
José Mera Marcial, el patrón del pesquero, tuvo que flipar con lo que tenía ante sí.
Un yate. Y dentro del yate, un único tripulante. Un hombre de unos treinta años de edad que les hacía señas para que se detuvieran. Pelo castaño, ojos verdes, frente ancha, complexión atlética y 1,75 de estatura. Visiblemente exhausto y medio desnudo el día inaugural del invierno.
El patrón del Montenegro n.º 5 —así se llamaba el pesquero— se acercó hasta él y a su pequeña, endeble, embarcación desprovista de motor. Eran las dos de la tarde del lunes 21 de diciembre de 1931 y se hallaban a seis millas de la costa frente a Corrubedo. El mar estaba en calma; el yate al pairo; atrás habían quedado varias jornadas de temporal. José Mera se interesó por la situación del curioso navegante…
El hombre empezó a hablar con un acento musical, rioplatense. No quería auxilio ni comida, pero sí conocer su posición geográfica con respecto a las islas Cíes. Al escuchar que el Montenegro n.º 5 venía de Vigo pidió dictar un mensaje para que fuese entregado a las autoridades de la Comandancia de Marina y al cónsul francés en la ciudad. La breve nota apuntada por el patrón decía así: «El yate Mi Yole, que salió de Francia encontrándose a la altura de Corrubedo, sigue viaje a Buenos Aires, por encontrar el tiempo propicio, en buen estado de salud».
Un periodista avispado de un diario vigués, El Pueblo Gallego, hizo el resto. Se enteró de la anécdota ocurrida frente a Corrubedo y le siguió la pista al misterioso marino hasta descubrir su identidad. Descifró la críptica nota. Supo del propósito de su viaje. Cubrió su llegada a puerto. Conversó con él. Y a lo largo de cuatro ediciones —23, 24, 25 y 27 de diciembre— fue describiendo los pormenores de aquella primera escala de una durísima hazaña que no había hecho más que empezar, una hazaña que se demoraría 121 días, una hazaña a la que le sucederían nuevas hazañas en las décadas siguientes, alimentando, acrecentando la leyenda de aquel superhombre que no tenía miedo a nada: ni a las tempestades, ni al hambre, ni al insomnio, ni a la falta de compañía, ni a las temperaturas extremas; de aquel argentino mítico, sobrehumano, ídolo de masas antes del advenimiento de Evita, Fangio y el Che. Antes de Maradona y de Messi. Estamos hablando de Vito Dumas. El más grande navegante solitario de todos los tiempos.

Nacido en 1900 en el barrio bonaerense de Palermo, Vito Dumas muestra predilección desde muy joven por las actividades físicas. Atleta, boxeador, luchador, nadador. A los 23 años establece un récord mundial de permanencia en el agua al tratar de cruzar a nado el Río de la Plata: un reto que sin embargo no logra culminar ni en esta ni en sus cuatro tentativas siguientes.
Pero Vito no se amilana y en 1931 viaja a Francia para hacer el más difícil todavía: atravesar el Canal de la Mancha. No llega siquiera a intentarlo porque hace falta una lancha de apoyo y el dinero no alcanza… eso sí, le da para comprar una vieja embarcación —un balandro de regatas llamado Titave II— que llevaba 4 años amodorrada en tierra. En su cabeza ya ronda un desafío aún más loco: cruzar el océano Atlántico navegando en soledad.
Dicho y hecho. Dumas rebautiza el barco con el nombre Lehg (Lucha, Entereza, Hombría, Grandeza) y lo somete a pequeñas reformas para preparar la travesía. En una carta enviada a su amigo Aníbal Vigil, director de la Editorial Atlántida, explica sus razones a la hora de emprender esta aventura casi suicida. Vale la pena leerla:
«Arcachón, 20 de noviembre de 1931.
Estimado Aníbal: Te escribo ésta encerrado en el camarote de un 8 metros de la clase internacional. Si algo ignoras con respecto al tipo de esas embarcaciones, el amigo Martínez Vázquez te pondrá al tanto. No creas que estoy loco cuando noticias anticipadas a la presente anuncié los proyectos de mi viaje. El lugar en que me encuentro es una villa de Francia que da a la costa d’Argent, en lo que forma el golfo de Vizcaya. Para un marino este golfo son palabras mayores; pero te advierto que no hay como estar en él para notar que se exagera. En fin, veremos cómo me trata. Cuando leas esta, posiblemente me haya hecho a la mar, de allí a Canarias y luego a Río de Janeiro.
Esta es mi idea. Ahora veremos si los elementos me lo permiten. No llevo motor; el barco está armado a yawl y su casco es un perfecto Finkeels, campeón ganador de todas las regatas de su clase. En cubierta tiene 11 metros 60 centímetros. Ahora lo están calafateando y pintando. Creo que es el más estrecho de los barcos que intentaron un viaje como el que me propongo; pero por otra parte es más veloz que ninguno de ellos. Bueno Aníbal: la razón de mi aventura es haber comprometido mi palabra en hacer algo de mérito para el deporte argentino. Mis medios son reducidos y la vida que estoy pasando sólo yo sé los sacrificios que me imponen. Algún día, si no habla el destino antes, te daré mayores detalles. Por ahora vaya un abrazo para el querido amigo como si fuera ayer, cuando abandonábamos la pileta del Gimnasia. Si no llego, tú hablarás por mí. Dirás que he sacrificado a mi familia, mi bienestar y mi vida por el sport y la Patria. Fdo.Vito Dumas».

La carta es publicada en la revista El Gráfico el 12 de diciembre de 1931. Al día siguiente Dumas zarpa del pequeño puerto francés de Arcachón. Tras salir no sin dificultades del golfo de Vizcaya llegan los auténticos contratiempos en forma de tempestad a la altura de Santander. A lo largo de dos días —desde las primeras luces del miércoles 16— se ve obligado a apretar los dientes y luchar contra los elementos sin poder comer ni dormir, agarrando el timón con firmeza para salvar la vida. Y la honra y el barco.
Consigue salir de esta y doblar cabo Ortegal, pero no logra hacer escala en A Coruña como tenía planeado. En su lugar lo encontramos deambulando por cabo Corrubedo, medio perdido, tras ocho jornadas de travesía agotadora. Orientado gracias a su encuentro con el Montenegro n.º 5 pone rumbo a Vigo pero se confunde de ría y entra por la de Pontevedra en la oscuridad. Unos pescadores lo sacan de su error en las inmediaciones de Marín. Y aún hacen más: le dan un pedazo de pan con que engañar el hambre y lo remolcan hasta la boca de la ría correcta. Llega a puerto en la noche que abre el martes 22 de diciembre.

Estas y otras vicisitudes le son relatadas al periodista de El Pueblo Gallego por Vito Dumas sin bajar de su barco, atracado muy cerca del Club Náutico de Vigo. Viste pantalón de punto, sandalias y un jersey azul marino con las iniciales C. G. E. (Club Gimnasia y Esgrima de Buenos Aires, donde había sido profesor de natación). Dice que aprovechará su estancia para descansar, actualizar el diario de abordo, redactar correspondencia y reparar el Legh (después nos enteraremos del porqué de Mi Yole escrito en aquel mensaje: Vito pronunció «mi yate» pero el patrón no entendió bien). Recibe la visita de muchos curiosos y la del cónsul francés Martial Cazaux. Él visita la ciudad, varias redacciones de prensa y al cónsul de Argentina. Es la celebridad de aquellas Navidades. Preguntado por cómo va a vivir la Nochebuena, responde con contagiosa alegría: «La pasaré en mi yate, solo con mis recuerdos».

El sábado 26 llega la despedida. A la una de la tarde es remolcado hacia el centro de la bahía y, hora y media después, recoge el ancla y levanta las velas. A la vista de la multitud congregada en el muelle describe un elegante semicírculo y se aleja, mengua impulsado por el viento, diciendo adiós con los brazos, hasta desaparecer.

Y bueno. El resto ya es historia y se puede localizar en cualquier parte. Nuevas escalas en Las Palmas, Río Grande y Montevideo y, por fin, el 13 de abril de 1932 alcanza el Yacht Club de Buenos Aires después de más de 7.000 millas trufadas de anécdotas. Adquiere categoría de héroe nacional.

El 27 de junio de 1942 empieza otra gesta aún más endiablada: circunvalar el planeta a bordo de un yate de 9,5 metros al que llama Legh II. No importa que haya en curso una Guerra Mundial. Buenos Aires, Montevideo, Ciudad del Cabo, Wellington, Valparaíso y, un año y 36 días después, con la nariz rota en el lance de doblar cabo de Hornos y con olas de 18 metros de altura en la retina, regresa a la casilla de salida… Dicen que el recibimiento que se le dispensa no ha tenido parangón en toda la historia de la navegación deportiva, con cientos de barcos haciendo sonar sus bocinas a la vez.
Y todavía emprende dos hazañas más: una el 1 de septiembre de 1945 (17.045 millas y 234 días de viaje, cruzando dos veces el océano Atlántico) y otra el 23 de abril de 1955 (de Buenos Aires a Nueva York en una sola escala; 7.100 millas y 117 días).
Fallece el 29 de marzo de 1965 de un derrame cerebral. Tres años después, la Casa de Moneda de la República Argentina emite un sello en su honor valorado en 68 pesos con objeto de conmemorar el cuarto de siglo de su vuelta al mundo. En la estampa, reproducida en un millón de ejemplares, destacan tres elementos: su efigie, su yate y esta leyenda: «Vito Dumas. El más grande navegante solitario…».

Deja una respuesta