
Su biblioteca de dos pisos conectados por una elegante escalera de caracol alberga más de 6.000 volúmenes y dos bibliotecarios amablemente dispuestos a guiarte por aquel boscaje de libros (e idiomas) alfombrado por un tejido verde mar en el que se han bordado las firmas de un ramillete de insignes literatos cultivadores de la lengua inglesa: de D. H. Lawrence a Edgar Allan Poe, de John Keats a Walter Scott, de Robert Louis Stevenson a Bram Stoker, ese que escribió Drácula. Su teatro cuenta con un aforo de 830 almas y una erupción decorativa que ametralla de ocre y rojo el patio de butacas, evocando aquellas lujosas plateas que dieron lustre al West End londinense durante los años victorianos. Cuantos se dejan caer por su Winter Garden o Jardín de Invierno —despliegue de asientos de ratán entre raptos de vegetación que intenta ser exuberante sin conseguirlo del todo— creerían que se han teletransportado a la época colonial si no fuese porque un techo de cristal retráctil desluce el efecto. Y qué vamos a contar de sus ocho restaurantes, de sus tres piscinas, de sus 981 tripulantes atareados en descifrar hasta el más inconsciente de los deseos de su clientela…
De «soplo de aire fresco» calificó el periódico The Daily Telegraph a este mayestático trasatlántico de 294 metros de eslora y 90.000 toneladas después de que la duquesa Camila de Cornualles, consorte de Guillermo de Inglaterra, hiciese los honores de bautizarlo en diciembre de 2007 con la típica botella de champán estrellada contra el casco. Es verdad que la botella no rompió y que menos de un mes después, en un viaje a Canarias, un virus provocó vómitos y diarreas en 78 pasajeros a los que la expectativa de unas navidades bronceándose a un palmo del trópico de Cáncer derivó en martirio, teniendo que pasar tan entrañables fiestas recluidos dentro de sus camarotes mientras sus fluidos corporales practicaban el milagro de la autoconsciencia y el movimiento perpetuo («La maldición de Camila», había titulado el tabloide sensacionalista Daily Mail…).
Pero desde aquello mucha agua ha pasado bajo su quilla, y cada vez que fantaseamos con mandar a la mierda nuestras preocupaciones cotidianas y darnos la gran vida en un crucero de lujo donde nuestro mayor quebradero de cabeza estribe en cuál es el próximo cóctel que nos vamos a tomar, el Queen Victoria sería un perfecto candidato para encarnar tales ensoñaciones.
Hay algunos afortunados, claro, que pueden convertir estos deseos en realidad (de hecho, cualquier puede siempre que esté dispuesto a desembolsar de 2.000 euros para arriba). El 21 de octubre pasado, una nueva remesa había zarpado del puerto de Southampton presta a disfrutar del placer de quince días y catorce noches tratados a cuerpo de rey en un viaje de ida y vuelta al Mediterráneo.
Sin embargo, la singladura fue algo más accidentada de lo deseable porque entremedias se mezcló, vaya por dios, el conflicto catalán. Y para rematarla, cuando el trayecto ya tocaba a a su fin, uno de sus pasajeros tuvo que ser evacuado por vía aérea en unas condiciones atmosféricas endiabladamente adversas… En ese momento, el Queen Victoria estaba pasando por delante de Corrubedo…

El periplo anunciado: Southampton, Cádiz, Barcelona, Florencia y Pisa, Roma, Cartagena, Gibraltar, Southampton. Salida el 21 de octubre. Regreso el 4 de noviembre. Dos mil pasajeros.
Pero las cosas no se desarrollaron exactamente así. La naviera propietaria del barco, Cunard Line, decidió alterar sobre la marcha la ruta y sustituir Barcelona por Valencia a causa de la que se ha liado en la ciudad condal. El Queen Victoria llegó a su improvisado destino a las siete de la mañana del sábado 26 y los medios de comunicación de todo el país se hicieron eco del cambio de escala. «El turismo huye rápido», decía Telecinco en sus informativos al hilo de esta arribada a la terminal de Transmediterránea.

Y al sábado siguiente, 2 de noviembre, nuevo imprevisto. Aquí estábamos recibiendo a Amélie, la primera gran borrasca de la temporada (que en nuestro pueblo no fue para tanto), cuando Gardacostas Galicia afrontaba una operación que habría de reflejar en su cuenta de Twitter por medio de un vídeo de 40 segundos. La primera imagen, una toma aérea donde el Queen Victoria, más que un trasatlántico, parecía una fantasmagoría.
El texto:
«VÍDEO: Intervención realizada na tarde de onte pola tripulación do Pesca 1. Evacuación médica de dous pasaxeiros (doente e acompañante) do cruceiro británico ‘Queen Victoria’ a 33 millas Faro #Corrubedo traslalados ao hospital #Vigo. Operativo coordinado por @salvamentogob»

Como nuestro hermoso faro de Corrubedo ha tenido un alcance de 15 millas desde que su luz se encendió por primera vez el 20 de febrero de 1854, sus destellos difícilmente habrían podido iluminar la escena de la evacuación protagonizada por el helicóptero Pesca 1. En cualquier caso, la maniobra tuvo lugar por la tarde así que su linterna no estaba operativa, pero destacamos y agradecemos que haya servido de punto de referencia para los trabajadores de Gardacostas Galicia y Salvamento Marítimo.
Para que os podáis recrear en el sobrecogedor vídeo colgamos el tuit. Baste informar de que, mientras izaban al enfermo, el viento estaba soplando a 40 nudos. O sea, 74 rugientes kilómetros por hora…
Así lo contó Salvamento Marítimo:
Lo último que hemos sabido es que el pasajero indispuesto fue conducido hasta el helipuerto del Hospital Álvaro Cunqueiro de Vigo en compañía de un galeno del trasatlántico. Confiamos en que el paciente haya salido con bien del centro clínico y esperamos que el Queen Victoria siga cruzando de arriba abajo y de abajo arriba por delante de nuestras coordenadas durante muchísimas travesías más.
Que Dios lo ampare.
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