
[VIENE DE LA PRIMERA PARTE]
«Pareja alemana detenida, pero Estados Unidos admite a su perro».
Con este chocante titular saludó el periódico washingtoniano The Evening Star la llegada de los tripulantes del Thalia a tierras norteamericanas. La noticia fue publicada el 24 de septiembre de 1951, es decir, seis meses y medio después de que los dejásemos haciendo planes en Gran Canaria, donde habían manifestado su intención de llegar a Miami.
Y, efectivamente, la latina ciudad de Florida fue la estación término de su larga travesía náutica. Llegaron en la noche del viernes 21 de septiembre tras dos años de viaje desde el puerto de Hamburgo huyendo del peligro comunista en una aventura oceánica que casi se malogra en los bajos de Corrubedo. Ahora bien, al final de la escapada, el destino les reservaba un nuevo contratiempo. Al final de la escapada, les aguardaban los agentes de inmigración y un billete de ida al centro de detención de la isla de Ellis.
Menos al perro.

«Un perro escocés que hizo un viaje de dos años y 8.500 millas desde Alemania a los Estados Unidos en un velero, ha tenido éxito en ingresar en este país ahí donde sus dueños han fracasado hasta ahora.
Aunque Bruno Ewald Paul, 46, y su esposa, Margit, 38, han sido enviados a la estación de detención de inmigrantes en la isla de Ellis, Nueva York, su perro, Cognac, ha sido admitido en este país.
El velero, Thalia, con los Pauls y Cognac a bordo, atracó en Miami el viernes por la noche después de un viaje desde Hamburgo vía Cuba.
Los Pauls fueron recibidos por la señora Thalia Peterson, una tía de Boulder, Colorado, pero el encuentro fue interrumpido cuando las autoridades de inmigración dictaminaron que los alemanes no podían entrar en el país porque no tenían los documentos requeridos.
Los Pauls fueron trasladados a la isla de Ellis para esperar el resultado de su apelación y Cognac pasó el fin de semana en el hogar de Hurble Todd, un inspector de inmigración.»
Y así fue cómo la pareja germana acabó confinada en la isla de Ellis acusada de inmigración ilegal. Aquel enclave ubicado en la bahía de Nueva York, muy cerca de la Estatua de la Libertad, permanece en el imaginario colectivo como un lugar donde interminables filas de extranjeros desharrapados se aprestaban a intentar superar la escrutadora inspección de los agentes migratorios, estampa magistralmente recreada por Francis Ford Coppola al inicio de El Padrino 2, cuando el rapaz Vito Andolini muda de identidad por la negligencia de un funcionario que, en la casilla reservada al apellido, escribe el topónimo de su localidad natal, pasando a ser interpelado desde entonces como Vito Corleone.
Sin embargo, en la época en que se desarrolla esta historia había declinado ya su condición de principal puerta de entrada al Nuevo Mundo (Golden Door era su apodo), franqueada desde su apertura en 1892 por unos doce millones de personas procedentes de todos los rincones del orbe [y creednos: con paciencia se pueden rastrear las señas de decenas, o tal vez cientos, de corrubedanos que han quedado consignadas en los vastos libros de registro que tenían en la isla y están digitalizados]. Con la Segunda Guerra Mundial, sus instalaciones fueron reutilizadas como campo de internamiento de alemanes, italianos, japoneses y otras potencias enemigas, y al finalizar la contienda Ellis se transformó en una especie de oficiosa prisión de refugiados, desplazados, marginados, disidentes políticos e inmigrantes sospechosos de abrazar el comunismo. Fue en medio de este enrarecido ambiente alimentado por un maccartismo en auge donde encerraron a los Paul.

¿Y qué hay de la última parte de su travesía marina?
Habíamos dejado a los viajeros en Gran Canaria alabando las bondades de la isla al periódico Falange el 6 de marzo de 1951. Pues bien, el 18 de mayo zarparon de Las Palmas llegando justo dos meses después (el 18 de julio) a la bahía de Guantánamo en Cuba. Desde allí partieron rumbo a Miami pero el 24 de julio tuvieron que abortar la singladura al chocar con un objeto submarino, un lance en el que recibieron la ayuda del fabuloso destructor norteamericano Putnam, cuyo historial incluía la batalla de Iwo Jima y la guerra árabe-israelí de 1948, en la que, durante una evacuación en el puerto de Haifa, tuvo el privilegio de convertirse en el primer buque en la historia de la US Navy que ondeó la bandera de las Naciones Unidas. Los teutones no se amilanaron y tras telegrafiar desde La Habana a la arriba mencionada Thalia Peterson (o Petersen), tía de Bruno, lo volvieron a intentar y a la segunda fue la vencida y alcanzaron la península de la Florida, donde les estaba esperando la buena señora pero también los incorruptibles agentes de inmigración.

Los datos que acabamos de ofrecer provienen de The New York Times, que se hizo eco del suceso el 23 de septiembre en un texto bastante largo que también se inmiscuyó en las circunstancias familiares de la pareja detenida: en particular del marido, a quien identifican como Ewald Bruno Paul, nacido en Hamburgo de padres daneses, quien por medio de una tía suya de Copenhague se había enterado recientemente de la existencia de una segunda tía residente en Boulder, Colorado, hermana de su difunta madre.
Durante el viaje Bruno había portado consigo un antiguo retrato tomado hacía cuarenta años en el que aparecía él posando en el regazo de su progenitora, a la que la canosa señora Petersen (o Peterson) reconoció al instante. Contada por Margit, la noticia incluía una descripción muy concisa del preciso momento en que tía y sobrino cruzaron sus miradas por primera vez: «Ella estaba allí. Él no dijo nada. Ella no dijo nada. Entonces él empezó a llorar».
¿Llamaron Thalia al barco para hacerle la pelota?

El relato de The New York Times contenía otros detalles importantes, pero los dejamos para más adelante. En lo que sí queremos detenernos es en un interrogante que nos quedó pendiente del anterior post: las dimensiones del Thalia.
Recordemos: La Noche y El Pueblo Gallego atribuían a la embarcación 6 metros de eslora. Falange, sin embargo, afirmaba que medía 9,75 metros. The New York Times habla ahora de 28 pies, lo que equivale a 8,5 metros. ¿Con cuál nos quedamos?
Pues nos inclinamos por los 30 pies —esto es, 9,1 metros—, que es lo que recogió (y no fue el único) un libro titulado Lonely Voyagers, publicado en 1954 por la firma neoyorkina G. P. Putnam’s Sons, en realidad una traducción de Les Navigateurs Solitaires del escritor francés especializado en historia marítima Jean Merrien.

Según esta página, el Thalia era un velero bermudiano (Bermudian cutter) construido en acero con 11 pies de eslora y 8,6 de manga, o sea, 9,1 por 2,6 metros. La reseña también mencionaba que Paul Bruno y su esposa no tenían un centavo y que en su travesía se alimentaron de patatas: al principio cocidas, después crudas.
Hay algo que la breve referencia no explica pero que creemos ha llegado el momento de comentar: la embarcación carecía de motor e instrumentos de navegación, lo que hace aún más meritoria la hazaña de los nautas, pero que, contradiciendo lo afirmado por la prensa gallega, descarta una presunta avería en el motor como causa de que un pescador ribeirense condujese la nave desde los bajos de Corrubedo hasta el puerto de Marín. Podemos leer sobre tal ausencia de medios en este documento, por lo demás interesante pues nos va a servir para avanzar en la trama:

Se trata de una nota del 29 de enero de 1952, complemento de una fotografía en la que se podía contemplar a los Paul relatando a la prensa sus planes de futuro después de salir por fin de la isla de Ellis, previa fianza de 500 dólares y cuatro meses de encierro. El papel también mencionaba que cierto Edwin C. Johnson, senador por Colorado, había presentado el 15 de enero un proyecto de ley (bill) para que los germanos pudieran permanecer en el país y llegar a ser algún día ciudadanos de Norteamérica.
Esta es la foto glosada:

Él, chaqueta de cuero, actitud gesticulante y un cigarro que como no se ande con ojo le va a quemar los dedos. Ella, bonito suéter blanco, amoroso ademán y unas uñas negras a juego con el lápiz de labios.
Desde el mismo mes de su liberación, Bruno y Margit emprendieron una cruzada para ganarse el afecto de los Estados Unidos.

Un ejemplo. Este recorte informaba del paso del matrimonio por Nueva Orleans en el curso de un viaje con destino a California. En la criolla ciudad, Bruno expresó su deseo de participar en el programa Voice of America [una especie de Radio Exterior que durante la Guerra Fría sirvió de instrumento propagandístico para la difusión de los valores, encantos y costumbres de la vida yanqui en territorio comunista] «y contar a los alemanes de más allá de la Cortina de Hierro qué maravilloso país es este (…) queremos decirles que no todos los americanos son ricos, pero son gente como ellos, que ahorran y anhelan un futuro de paz».
Sobre el porqué de su marcha, esgrimieron la misma razón que dos años antes en la prensa gallega: «the growing Russian threat»… la creciente amenaza rusa. «Le dije a mi marido que no quería sufrir otra guerra —explicaba Margit—, así que fuimos a Hamburgo, compramos un barco y zarpamos.»
En cuanto a su ida a California, albergaban la esperanza de convencer a los productores para que rodasen una película sobre su peripecia, según manifestó Bruno. «Tenemos algunos amigos influyentes ayudándonos», declaró el alto y bronceado germano antes de recordar que una propuesta de ley había sido presentada en el Congreso para que les concediesen la ciudadanía. «Incluso si tenemos que regresar a Alemania, nunca olvidaremos las grandes personas que hemos conocido y nunca nos rendiremos intentando ser ciudadanos de los Estados Unidos».

En el desenlace de esta historia jugó un papel fundamental este señor: Edwin Carl Johnson, nacido el día de Año Nuevo de 1884 al norte de Kansas, senador por Colorado entre 1937 y 1955, gobernador de este estado de 1933 a 1937 y de 1955 a 1957 y presidente de la Western League de beisbol entre 1947 y 1955. Antes de todo esto había sido despachador de trenes/telegrafista en un poblacho de Nebraska, que fue lo que motivó, suponemos, que hiciese un cameo ejerciendo este oficio al principio del western La última bala (Night Passage, 1957), con James Stewart de protagonista.
Como antes apuntamos, él presentó el proyecto de ley o bill que elevaría hasta el Congreso el caso de los Paul… y no nos extrañaría que lo hiciese a instancias de la señora Petersen (o Peterson) que como sabemos residía en Boulder, Colorado, del que él era a la sazón senador.

El asunto se dirimió en la 83ª legislatura del Congreso de los Estados Unidos, iniciada el 1 de enero de 1953, dos semanas antes de que Dwight Eisenhower fuese nombrado presidente del país. Y aunque los intríngulis de la burocracia norteamericana son algo que se nos escapa vamos a intentar explicar cómo se desarrolló la tramitación a partir de los documentos que hemos conseguido.
El 14 de mayo de 1953, el presidente del Comité Judicial del Senado, el honorable William Langer, recibió un memorándum del comisionado del Servicio de Inmigración y Naturalización en el que se trazaban las biografías de los investigados.

Gracias a ello, nos enteramos de que Bruno Ewald Paul [pues ese era su auténtico nombre… y no Paul Bruno ni Bruno Paul ni Ewald Bruno Paul, combinaciones todas ellas con que nos hemos topado en el transcurso de esta historia] había nacido en Alemania el 2 de octubre de 1905. A los doce años emigró a Francia y, tras la muerte de su madre, a Dinamarca, de donde ella era oriunda. En 1920 encontró empleo en un buque que navegaba a lo Estados Unidos: al llegar a Nueva York, saltó a tierra y se estableció en la nación de las barras y las estrellas, donde desempeñó varios trabajos (por ejemplo, diseñando ropa en una sastrería en San Francisco) hasta que en 1932 se enteró de que su padrastro recién muerto en la vieja Germania le había legado algo de dinero, con lo que decidió regresar a su país natal, donde en 1941 fue reclutado por el ejército. Ese mismo año se casó con Margit Luibrand, nacida el 30 de junio de 1913. Cuando acabó la guerra, ambos regentaron una tienda de antigüedades en Karlsruhe.
En agosto de 1949 zarparon del puerto de Hamburgo en un balandro de 30 pies de eslora. Estuvieron dos días en Calais (Francia), nueve meses en la España peninsular, seis meses en Portugal, cinco meses en las islas Canarias y un corto espacio en Cuba. El 21 de septiembre de 1951 arribaron a Miami y solicitaron su admisión, pero carecían de pasaportes o visados y fueron conducidos a la isla de Ellis.
Tras su liberación, la pareja residió con la ya famosa tía Peterson (o Petersen) en Boulder, Colorado, donde Bruno aprovechó para escribir artículos en las revistas y un libro. También pasó un tiempo reparando su balandro en Florida. La información más reciente indicaba que la pareja se había trasladado a Hollywood, California.
Amén de todo esto, el memorándum hizo hincapié en un preocupante dato concerniente a Bruno: el 15 de julio de 1924 (o sea, en su anterior estancia en suelo yanqui), el alemán había sido sentenciado por el juzgado municipal de Portland, Oregón, a 90 días de prisión por robo… «El señor Paul es excluible por el hecho de haber sido condenado por un delito que implica vileza moral». Son palabras textuales del comisionado del Servicio de Inmigración y Naturalización.

El senador Edwin C. Johnson contratacó aportando los testimonios de tres personas que salieron en defensa de Bruno, dos de las cuales hicieron referencia en sus cartas a este buen señor cuyo fotografía acabamos de colgar.
Una estaba redactada por el doctor W. R. Rohrer, presidente del East Hollywood Kiwanis Club, y fechada el 18 de febrero de 1954. Publicamos unos párrafos:
«Honorable señor: Recientemente tuvimos como invitados del East Hollywood Kiwanis Club de Hollywood, California, al señor y señora de Bruno E. Paul, de Alemania, que están en este país sin visados y desean permanecer aquí, esperanzados de obtener la ciudadanía americana. A menos que se haga algo pronto en su nombre, estas personas se enfrentarán a su deportación, y es opinión unánime en este club que sería una gran pérdida de buenos ciudadanos para los Estados Unidos.
El señor Paul, de descendencia danesa, vino por primera vez a este país en 1920 siendo un muchacho de 16 años, y después regresó a Alemania en 1932. Acostumbrado a la libertad de expresión que se disfruta en esta tierra, no pasó mucho tiempo antes de que fuese encerrado en una prisión por el régimen de Hitler. Más tarde fue liberado y obligado a trabajar en una fábrica por el resto de la guerra.
Durante este período fue el responsable de salvarle la vida a cierto teniente Schakleton de la American Air Force, quien, con otros miembros de su tripulación, realizó un aterrizaje forzoso en Alemania. Esto ocurrió durante una pausa del bombardeo en alfombra, cuando la ciudadanía enfurecida estaba matando, sin temor a equivocarse, a todos los aviadores. Dos miembros de la tripulación del teniente Schakleton fueron golpeados hasta la muerte, y Schakleton fue rescatado por Paul con gran riesgo para la propia vida de este último. Esta acción derivó en la huida de Schakleton de Alemania. Después, el señor y la señora Paul escaparon de Alemania.»
El autor de la segunda carta entregada por el senador de Colorado fue un tal Charles G. Eckart, de la fábrica de discos The Charles Eckart Co., quien había contratado recientemente a Bruno Paul, al que calificó de «confiable y concienzudo» en su escrito datado el 12 de enero de 1954. La misiva en cuestión iba acompañada de otra con la misma fecha que iba dirigida al senador por California William F. Knowland. En ella, Eckart le solicitaba que apoyase la propuesta de ley de su colega Johnson. Aquí un extracto:
«Quizá usted haya leído sobre esta pareja que, sola en un bote de 30 pies excepto por la compañía de su pequeño perro llamado «Cognac», navegó a través del océano Atlántico desde Hamburgo y atracó en Miami, Florida. No solo por su deseo de una nueva tierra, su espíritu pionero y su extrema osadía, que nada tiene que envidiar a la de nuestros ancestros, sino que el señor Paul ya ha sido de un valor incalculable para los Estados Unidos por salvar la vida, con gran riesgo personal, de un aviador americano que había sido abatido en el Bosque Negro en Alemania, la vida del teniente Harold C. Shackleton, ahora un exitoso hombre de negocios en Providence, Rhode Island.
Como empleador del señor Paul he tenido la oportunidad de observar su integridad y su escrupulosidad, y creo firmemente que este caso merece la acción favorable del Congreso.»
El sonriente vejete de arriba es, por supuesto, Harold C. Shackleton en una foto extraída de su necrológica. El 9 de agosto de 1944, mientras volaba como copiloto sobre Unzhurst, en las inmediaciones de Baden-Baden, su avión B-17 fue derribado y él atrapado por los nazis. Lo condujeron a Stalag Luft III, en el suroeste de Polonia: un campo de prisioneros de guerra que cuatro meses antes, el 24 de marzo, había vivido la espectacular fuga simultánea de 76 reos a través de un túnel subterráneo de 110 metros de largo que inspiraría la archifamosa película La gran evasión. Durante tres décadas, el señor Shackleton fue un asiduo de las reuniones semestrales que los ex reclusos de Stalag Luft III celebraban a lo largo y ancho del país norteamericano. Él siempre sobresalía por su buen humor. Murió en 2008 con 91 años.
¿Cómo encajar estos datos y los de las dos declaraciones alabando el heroico rescate de Bruno? Lo ignoramos.
Nos queda el tercer testimonio.

Pertenece a la mismísima Margit Paul. Esta es su carta, fechada en la jornada de Nochebuena de 1953:
«QUERIDO SENADOR JOHNSON: Hemos sido informados por las autoridades de inmigración de que el proyecto de ley que nos permite continuar en los Estados Unidos, y que usted amablemente ha presentado para nosotros, puede que sea debatido en el Congreso en enero.
Mi marido y yo finalmente nos hemos asentado en Los Ángeles, y encontramos el clima y la gente maravillosa. Ambos estamos trabajando, él como vendedor en una pequeña tienda, y yo como empleada de facturación en Broadway Department Store en el centro de Los Angeles. Pero ahora que nos hemos integrado y hemos podido apreciar la libertad y las oportunidades en los Estados Unidos, la oscura nube de tener que marchar vuelve a planear sobre nuestras cabezas otra vez.
Hace tres semanas recibí mensaje de Alemania diciendo que mi padre ha muerto. Mi madre está enferma y los paquetes que le he enviado son un regalo del cielo.
Cuando salimos al mar, nos dimos cuenta de que en cualquier momento podríamos haber sido arrastrados a las profundidades del Atlántico y silenciados para siempre, pero al saber que el único país en el mundo donde habita la esperanza, la libertad y la búsqueda de la felicidad yacía a miles de millas de distancia, fuimos capaces de hacer frente a todas y cada una de las adversidades.
Durante mucho tiempo este país solo fue un sueño. El sueño se hizo realidad, pero solo en parte. Lo que estamos pidiendo no es una cosa menor. Millones de personas darían cualquier cosa por la oportunidad de poder vivir en los Estados Unidos. Una vez más pedimos el privilegio de poder continuar aquí.
Sabiendo que usted hará cualquier esfuerzo para que nuestro proyecto de ley salga adelante, y agradeciéndoselo de antemano, le saludamos atentamente.
Sinceramente suyos,
MARGIT PAUL»
Estos documentos figuran en un grueso libro recopilatorio de buena parte de los informes emitidos por el Senado durante la segunda sesión del 83º Congreso de los Estados Unidos de América. El tomo incluía también lo que el Comité Judicial presidido por el temido senador por Dakota del Norte William Langer, alias Wild Bill, dictaminó… que no fue otra cosa que la aceptación de las pretensiones de Edwin C. Johnson.
Y así, el 28 de julio de 1954, la cámara alta dio su aprobación para que Bruno Ewald y Margit Paul pudiesen permanecer en el país, previo pago de las tasas correspondientes por los visados. Además, la resolución introducía una referencia expresa a que el fiscal general no deportaría al primero por su vergonzante condena de juventud.
Después de dos años de penurias en el mar y casi tres de calvario en tierra, por fin podíamos brindarles a nuestros dos protagonistas un hermoso final feliz.
Pero no lo haremos.

La última foto. Aunque es de 1957, las entradas han hecho mella en el cuero cabelludo de Bruno Ewald Paul. La pose, por otra parte, se nos antoja un poco ridícula. Con camisa y corbata dentro de una canoa plantada fuera del agua, sosteniendo un remo. Entendemos a qué obedece después de leer el texto que aparece al pie: el alemán se dispone a emprender un nuevo proyecto, otra aventura aún más fenomenal… después de su hazaña atlántica a bordo del Thalia, ahora pretende llegar en kayak hasta Australia. El reto —un viaje de 7.500 millas por el Pacífico— lo tiene previsto iniciar en la siguiente semana.
¿Lo hizo? ¿Lo consiguió? Ni lo sabemos ni nos importa. El hombre que iba a vender su historia a los cineastas de Hollywood, de la que supuestamente había escrito un libro mientras residía en Boulder, Colorado, que nosotros no hemos hallado en ninguna parte, a estas alturas más que admiración nos provoca algo de lástima. Parece tan desesperado por llamar la atención…
Si hemos querido cerrar el post con esta imagen no es, desde luego, para carcajearnos de él. El motivo reside en una palabra de la sexta línea. «Divorced».
Divorciado.
Lo que no había quebrado una alocada huida de su país natal por miedo a la amenaza comunista, ni una singladura interminable y prácticamente suicida, ni la lucha con uñas y dientes por evitar la deportación, lo rompieron las seductoras promesas del único país en el mundo donde —en palabras de su ya ex mujer— habita la esperanza, la libertad y la búsqueda de la felicidad.
Lo sentimos mucho.
[Algunas fuentes consultadas: Senator Reports. 83d Congress. 2d Session (Vol.2), «The Voice of America» (Cold War Radio Museum), «Ellis Island» (States of Incarcelation), «Edwin Carl Johnson» (Biographical Directory of the United States Congress) y «Harold C. Shackleton» (CurrentObituary)]

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