Nuestro protagonista, con gafas, en una peli de Truffaut

Llegó el día que murió Marilyn.

«Buscaba una playa donde bañarme. En Padrón no había. En Boiro no había donde aparcar y en Corrubedo encontré donde aparcar y donde bañarme. Era el día que murió Marilyn porque recuerdo el impacto que me causó leer la noticia al día siguiente en el diario».

Así lo contó mucho tiempo después. Venía de Oporto con una joven de Berlín. Durante su estancia en aquel verano de 1962, él y su amiga acamparon en una tienda de campaña junto al cementerio. Más tarde se agenció una casita situada a tiro de chancla de la playa de As Furnas. Y ya no fallaría ni un año hasta su muerte.

Juan (o Xuan) O Italiano. O Gianni Segre. O Gianni Finlandia. Periodista. Novelista. Caricaturista. Intelectual. Bohemio. Escrutando el mundo a través de unas gafas que, como los valleinclanescos espejos del callejón del Gato, parecían tener la cualidad de deformar las cosas e irradiarlas con una peculiar ironía.

El día que murió Marilyn algunos no habíamos nacido aún. De nuestra infancia, a caballo entre los setenta y los ochenta, recordamos a aquel hombre locuaz, de hablar pausado y marcado acento, de quien nuestros padres decían había sido periodista en La Codorniz: revista de resonancias míticas fundada en 1941, forja de algunos de los mayores humoristas españoles del siglo XX (de Forges a Antonio Mingote, de Gila a Chumy Chúmez) antes de bajar la persiana en 1978.

Inevitablemente, Juan tenía que entrar en el radar de sus colegas de la prensa local.

La Voz de Galicia, 21 de junio de 1980

Luego crecimos y nos hicimos jóvenes. Y Juan a veces se sentaba con nosotros en la terraza del Pósito o del Pequeño y daba rienda a suelta a su facundia. Y a su sapiencia. Disparando perlas de erudición como si fuese una wikipedia andante.

El pueblo lo quiso honrar. Pau da Luz le confirió el encendido del pebetero olímpico en la segunda Festa do Facho. Colaboró con columnas de opinión en O Correo Galego y en su periódico heredero Galicia Hoxe (en el primero con nuestro paisano Caetano Díaz ejerciendo de subdirector y en el segundo de director). A principios del presente siglo, Galicia Hoxe editó Corrubedo: vida do cabo, cabo da vida: volumen con fotografías de Nacho Santás y textos de un manojo de autores, incluyendo a Juan, quien nos deleitó con un relato lisérgico titulado «O ollo de cristal». Para algunos, el mejor del libro.

Entretanto nosotros seguíamos creciendo. Y madurando (o no). A veces nuestras noches, demasiado largas, se cruzaban con sus madrugadas.

Juan llevando la antorcha (28 de agosto de 1993)

Juan, junto con su familia y sus gatos, pasaba en Corrubedo largas temporadas que solían comenzar con el anuncio del verano y concluían ya metidos en los rigores del otoño. Lo que significa que también vivía otra vida fuera de aquí. La vida de Gianni.

Lejos de nuestra intención escudriñar en ella, mas daremos algún dato no demasiado difícil de localizar.

Nació en Turín. Era el primogénito de Pitigrilli, esto es, de Dino Segre (1893-1975), escritor judío con notable éxito en la época de entreguerras, hombre con luces y sombras.

Gianni también sintió la pulsión de la literatura. Entre 1969 y 1970 alumbró dos novelas de corte erótico, ambas en francés: La Confirmation (ambientada en Corrubedo) y La Bravade. De haber sido publicadas hoy, dicen, hubieran levantado una considerable polvareda.

A lo largo de su vida adulta residió en París, en Londres y en la isla de Cerdeña. Tuvo dos hijos y una hija. Se casó dos veces. Nunca dejó de escribir: para Corriere Lombardo, para La Patria Unida o, claro, para La Codorniz, donde además inició en 1962 —usando Gianni Finlandia como nom de plume— una sección antológica llamada «Galería de dibujantes» por la que se asomaron muchos de los humoristas gráficos más grandes del mundo.

También actuó en el cine, aunque su paso fue ciertamente fugaz: tan solo unos segundos cruzándose en un restaurante con el protagonista de Domicilio conyugal, película de 1970 en la que su director François Truffaut continuaba con las andanzas de Antoine Doinel que había iniciado en la rompedora Los 400 golpes, siempre con el actor Jean-Pierre Léaud interpretando al personaje, a quien vemos en el fotograma congelado arriba con cara de circunstancias, mirando hacia su amante japonesa que, fuera del encuadre, estaba a punto de cortar con él.

La Confirmation en edición francesa (fue traducida al inglés e italiano)

Desde el principio habíamos escuchado que, en alguna ocasión, Juan había escrito de Corrubedo en La Codorniz. ¿Sería posible recuperar aquellos lejanos textos?

Fue la pregunta que nos espoleó y por la que traemos esto al blog.

Porque, en efecto, hemos encontrado dos.

Del primero hoy se cumplen 50 años.

La Codorniz, número 1527 (21 de febrero de 1971)

Se titulaba «El Fluido de la generosidad». Un ciento de líneas recuadradas en la contraportada y distribuidas en dos partes, la primera de las cuales ponía el acento en el lamentable suministro eléctrico que padecía el pueblo el mismo año en que—qué curioso—otro vecino extranjero se quejaba de lo mismo en una carta dirigida a La Voz de Galicia que habría de dar pie al artículo «Las tinieblas de Corrubedo»: el fotoperiodista Michael Kuh.

Vamos con la prosa de Gianni Finlandia:

EL FLUIDO DE LA GENEROSIDAD

De día, de noche, con lluvia, sin lluvia, sin viento o con viento, cuando menos se lo espera, la luz falla. Lo único que no falla es el milagro permanente, diurno y nocturno, de los fallos del fluido eléctrico. No sé si en las capitales pasa lo mismo, pero en el pueblecito gallego de Corrubedo, donde sigo «veraneando», esto pasa con la regularidad de las mareas. A la «Fenosa», la distribuidora de electricidad de esta región, le sugiero un «slogan», que sacó el autor francés de teatro Armand Salacrou: «En la tierra hay dos cosas sencillas : contar el pasado y predecir el futuro. Pero otro asunto es ver claro todos los días».

* * *

Ya que he hablado de Galicia… pues sigo. Para alguien como yo, que no soy de esta tierra, aunque la conozca bastante bien, desde hace diez años que vengo por aquí, muchas cosas siguen sorprendiéndome. Por ejemplo, la ida-y-vuelta de la generosidad. En este cabo que se encuentra al final del mundo, o más exactamente al final de la Ría de Arosa, es imposible hacer un favor sin recibir a cambio un kilo o tres o cinco de algo.

Al vecino se le rompen tres tejas: el que tiene unas tejas de respuesto, se las regala. El vecino parece no agradecerlo, pero al día siguiente un chaval le lleva como regalo un kilo de marisco.

Un recién nacido muere; en las pocas horas que preceden al entierro, a algún pariente se le ocurre la idea de sacar una foto al nene que está «tan bien preparadito»; naturalmente, ¿cómo va a cobrar la foto? Resultado: tres kilos de pescado. (Para obtener diez kilos de algo, hay que regalar primero un conejo, pero esto se regala sólo cuando hay epidemia. Además, es muy difícil. No es difícil que haya epidemia de mixtomatosis, pero sí que alguien del pueblo acepte esta clase de regalos. Hay que esperar al verano y sus tres turistas. Pero esto nos desvía del discurso de antes. Cerremos el paréntesis.)

Pues decía que el ir-y-venir de los regalos, el vaivén de la generosidad, es casi asustante. ¿Cómo explicarlo? Con lo del corazón en la mano, claro. Pero también con lo de no querer quedarse atrás, tener deudas. O, quizás, y sobre todo, la imposibilidad física de pronunciar la palabra «gracias». (Hablo de mi «pueblo», porque algo más lejos la he oído alguna vez. Por ejemplo, se gasta una cerilla en dar fuego a alguien, y éste, casi de rodillas, dice «Un millón de gracias».) O más bien será por sabiduría. Sin darse cuenta, muchos son los que aplican el consejo de Lewis E. Lewis, que fue director de la cárcel americana de Sing-Sing: «¿Queréis convertir un amigo en un hombre peligroso?» «Es muy fácil: basta permitirle que os haga un favor».

GIANNI FINLANDIA

El otro texto que hemos encontrado se publicó poco después. En el número 1538 de La Codorniz con fecha de 9 de mayo de 1971 y portada de Chumy Chúmez:

La Codorniz, número 1538 (9 de mayo de 1971)

«Cuando la basura es una opinión». Así se titulaba el artículo de trasfondo medioambiental y varios capachos de ironía:

CUANDO LA BASURA ES UNA OPINIÓN

En todos los pueblos siempre hay un señor de buena voluntad que llora por la falta de espíritu cívico de los habitantes o por la escasez de agua en la única fuente de la plaza o por la abundancia de ruidos a aquellas horas de la noche en que los seres civilizados tendrían que parar de cantar «Asturias, patria querida», o por la abundancia de baches en la carretera, o por la abundancia de basura en las calles.

Tiene razón, tiene mil veces razón. Pero hay mil formas de tener razón. Creo que la mejor es tenerla con rapidez y eficacia.

En un pueblecito situado en la que llaman la Costa de la Muerte, a medio camino entre La Coruña y Vigo, un tal señor A., al cual le gusta mucho escribir a máquina, llevó a las tabernas una hoja escrita por él, a fin de que fuera pegada a la pared, a la vista de los clientes. Los propietarios de los establecimientos no se negaron por respeto a su edad y a su profesión, pero sabían que nadie leería hasta el final aquella receta de sabiduría urbana.

Días después, veo en la plaza del puerto a otro señor de mediana edad que caminaba lentamente leyendo un papel. De vez en cuando se paraba, después proseguía su marcha, se paraba otra vez y por fin hizo una pelota con el papel y lo tiró en la calle.

Yo lo recogí. He aquí la reproducción de aquel informe:

«CAMPAÑA EN PRO DE MANTENER LIMPIO NUESTRO PUEBLO»:

Espero y confío de la buena voluntad del vecindario, y de manera especial de las honorables mujeres, que no arrojen derperdicios a las calles, plazoletas y playas, como medidas de precaución a que nos veamos corregidos mediante una sanción, dado que este problema no cuesta dinero y es un concepto rico de los que nos visiten, de singular manera que no les dé lugar a calificarnos de abandonados e incorrectos, en virtud que solamente depende la resolución de este problema tan desagradable y repugnante, de buena voluntad y curiosidad, puesto que esto se puede comparar con el interior de una casa, que de poco sirve que las pobres mujeres se sacrifiquen en limpiarla, si por el contrario los que penetramos o habitamos en ella no limpiamos los calzados en el reposapiés de la entrada, resultará como suele decirse vulgarmente, una cañeira, a sabiendas que todo esto es de capital importancia para nuestra salud.

Creo que los envases de lejía, papeles y otros objetos similares, lo más recomendable es quemarlos, las botellas y cristales echarlos en un punto adaptado de tal manera que no perjudique a nadie, pero sin aprovechar la oscuridad de la noche, para arrojarlo todo en la puerta o finca del vecino, tengamos conciencia y educación que como digo no cuesta dinero y se halla al alcance de todo el mundo, puesto que no elige ricos ni pobres, no emplear nunca las frases: yo soy muy bueno o muy buena y que nuestras obras demuestren todo lo contrario, en fin menos hipocresía y más fe, así marchará todo sobre ruedas, que es como se llevan las gamelas hasta el mar por el muelle. No esperemos por los empleados de la limpieza ni por el carro o coche de recoger las basuras, dado que eso ya cuesta dinero, sino cada uno poner ese granito de arena del que se habla muchas veces, pero de hecho nada a la hora de la verdad.

Corrubedo, 1 de abril de 1971

«El que desea de Corrubedo un pueblo ejemplar como los demás de España»

—Te he visto leer lo que ha escrito el señor A. y después tirarlo. Si he comprendido bien, el papel decía que una persona civilizada no debe tirar papeles a la calle, sino quemarlos, ¿verdad?

—Puede ser —me contestó.— Pero, ¿cómo vas a quemar un papel escrito por el señor A.? En la vida hay que respetar las ideas de los demás.

GIANNI FINLANDIA

Juan marchó acabado el verano de 2013. Y ya no regresó. Murió al año siguiente, en agosto, en su casa de Cerdeña.

Una vez, no mucho tiempo antes, un periodista gallego le había preguntado: «Qué tiene Corrubedo». Y él contestó, señalando: «La respuesta está en la ventana».

Gianni Segre (1932-2014)