bardo. «La respuesta está en el viento». Y en este caso lo que nos llega soplando con él es el estruendo de la dinamita que, despedido desde tres ajadas páginas de periódico, nos sacude con la dramática realidad de lo que estaba sucediendo debajo del mar de Corrubedo allá a principios del siglo XX.

Son como tres golpes de aire, tres vehementes ráfagas cada una de las cuales fue expedida en una década distinta pero que juntas nos dibujan un panorama de angustia y desesperación, un calvario donde nuestros pescadores vivían bajo la latente amenaza de quedarse sin sustento, de no tener nada con que salvaguardar a sus familias ante la verosímil extinción de su fuente de riqueza: las sardinas, esas sabrosas criaturas de lomo plateado que alguien dio en llamar el manjar de los pobres. Y todo por la ceguera (¿y sordera?) de algunos.

Nos disponemos pues a evocar tres episodios inconexos, retazos de la memoria rotos y deshilachados que hemos cosido como hemos podido. Consecuencia de ello el post está lleno de agujeros y costurones, pero cuando no hay nada de valor que añadir es preferible el silencio a mil palabras huecas… Al menos, es lo que pensamos.

Al tema.

Primera ráfaga.

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A la caza del malhechor

Agosto de 1909. El patrón de la lancha Lezaga de Corrubedo ha sido testigo de cómo la Beleyro, una trainera con base en Cangas mandada por un tal José Grema, arroja una bomba con el aparejo tendido cerca de una playa de la ría de Muros.

Se trata de una maniobra que merece una explicación… El objetivo es evitar que los peces escapen del cerco mientras se larga la red. Para ello los explosivos se atan a una piedra cuyo peso regula, junto con la longitud de la mecha, a qué profundidad se producirá la detonación una vez se eche todo por la borda.

Dicen los que saben que cuando la dinamita estalla en el mar su onda expansiva tiene cinco veces más efecto que en tierra: la velocidad de difusión del sonido es de 1.500 metros por segundo y, a su paso, destroza los órganos blandos de las sardinas: destroza su oído interno —donde reside el sentido del equilibrio—, destroza su vejiga natatoria —que controla la profundidad— y provoca que el pez ascienda hacia la superficie donde le espera la malla pesquera o en el mejor de los casos una inane agonía a flor de agua.

La onda expansiva arrasa también las huevas de la sardina —que garantizan la continuidad de la población— y el fitoplancton y zooplancton —que constituyen las bases de la cadena trófica—, dejando tras de sí un reguero de lubinas, sargos, maragotas y otras especies muertas…

Volvemos al suceso. Escuchada la explosión el patrón de la Lezaga pidió ayuda a tres embarcaciones próximas —la Almazón de Santa Uxía de Riveira, la Moaña, de Corrubedo, y la Carmen, de Pontevedra— y todas ellas se lanzaron tras de la trainera malhechora. No lograron darle caza pues esta se escabulló arropada por la neblina, pero sí que pudieron echar el guante a la dorna que la Beleyros llevaba a popa y que era precisamente desde donde habían lanzado el petardo. Una vez llegado a Corrubedo, los patrones entregaron la dorna al cabo de mar y prestaron declaración de lo sucedido.

Ignoramos el desenlace de la historia, pero sí sabemos a qué se estaba exponiendo el infractor… y es que el 8 de febrero de 1907 se había promulgado una ley que castigaba duramente este tipo de actos, equiparándolos a un delito de daños con penas de prisión tomadas en Consejo de Guerra…

Agorero, el artículo concluye que «si las autoridades de Marina no corrijen severamente estos abusos, pronto llegará el día que no se pesque una sola sardina en las rías gallegas». [El Diario de Pontevedera, 31 de agosto de 1909).

Segunda ráfaga.

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Tomando medidas

Agosto de 1917. El alcalde de Riveira, Andrés del Río Ferrer, convoca a una reunión a los armadores y patrones de los barcos pesqueros de esta localidad y de A Pobra, Palmeira y Corrubedo al objeto de discutir las medidas conducentes «a evitar que la enorme riqueza representada por los bancos de sardina que abundan en nuestras costas sea destruida por procedimientos ilícitos».

Además de condenar el empleo de explosivos, de resultas del encuentro se adoptaron una serie de medidas concretas, como por ejemplo no admitir en el rol a ningún tripulante o patrón con antecedentes por este delito o constituir una junta de seguimiento. Más nos llamó la atención otra decisión: la de asignar a cada buque dos tripulantes de otra embarcación para que vigilen las faenas de pesca y denuncien si es el caso las infracciones que se cometan.

El texto acaba así: «Nosotros que nos hemos ocupado tantas veces de este asunto, combatiendo el empleo de la dinamita en el mar, y pidiendo el castigo de los que por ignorancia o mala fe utilizan ese infernal procedimiento, no podemos menos de aplaudir la conducta de los armadores y patrones de Riveira, y de expresar nuestro deseo de que sea imitada en las demás rías de Galicia. Es un ejemplo que debe cundir por todas partes.» [El Norte de Galicia, 11 de agosto de 1917].

Tercera ráfaga.

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La causa llega al Congreso de los Diputados

Abril de 1920. José María Paramés y García Barros, diputado electo por el distrito de Muros (7.449 votos obtenidos sobre 7.841 votos emitidos), expone el caso en el Congreso a todo un señor presidente del Consejo de Ministros, el vasco Manuel Allendesalazar y Muñoz de Salazar, quien había tomado el timón del gobierno en diciembre del año anterior.

Lo que relata Paramés es lo siguiente. Habiendo aparecido entre los cabos de Fisterra y Corrubedo «grandes manchones de sardina» se reunieron numerosas lanchas motoras que haciendo caso omiso de la legalidad recurrieron al empleo de la dinamita. El diputado asegura que se llegaron a provocar ¡300 explosiones en media hora!, ocasionando la destrucción total del pescado perseguido y la muerte colateral de otras especies.

Ante esta masacre, Paramés solicita a Allendesalazar que se extreme la vigilancia en la zona en cuestión y se apliquen a los responsables las sanciones que dispone la ley, a lo que el presidente se aviene comprometiéndose a dar las oportunas instrucciones.

Tras deshacerse en agradecimientos por tan buena disposición (no en vano, ambos forman parte del partido maurista), Paramés se apura en matizar que ninguna de las lanchas motoras procedía de los puertos de la comarca sino que en su inmensa mayoría eran de nacionalidad portuguesa… y acaba su intervención reiterando la urgencia y necesidad de aplicar las medidas reclamadas con la convicción de estar transmitiendo «el honrado sentir de aquellos pescadores que ven como les amenaza en breve plazo una dolorosa realidad de hambre y miseria». [El Correo Gallego, 22 de abril de 1920].

Pero no sabemos si el señor Allendesalazar tendría mucho tiempo para preocuparse del tema pues justo al mes siguiente tuvo que presentar su dimisión a Alfonso XIII acuciado por otros problemas como el pistolerismo barcelonés y la deriva nacionalista de Cataluña, evidenciada durante la visita del mariscal francés Joffre […y lo que te rondaré morena].

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Paramés, a la izquierda con las piernas cruzadas

Acabamos casi como empezamos. Con otra viñeta del genial Alfonso Daniel Manuel Rodríguez Castelao, quien, pesimista, escribió en Sempre en Galiza: «A pesca era un traballo nobre e xeneroso. Por algo Xesús de Nazaret escolleu, para seus apóstoles, a doce mariñeiros. Máis agora péscase con dinamita…» [traducido: «La pesca era un trabajo noble y generoso. Por algo Jesús de Nazaret escogió, para sus apóstoles, a doce marineros. Pero ahora se pesca con dinamita…»].

Y esta es la ilustración que nos sirve de epílogo:

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Nada que decir. Habla por sí sola.

[Algunas fuentes consultadas: A Galicia Mariñeira (Uxío Labarta), Sempre en Galiza (Alfonso Rodríguez Castelao, «Cómo pescar sardinas con dinamita» (El Mundo, 9 de julio de 2006)]