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Dibujo a tinta de Bautista M. Lemiña publicado en 1930 en El Pueblo Gallego

Volvemos a viajar atrás y situarnos en el faro. Esta vez para rescatar un reportaje que el 4 de mayo de 1930 salía publicado en el diario vigués El Pueblo Gallego. No uno de esos plomizos textos salpicados de tecnicismos y referencias históricas como los que a veces solemos escribir (véase aquí, aquí y aquí). No. El autor vuelca al papel sus sensaciones, sus sentimientos, su percepción de la inmensidad mientras otea el mar en la noche desde la cúpula de la edificación.

Ya al alba, el periodista —Bautista M. Lemiña, se llama— le regalará al torrero una antigua leyenda: una historia tenebrosa de falsas apariencias y mortuorios naufragios en aguas de Corrubedo que nos trae reminiscencias del famoso pasaje de las sirenas de Ulises.

Pero antes de entrar en materia, unas pocas palabras sobre el medio y el escritor.

1930. El Pueblo Gallego era uno de los diarios más pujantes del noroeste ibérico. Fundado en 1927, estaba dirigido (dicen que por carta y teléfono desde Barcelona) por Manuel Portela Valladares, quien en diciembre de 1935 será investido presidente del gobierno de la República, cargo que ocupará hasta las elecciones de febrero de 1936 y la subsiguiente irrupción del Frente Popular. Su línea editorial era progresista y, en aquel tiempo, bastante afín a los postulados del galleguismo.

En este joven periódico escribía Juan Bautista Martínez Lemiña, tipo verdaderamente polifacético: maestro de escuela, periodista, ilustrador, aprendiz de relojero… no habíamos escuchado nada igual desde Boris Vian. Hasta tenía su propio grupo de música: la Orquesta Lemiña, un sexteto de viento y percusión en el que además de dirigir tocaba el violín y el acordeón, paseándose con éxito por cuantos cafés cantantes y salones de baile había en la comarca y fuera de ella…

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El autor en otra de sus múltiples personalidades: la de director de orquesta (La Guardia, 1936)

Corresponsal de El Pueblo Gallego en Riveira desde finales de 1928, a menudo empleaba un singular seudónimo: «Tis-ta-bau», resultado de desordenar las sílabas de su nombre. Para cuando el reportaje del faro ya había escrito algunos textos muy parecidos sobre el dolmen de Axeitos, la capilla de Os Remedios y el pueblo de Aguiño. Tenían dos rasgos en común: una esmerada prosa poética y dibujos a tinta.

Ya más adelante, en 1932, se aventurará a fundar su propio periódico: el semanario La Coraza, que va a estar dirigido por su amigo Joaquín Parada Lorenzo, padre de dos delanteros míticos: José Manuel Parada Alvite —nueve años en las filas del Celta— y Andrés Parada Alvite, salvo que nos desmientan el único barbanzano que jugó en el Barça (temporadas 1959-1960 y 1960-1961, con Kubala, Ramallets, Luis Suárez, gente así). La andanza editorial duró poco: La Coraza no pasó de 1933 entre sonadas trifulcas con los socialistas del lugar.

Y ahora, a por el reportaje:

«CORTA LEYENDA DE CORRUBEDO, SU FARO Y SU COSTA

A qué argumentos recurrir para elucidar literalmente el valor material de un faro? ¿Cómo describir el beneficio o beneficios que aporta al marino en una costa, cuando el faro refulgente indicando con sus brillantes destellos la inminencia de un peligro?… Débil se hace mi pluma y más débil todavía mi inteligencia ahora que intento presentar al lector una pequeña descripción de lo que ven nuestros ojos cuando desde la cúpula de un faro recorren la inmensidad impasible de una costa…

En la llamada «Costa de la Muerte», esa costa corrubedana donde muchos barcos sucumbieron con sus tripulantes sin que hubiese posibilidad de socorrerles, hállase enclavado, potentemente rígido, el popularmente llamado «Foco de Corrubedo». Nosotros, por nuestra parte, le impondríamos mejor el calificativo de «Ojo Guardián», porque infinidad de vidas deambulan confiadas en la reflexión de sus rayos luminosos, en obscuras noches de tempestad.

En éste como fuerte estuve yo bastante absorto en contemplar distintas maravillas, hasta que el alba, como el suave idilio shakespereano, consumía en el fulgor de su respiro la visión celeste, para desvanecerla en el sonrosado cielo, tal esas nubecillas transparentes de la mañana que desaparecen raudas en el vigoroso regazo del sol. Y mientras los barcos se deslizaban ante nuestra vista como huyendo de aquel valle de la muerte hacia otras aguas menos furiosas y sí más benevolentes, el torrero nos iba enseñando, con esa paciencia consuetudinaria en ellos, la complicada maquinaria a la vez que nos explicaba su funcionamiento sin omisión del más mínimo detalle.

A cada palabra, a cada indicación, a cada movimiento, entrábame una curiosidad febril que se aumentó doblemente cuando la mole óptica montada sobre mercurio, comenzó a girar muy quedamente marcando por combinaciones automáticas los correspondientes destellos a tiempos variados.

Luego, encantado de mi curiosidad satisfecha, momentos antes de emprender mi regreso, una leyenda corta mi saludo. Es así: «Allá, en épocas antañosas, cuando todavía los faros carecían de potencia, se cuenta de Corrubedo que, en tenebrosas noches, solía oírse una voz muy fuerte cuyo eco repercutía en la lejanía de la costa, hasta que los marinos no precavidos del peligro y atraídos por su sonido, se separaban de su ruta y torcían en dirección contraria con objeto de salvarse; mas cuando se creían exentos de cualquier añagaza… en este eco encontraban una sombra mortuoria que, entre peñas y líquidas sabanas, iba envolviéndoles poco a poco hasta sumergirlos en las entrañas de la muerte…». Interrúmpese en tal punto mi narración, como para dejar, semillero de misterio, un silencio tachonado de puntos suspensivos.

Al salirnos del campo revelador de los peligros, donde permanecimos anhelantes y como fascinados sobre el abismo de la contemplación, poblábase únicamente la bóveda celeste de millares de estrellas, como otras tantas pupilas maravillosas que recelasen el enigma infinito del universo y a las que cual un reto, dirigía su luz blanquecina el «Foco de Corrubedo».

He aquí la corta leyenda corrubedana, así como también la importancia material de su faro y la tenebrosidad mortal de su costa.»

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El reportaje aparecido en el periódico vigués el 4 de mayo de 1930

Y hasta aquí…

Bautista M. Lemiña seguirá dando motivos para hablar de él puesto que disfrutó de una larguísima carrera en el periodismo hasta entrados los años setenta del siglo pasado. Volveremos a encontrarnos.

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«iba envolviéndoles poco a poco hasta sumergirlos en las entrañas de la muerte…»

[Algunas fuentes consultadas: «Entrevista con Suco II, nueva adquisición del Celta» (El Pueblo Gallego, 29 de julio de 1964), «O café Núñez e a orquestra Lemiña» (La Voz de Galicia, 18 de enero de 2006), El Partido Socialista Galego (PSG) y el discurso de los derechos del franquismo a la transición política (Judith Carbajo Vázquez)]