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Moonlit Shipwreck at Sea, de Thomas Moran (1837-1920)

Sobre la tapa de un escotillón hay un hombre. Está flotando a lo lejos. Inerme. Desde la costa de Corrubedo lo divisan los carabineros. Un bote de pescadores acude hasta él. Al ver aquella embarcación, acercándose, el náufrago ruega por su vida. Grita que no lo maten. Exclama que él también es cristiano.

Y afirma el periódico:

«¡Qué idea tienen formada de nuestro país los extranjeros!»

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La noticia

Los hechos ocurrieron en el otoño de 1881. La columna que estáis viendo la publicó el 4 de noviembre Gaceta de Galicia, diario compostelano.

Según sostiene la noticia, el buque se dirigía a Southampton desde el mar Negro con cargamento de cebada. Lo tripulaban veintiún hombres y llevaba cuatro pasajeros. Se fue a pique a finales de octubre en los bajos de Corrubedo.

Solo uno se salvó. Un marinero. Pasó tres días y tres noches a merced de las olas y el viento, asido a aquel endeble fragmento de buque, luchando por sobrevivir, desafiando el sobrenombre con el que era conocido este cabo: tumba de los ingleses.

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La confirmación

«Cuando le salvaron se hallaba en un estado de tal extenuación que no podía tenerse en pie». El 7 de noviembre, Gaceta de Galicia confirmó la tragedia a partir de otra información publicada en La Voz de Arosa, semanario que había visto la luz un año antes con un solo propietario/director: Ramón del Valle Bermúdez, padre de Ramón María del Valle-Inclán.

Conducen al infeliz hasta Vilagarcía y allí es interrogado por el vicecónsul inglés, que no es otro que Ricardo Urioste, el mismo que nueve años más tarde, ya como cónsul en A Coruña, vendrá a Corrubedo a raíz del incidente del Coningsby.

«El relato del naufragio y de las penalidades sufridas por el que las refería no podía oírse sin sentir en lo más íntimo una profunda conmoción». Conocemos por el texto nuevos datos. El hundimiento se produjo al embestir el barco en un escollo y, antes de que se fuese al fondo, su único superviviente presenció «las escenas más desgarradoras». Había mujeres y niños entre las víctimas.

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Ricardo Urioste Mesana

Otros periódicos españoles de la época se hicieron eco del trágico suceso y del milagroso rescate: El Correo Gallego, La Opinión, El Diario de Lugo, La Ilustración Gallega y Asturiana… Pero no añaden nada nuevo.

En ninguno de ellos figura el nombre de aquel desventurado ni la identidad del buque. Tampoco se detallan las dantescas estampas que supuestamente tuvieron lugar. Y, si nos vamos a los libros sobre naufragios que hemos leído, no encontramos ningún vapor inglés hundido por estos parajes en 1881. Ni en Catálogo de naufragios de Costa da Morte, ni en Santa María del Cabo de Corrubedo (coto del mismo nombre), ni en Náufragos de antaño, ni en A sombra dos mortos, ni en ninguna otra publicación contemporánea que conozcamos.

Nada. Como si nunca hubiese ocurrido.

Pero ocurrió.

Pronto escribiremos la versión inglesa de esta historia y, ahí sí, reproduciremos el angustioso y pormenorizado relato que aquel desdichado contó a los periodistas de su tierra. Y entonces mencionaremos su nombre e identificaremos el vapor. Que había sido llamado cual musa griega.

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Esta