
Ignorantes como somos de los secretos de la botánica, no logramos identificarla. Hemos recurrido a la omnímoda rapacidad de Internet, por supuesto, y nos hemos zambullido en páginas especializadas a la busca de las señas de la especie que nos intriga. Pero nuestros ojos son ciegos a los matices (aquel libro enorme sobre plantas de Pío Font Quer que compramos hace años sigue acumulando polvo en algún mueble). Así que, mermados por nuestras escasas dotes de percepción, solo hemos sido quien de barajar dos opciones. Una, azafrán silvestre (Crocus nudiflorus). La otra, esa que llaman quitameriendas (Merendera montana)… A pesar del parecido las dos son imposibles: ambas florecen en otoño.
Estación equivocada.

Sí. Desde que nos aficionamos a las expediciones fotográficas por los contornos del cabo no hemos podido evitar percatarnos de que, todos los años por estas fechas, un brote de color emerge de la hierba. Tan solo unos centímetros, apenas nada. Una manifestación lila y amarilla que semeja competir con el grosor de nuestras suelas. Está por todas partes. En As Barreiras, en O Corgo, en A Robeiriña… Y cada vez que, tras otra circunnavegación solar de nuestro planeta, la volvemos a ver (descoordinados pasos de baile para no pisarla) pensamos lo mismo: «Ahora sí. Ha llegado la hora. Corrubedo ha abandonado su hibernación murciélaga».
Porque esa flor desconocida y frágil es, a nuestro juicio, el más despampanante anuncio de la primavera.

Y el (hasta ahora) pausado, conciso, sombrío mundo social del pueblo empezará a brillar y a acelerarse más y más a medida que los días se alarguen, los emigrantes retornen y los forasteros vengan. Y en verano llegará la apoteosis. Y miles de imágenes, en Twitter o en Instagram, en Facebook o en Whasapp, captarán la analógica hermosura de este paraje: sus calas de fina arena, su mar turquesa, el astro rey mojando más allá del faro su cabeza…
Y sin embargo.

Y sin embargo, es en los meses del frío cuando el esplendor del cabo araña su cénit. Mientras sus calles están vacías, un embriagante sol se hunde en el horizonte. Olas descomunales retumban en playas desiertas. Y la luna (ay la luna) trepa por el firmamento y… aun radiante, se lamenta: no puede admirar su reflejo en las ventanas ciegas, cautivas tras persianas siempre cerradas.
Así pues, sirva este documento para exhibir con unas fotos esa belleza huida, esas lustrosas prendas de temporada otoño-invierno que hoy hemos guardado en el armario y que no sacaremos de nuevo hasta dentro de seis meses. Hasta que, apaciguados los calores y las multitudes, Corrubedo vuelva a su hibernación murciélaga.











28/03/2019 at 18:13
Romulea clusiana,podería ser…
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29/03/2019 at 14:31
Pois si que parece, si. Grazas polo aporte!
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21/03/2019 at 23:05
Que hermosa descripción de lo que es la naturaleza, en la geografía Corrubedana!
Que pena que no podáis fotografiar también el viento, la lluvia, los graznidos de las gaviotas, el olor de la retama, los cantos de los pájaros… tantas cosas que en Corrubedo son y están, para gloria y solaz de la gente que quiera sentir como la vida pasa, a través de las estaciones, sin alterar un ápice el espíritu de los que de Corrubedo nos sentimos y, para quienes, ese pequeño lugar, siempre es el maravilloso paraíso prometido.
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