
1899. El periódico compostelano Gaceta de Galicia anuncia un formidable hallazgo. El de un «pez rarísimo» oculto entre el pescado. Su aspecto parece más propio de un bestiario medieval que de la taxonomía moderna: boca de conejo, cola de rata, fosforescentes ojos verdes y una espina venenosa delante de la aleta dorsal.
Había sido capturado en las costas de Corrubedo.

Fueron «las traficantes de pescado» de Santiago (esto es, las peixeiras) quienes al descargar en el cobertizo de la plaza de abastos las cestas con este género llegadas por tren se toparon con el extraño especimen. Jamás habían visto nada igual.
¿Y qué hicieron? Algo bien pensado. Recurrir a la sapiencia de la facultad de Farmacia de la ciudad, que había sido creada en 1857 a raíz de la ley de instrucción pública de 9 de septiembre, comúnmente conocida como Ley Moyano en homenaje a su impulsor: el ministro de Fomento Claudio Moyano Samaniego, artífice de la que fue norma educativa más longeva de la historia de España superando el siglo de vigencia (lo que visto lo visto es un hito tan inalcanzable como los diez Roland Garros de Rafa Nadal). Desde su implantación, la facultad de Farmacia estaba instalada en el Colegio Fonseca, donde compartiría espacio con Medicina hasta que en 1928 fue trasladada a la calle de San Francisco.
Rebobinando. Las pescantinas tardodecimonónicas se dirigieron al bello edificio plateresco situado a tiro de piedra de la catedral, donde fueron atendidas por el profesor auxiliar Luis Gigirey Morentín, nacido en Santiago, quien le echa un vistazo a la criatura y enseguida se percata de que, en efecto, «se trata de un animal rarísimo».

Despachadas las buenas mujeres, el señor Gigirey examinará el ejemplar más detenidamente junto con Marcelo Rivas Mateos, extremeño él, quien en 1898 había obtenido por oposición la cátedra de Mineralogía y Zoología aplicadas a la Farmacia.
Los dos perseveran en su estudio y… ¡eureka! Ya hay dictamen.

Resulta ser una quimera ártica… O Chimaera monstrosa según la bautizó Linneo… En uno y otro caso el nombre no es casual… Quimera… El engendro escupefuego de la mitología griega con cabeza de león, cuerpo de cabra y cola de serpiente que había sido derrotado por el héroe Belerofonte, quien, a lomos del caballo alado Pegaso, le clavó una lanza en las fauces cuya punta de plomo se derritió por el aliento ígneo del monstruo, escurriéndose garganta abajo y abrasándolo por dentro.
Joder con la comparación.

El intrépido reportero de Gaceta de Galicia acude a Fonseca y obtiene unas notas facilitadas por el doctor Rivas Mateos. No os vamos a abrumar con la farfolla científica. Más arriba está la noticia para quien la quiera leer (el escaneo que hemos encontrado no es perfecto). Y también podéis curiosear este minucioso artículo publicado en 1874 en la monumental La Creación. Historia Natural bajo la dirección del geólogo y paleontólogo valenciano Juan Vilanova y Piera.

Entre ambos textos nos hemos compuesto una idea de sus principales atributos. Que resumimos. Un metro de largo, incluso más. Gruesa cabeza piramidal. Grandes ojos luminosos, brillantes. Diminutas escamas de plata. Larguísimo apéndice filiforme. Acostumbra a vivir en la región ártica entre témpanos de hielo. Bastante reacia a climas templados. Así que no es de extrañar que el periódico compostelano advierta: «La presencia de este pez, propia del frío septentrional, en las costas de Galicia es un hecho muy curioso y digno de tenerse en cuenta por los naturalistas, sobre todo para los que se dedican al estudio de la distribución geográfica de las especies marinas».
Para finalizar el periodista informa de que el ejemplar puede verse en una de las aulas de la facultad de Farmacia. Y ahí lo dejamos.

Bueno. En un siglo y pico el conocimiento científico ha avanzado una barbaridad y ya sabemos mucho más sobre el dichoso bicho. Por ejemplo, que no solo vive en el Ártico y el Atlántico Norte sino también en el Mediterráneo y Japón. Que prefiere las aguas profundas, pudiendo alcanzar los 1.600 metros bajo el agua. Que es pariente lejano de tiburones y rayas. Que su picadura venenosa no es mortal pero el humano a quien le toque no olvidará la experiencia. O que sus asombrosos ojos verdes poseen fotorreceptores capaces de optimizar su visión en la penumbra submarina.
Y no solo la biología tienen algo que aportarnos. También la sabiduría popular por boca de los pescadores que de tanto en tanto tropiezan con algún ejemplar metido en sus redes y lo llaman, dependiendo del puerto de origen, ratón, rata, ojos verdes, conejo, quimera, cola de rata, demonio, zorro, gato, diablillo… o si el marino es extranjero, ratfish, rabbit fish o rat de mer. La mayoría de estos epítetos, toda una muestra de cariño hacia un pez al que incluso le atribuyen poderes diabólicos. Será por eso que no hay quien lo coma.
[Algunas fuentes consultadas: Historia de la Universidad de Santiago de Compostela (Xosé Ramón Barreiro Fernández), «Chimaera monstrosa» (www.ictioterm.es), «Quimera mostrosa» (www.fon-fishing.com)]
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